VERDADERA PROSPERIDAD

La clave es sentirnos necesarios (para alguien)

Cada persona necesita sentirse útil, porque es el camino del autoconocimiento, de la mejora en la calidad de vida y de la mejora en el vínculo con los otros humanos. De eso trata esta columna de Tenzin Gyatso, 14to. Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano. El texto coincide con un enfoque que recorre gran parte del ecumenismo contemporáneo.

por DALAI LAMA

NUEVA YORK (NYT). En muchas formas, nunca hubo un mejor momento para celebrar estar vivo. La violencia es plaga en algunos rincones del mundo, y muchos todavía viven bajo el control de regímenes tiránicos. A pesar de que las mayores religiones del mundo enseñan amor, compasión y tolerancia, una violencia impensable es perpetuada en nombre de la religión.

Y aun así, cada vez menos de nosotros somos pobres, menos pasamos hambre, menos niños mueren y más hombres y mujeres que nunca antes pueden leer. En muchos países, el reconocimiento a la mujer y los derechos de las minorías es la norma. Hay mucho trabajo para hacer, por supuesto, pero hay esperanza y hay progreso.

Que extraño, entonces, es ver tanto enojo y un gran descontento en algunas de las naciones más adineradas del mundo. En USA, y a través del continente europeo, las personas están conmovidas por la frustración política y ansiosas por el futuro. Inmigrantes y refugiados claman por la oportunidad de vivir en estos países seguros y prósperos, pero aquellos que ya viven en estas tierras prometidas revelan una gran inquietud que pareciera lindar con la desesperanza.

¿Por qué?

Un dato revelador surge de una interesante investigación acerca de cómo prospera la gente. En un sorprendente experimento, los investigadores hallaron que los ancianos que no se sentían útiles para otros tenían casi 3 veces más probabilidad de morir prematuramente que aquellos que realmente se sentían útiles. Esto habla de una verdad humana más amplia: Todos necesitamos ser necesarios.

Ser “necesario” no implica un orgullo egoísta o un apego insano a la estima de los demás. Más bien, consiste en un deseo natural de servir a nuestros semejantes, hombres y mujeres. Tal como enseñaron los sabios budistas del siglo 13, “Si uno enciende una luz para los otros, ésta también iluminará el propio camino”.

Virtualmente, las principales religiones del mundo enseñan que el trabajo diligente al servicio de los otros es la cualidad más elevada y lleva a una vida feliz.

Investigaciones científicas y estudios confirman estos principios compartidos en nuestras religiones. La muestra arroja que personas de nacionalidad norteamericana que priorizan hacer acciones de bien otros, tienen el doble de probabilidad de decir que son muy felices con sus vidas. En Alemania, las personas que buscan servir a la sociedad tienen 5 veces más probabilidad de decir que son muy felices que quienes no consideran el servicio como importante. La abnegación, la entrega desinteresada y la alegría están entrelazadas. Cuanto más seamos uno con los demás, mejor nos sentiremos.

Esto ayuda a explicar por qué el dolor y la frustración están barriendo los países prósperos. El problema no es la falta de riquezas materiales. Es el número de personas creciente que sienten que ya no son útiles, o no son más necesarias o formando parte de la sociedad.

En EE.UU. hoy, comparado con hace 50 años, 3 veces más hombres en edad laboral está completamente fuera del mercado laboral. Este patrón está ocurriendo en todo el mundo desarrollado; y las consecuencias no son solamente económicas. Sentirse superfluo es un golpe al espíritu humano. Lleva a un aislamiento social y dolor emocional y crea las condiciones para que las emociones negativas echen raíces.

¿Qué podemos hacer para ayudar? La primera respuesta no es sistemática. Es personal. Todos tienen algo valioso para compartir. Deberíamos comenzar cada día preguntándonos concientemente: “¿Qué puedo hacer hoy para apreciar los regalos que los otros me ofrecen?”. Necesitamos asegurarnos que nuestra hermandad global y el ser Uno con los demás, no resulte sólo una idea abstracta que profesamos, sino un compromiso personal que concientemente ponemos en práctica.

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de hacer de esto un hábito. Y quienes se encuentran en posiciones de responsabilidad tienen la oportunidad especial de expandir la inclusión y construir sociedades que realmente incluyan a todos los demás.

Los líderes necesitan reconocer que una sociedad compasiva debe crear un abanico de oportunidades para un trabajo significativo, para que todo ser capaz de contribuir, pueda hacerlo. Una sociedad compasiva debe proveer a los niños educación y entrenamiento que enriquezca sus vidas, desde una dimensión ética y con habilidades prácticas que puedan conducir a la seguridad económica y a la paz interior. Una sociedad compasiva debe proteger al vulnerable mientras que asegure que sus políticas no perpetúen a la gente en la miseria y en la dependencia.

Construir tal sociedad no es una tarea fácil. Ninguna ideología o partido político tiene todas las respuestas. Creencias erróneas contribuyen a la exclusión social, entonces sobrellevar esto requiere soluciones innovadoras de todos los sectores. De hecho, lo que une a dos personas en una amistad o relación de colaboración no es el compartir las creencias políticas o una misma religión. Es algo mucho más simple: compartir la creencia de la compasión, la dignidad humana, en el sentido de que cada persona es necesaria y útil para contribuir positivamente a transformar el mundo en uno mejor y más significativo. Los problemas que enfrentamos nos atraviesan en modo semejante; de modo que también lo debe hacer nuestro diálogo y nuestra amistad.

Muchos están confundidos y asustados de ver como el enojo y la frustración barren como fuego salvaje de las sociedades su prosperidad y seguridad. Pero su rechazo de sentirse contentos sólo con la seguridad física y material en realidad revela algo hermoso: Un deseo humano universal: ser necesitados. Trabajemos juntos para construir una sociedad que alimente este anhelo.

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