UTOPÍA DEL AJUSTE

Cosmetología del Presidente (no despierten a Uriburu)

Abundan las anécdotas -cuya veracidad se desconoce- acerca del arrepentimiento en parte del gobierno de Mauricio Macri de la concurrencia al Fondo Monetario Internacional. Mientras se resuelve el enigma acerca de la velocidad del pedido de ayuda y la capacidad de satisfacer las demandas del organismo multilateral, aquí va una 'costurita' muy divertida, crónica coral de JorgeAsísDigital:

“Vengo harto de los economistas ajustadores que me dicen que se debe reducir el gasto público”.
Lo confirma la Garganta de cierta provincia sin déficit. De las que tiene, incluso, un apreciable “canuto” de reserva.

“Me ofenden al decir que no se debe gastar más de lo que se recauda”. Y agrega: “Lo que no encuentro en Buenos Aires es al economista confiable que me diga cómo se puede crear riqueza. Crecer. Me responden que, para crecer, primero hay que reducir el déficit. Aquí impera el apasionamiento por recortar. Es el pretexto. Pero estos muchachos no van a cortar ni un salamín, picado fino”.
La utopía del ajuste no sirve para entusiasmar a nadie. Como utopía, debe aceptarse que la revolución socialista era bastante más emocionante.

“¿A quién se puede excitar hoy, Carolina, con el ajuste?”.
Instalar que el ministro más eficiente es aquel que achica mejor y “garca” más gente.

La paciente construcción del país normal, aunque lo idealicen los panelistas, es otra utopía vulgar. Porque la Argentina no es ningún país normal.
Aquí el transporte, la luz, el gas y el agua, forman parte de las conquistas sociales.
De los “principios sociales” que nuestra cultura “ha establecido”.

En la sociedad dispersa y fragmentada, sin represión no se va a ajustar ninguna tuerca.
Y “estos muchachos” no están preparados para reprimir. Al contrario, los ajustados tienen una gran experiencia en ajustes. Juegan y también se organizan.

Otra conquista social, la máxima, consiste en mantener la hegemonía de la calle.
Los ajustadores teóricos pretenden que los ajustados se resignen y acepten el ajuste con mansa racionalidad.
¿Que se conformen con cantar canciones de León Giecco? Que “sólo le pidan a Dios”. Que para colmo tiene -Dios- a sus representantes en la tierra junto a los ajustados.

Lo sugiere la sabiduría popular.
“Basta de realidades/ queremos promesas”.

Carece entonces de sentido incendiarse institucionalmente para “reducir el gasto en personal”. Rajar empleados públicos para ahorrar monedas.
“Estos muchachos” no están espiritualmente preparados para bancar el menor corte de los empleados.

Cuando se avanza con tijeras sobre el bolsillo, el exponente blanco de la capa media se radicaliza más que el pobre, al que tratan de conformar con el placebo de los planes.
Tampoco tiene sentido la inhumanidad de recortarles unos pocos mangos a los jubilados. Los que representan, por descarte, la mayor parte del gasto. Consta que matarlos es, en cierto modo, una desprolijidad.

“¿Y si de pronto los ajustadores se preocupan por crecer y abandonan el error inviable de ajustar?”.
La pelota del déficit se patea históricamente para adelante. Es un instrumento, nunca un objetivo. Lo tomó con seriedad el Segundo Gobierno Radical, con De la Rúa, El Traicionable. Y lo aborda también el Tercero. Con Macri.

Es el camino más directo para alcanzar la playa profiláctica de la devaluación sanadora. Para que el experimentado Guillermo Nielsen, otra vez, se aventure con la próxima reestructuración de la deuda.
A endeudarse ahora y a plantear la quita después.
Cuando deba tratarse la herencia catastrófica que Macri, irreparablemente, va a clavar.

C.M.

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Madame Bovary

Fue la señora Christine Lagarde, Madame Bovary, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, quien designó a su interlocutor Nicolás Dujovne, Bruno Gelber, como superministro.
Es el encargado de aplicar el programa económico que preparan, precipitadamente, los sobrios técnicos de Lagarde.

Y El Ángel Exterminador supo captar el mensaje de Madame Bovary. Entonces lo empoderó a Bruno Gelber para que se dedicara, con exclusividad, a rebanar los presupuestos de los nueve Gerentes de Área que debe coordinar. Ante la concentrada fiscalización de la dupla que quedó con la retaguardia destruida. Porque Lopetegui y Quintana, Luces de sus Ojos, retroceden con falsedad.

El Círculo Rojo -otra invención artesanal del Ángel- reclamaba un ministro fuerte de Economía. Por lo tanto Mauricio decidió sacrificar al que tenía menor volumen político. El interlocutor privilegiado de Madame Bovary. A la que Bruno agasajó refinadamente en su departamento (adquirido con un crédito del Fonavi), en una “souper” que los superficiales evocaron, apenas, por las choco-tortas de arroz.

La corrida cambiaria, presentada oficialmente como turbulencia, dejó una lista corta de ganadores. Caputo, El Toto, y Dujovne, el Ministro Alfa. Y un tendal de perdedores (con el Ángel oculto entre los pliegues del Tridente).

En la primera crisis de verdad, se resolvió la simulada mala praxis con el repliegue ficticio del Tridente del Barcelona. Lo componen las Luces (en penumbras) de sus Ojos, con Marcos Peña, El Pibe de Oro.

Pero son todas gestualidades para entretener a la tribuna. El Tercer Gobierno Radical queda solo refaccionado. Con una sopleteada de pintura, preparado espiritualmente para la utopía de ajustar, y aplicar el programa que elaboran los duros contadores de Washington, detrás de la sonrisa diplomáticamente tierna de Madame Bovary.

La mesa chica de la cosmetología

Los cambios tienen que ver con la necesidad cosmetológica. Nadie se fue del “mejor equipo”. Sólo Vladimir Werning, el Armani Frustrado, y don Javier González Fraga, El Ameno, ambos de vacaciones respiratorias. Tampoco llegó ningún refuerzo.

El TGR sigue las sugerencias literarias de Giovanni de Lampedusa, un escritor menos grandioso que Jaime Durán Barba, El Equeco.

En su novela “El gatopardo”, Lampedusa le enseñó la clave al Ángel: se debe cambiar para que nada cambie.

Cambiar algo para que todo siga exactamente igual. Para bajar el perfil de las luminarias apagadas, responsables oficiales del choque estruendoso de la calesita.

Entre la ostensible desorientación, la señora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo, ocupó el centro del escenario.

Al percibir, patrióticamente, que el Ángel se caía a pedazos. Y que el descascaramiento del yeso comenzaba también a afectarla.

Para infortunio de Peña, que no puede simularlo, La Chica de Flores aún concentra alguna aventajada popularidad. Y aunque ella lo prohibe, en voz imprudentemente alta ya se plantea la cuestión sucesoria. Para 2019, ya no el lejano 2023.

Para apuntalar al Ángel, La Chica de Flores encaró algunos movimientos desorientadores. Como correspondía a una Jefa. Convocó a Emilio Monzó, El Diseñador, a La Casa de la Provincia, en Callao (donde atiende desde que le obstaculizan el ascenso al piso 19 del Banco).

Los momentos difíciles suelen ser ideales para producir acercamientos. El armisticio tácito representa, en la práctica, el regreso de Monzó a la mesa chica que no existe. O que es apenas una de las multiplicadas mesas que permiten comparar al TGR con la vieja Perla del Once.

Juntó a Monzó, se produjeron otros regresos fotográficos a la mesa chica virtual.

Rogelio Frigerio, El Tapirito, a quien insólitamente el Tridente del Barcelona lo mantenía a la distancia (si Quintana hasta dejaba correr la fantasía de sucederlo).

Consta que El Tapirito estaba un poco menos afuera que Monzó. Tenía un pie adentro que sostenía la puerta, para que El Pibe de Oro no se la cerrara.

También se asomó Nicolás Caputo, El Co, que estaba alejado por su propia voluntad. Aunque nadie en el fondo se lo creyera.

El Co volvía como bombero voluntario, para tomar la manguera mientras el Ángel Exterminador se ponía el país de sombrero. Y el Tridente del Barcelona eludía la dramática responsabilidad, como si pasara, en el fondo, nada.

Volvía también, a la casita de los viejos, algo vencido, Ernesto Sanz, La Eterna Esperanza Blanca. Porque a pesar del escepticismo de El Equeco, el radicalismo aún existe. Persiste (y los radicales se nutren).

La mesa chica de la cosmetología servía para entretener a los comunicadores que se mostraban informados. Y como nada era importante ni importaba, se lo aceptó también en la cosmetología a Fernando Sánchez, El Escudero de la Coalición Cívica, escuadra de la esclarecida señora Elisa Carrió, La Demoledora, que atraviesa por sus mejores días, acaso los más lúcidos. Para anunciar, ante un perplejo Morales Solá, que Donald Trump va a seguir pronto los pasos de Adolf Hitler. Pero por suerte para la República, Carrió se instala en la primera línea heroica de la resistencia, a los efectos de evitar el golpe inescrupuloso de la Unión Industrial Argentina.

Si Trump puede ser otro Hitler, perfectamente Miguel Acevedo, El Aceitero, presidente de la UIA, pronto puede destaparse hasta convertirse en la reencarnación del general Uriburu, para encabezar el derrocamiento del Ángel Exterminador, el heredero, en la práctica, de don Hipólito, don Raúl y don Fernando.

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