MEMORIA

Penicilina: un descubrimiento "casual" que salvó miles de vidas y cambió el mundo

Si bien el primer paso hacia el desarrollo del fármaco fue "inesperado", hubo años de trabajo hasta que el mismo logre salvar vidas. En la adversidad de la guerra y con escasos recursos, los científicos lograron salvar las vidas de miles de infectados durante la posguerra. Argentina pudo haber sido parte de esta historia, pero se dio el lujo de negarse ¿Cómo fue el descubrimiento de la penincilina?

La Escuela de Patología Dunn es uno de los centro más prestigiosos de la Universidad de Oxford. Fue fundada a principios del siglo pasado y se trata del lugar en donde la historia cambió. Sin embargo, en 1940 era muy distinta a lo que es hoy, hay quienes dicen que parecía un "almacén descuidado". Estaba lleno de bidones de leche, garrafas e incluso orinales que se utilizaban para contener fármacos.

En ese lugar, que parecía cualquier cosa menos un laboratorio, los científicos trabajaban mientras afuera de desarrollaba la Segunda Guerra Mundial. Albert Alexander, un oficial de policía de Oxfordshire, tenía alrededor de 40 años y era la persona más pendiente, en todo el mundo, de lo que sucedía en ese almacén-laboratorio. Fue el primer hombre al que se le aplicó la penicilina.

Antecedentes. En el año 1028, en la Escuela de Medicina del Hospital St. Mary´s de Londres, el joven doctor Alexander Fleming dio el primer paso hacia el descubrimiento. Varias de las placas de Petri que semanas antes había dejado sobre su escritorio estaban contaminadas por un hongo, lo que llamó su atención (y la de su compañero Merlin Pryce). ¿Qué era lo extraño? Alrededor del mismo no crecían bacterias.

Se llama "serendipia" a un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta. Así fue el de la penicilina y se trata de uno de los mejores ejemplos de toda la historia de la ciencia.

La verdad es que no fue tan "accidental". Casi dos décadas antes, en 1922, el propio Fleming había descubierto la lisozima y sus estudios se orientaban a la búsqueda de agentes antimicrobianos que no dañaran los tejidos animales.

Luego de estudiar el fenómeno, el científico determinó que el hongo de sus placas de Petri generaba una sustancia a la que denominó penicilina. Entre sus opciones, estaba "jugo del moho” o “inhibidor”, pero las descartó. La inestabilidad de esta sustancia hacía que sea dificil trabajarla, por lo que el investigador escocés abandonó los estudios sobre la penincilina.

Hubo que esperar hasta 1939 para el siguiente paso, esta vez en Oxford. El profesor de Patología Howard Florey, el químico Ernst Chain y el biólogo Norman Heatley fueron los autores. Retomaron la labor de Flemming y pudieron estabilizar y purificar la penicilina.

El 25 de mayo de 1940 J.M. Barnes infectó con estreptococos a un grupo de ratones. A la mitad de los infectados les suministró un nuevo fármaco y terminaron siendo los únicos sobrevivientes.

En un contexto de guerra como el que vivía el Reino Unido en 1940, la creación de nuevos antibióticos efectivos era fundamental (sobre todo en el frente). Obviamente, no era un trabajo fácil: la falta de medios obligó a los científicos a utilizar lo que tenían a mano (por este motivo el laboratorio parecía un almacén). La buena noticia es que esto no los detuvo.

En 1941 llegó el próximo paso: probar el antibiótico con humanos. Hacer este traslado requiere un aumento de las dósis y esto significa un gran reto: “tratar y curar infecciones en un ratón es una cosa, pero los humanos son unas 3.000 veces más grandes y necesitan 3.000 veces más penicilina”, reconocería el propio Florey.

Además de la dificultad, es un peligro. ¿Quién se sometería a las pruebas? Alguien sin nada que perder y mucho por ganar al probar el antibiótico experimental: Albert Alexander apareció en la vida de los investigadores a principios de 1941. Había contraído una terrible infección y no sabía que existía una posible cura en manos de los tres científicos.

Hay dos versiones sobre lo que le ocurrió a Alexander. En una, se sostiene que a finales de 1940 se pinchó mientras podaba los rosales que decoraban la comisaría de Wootton, en el condado de Oxford. En la otra, el oficial recibió un corte cerca de la boca durante un bombardeo alemán en Southampton, donde estaba destinado. La segunda es la más creíble y la qué, según un artículo publicado en El País, explicó la propia hija del oficial.

La herida de Alexander provocó una infección que se extendió por toda la cara, el hombro, las vías respiratorias y los pulmones. En el Hospital de Radcliffe le suministraron un tratamiento que no lo ayudó y hasta tuvieron que extirparle un ojo.

El cómo llegó el caso de Alexander hasta los laboratorios de la Escuela de Patología Dunn también es párrafo borroso en la historia del descubrimiento. Se sostiene que uno de los médicos que lo atendió en el hospital era colaborador de Florey, pero también se cree que los científicos se enteraron del caso durante una cena.

Lo importante es que Alexander ingresó al laboratorio y recibió la primera dosis de penicilina apenas diez meses después de la prueba con ratones: el 12 de febrero de 1941. Su salud comenzó a mejorar de forma rápida y visible. Sin embargo, el quinto día después de la misma ya apareció una gran dificultad: no había suficiente cantidad del fármaco para continuar con el tratamiento.

Se hicieron esfuerzos, por supuesto: la escuela de patología estaba llena de antibióticos y se recuperaba la penicilina que Alexander expulsaba en la orina. Pero no fue suficiente, el policía murió el 15 de marzo de 1941, cuando se agotó el medicamento.

La ciencia llegó muy tarde o Alexander llegó muy temprano, pero lo importante es que fue el caso que demostró la eficacia del fármaco y que generó en los científicos una certeza de que debían continuar su trabajo.

A finales de ese año, Andrew Moyer y Heatley lograron simplificar el proceso para obtener el antibiótico. Pocos años después, este era distribuido y comercializado. No fue un camino fácil, los invesores estadounidenses fueron apostando en la penincilina de a poco.

En marzo de 1942, finalmente, un caso exitoso: el medicamento salvó la vida de Anne Sheafe Miller. Esta vez en Estados Unidos, una mujer sufría de una infección que le causaba delirios y fiebres altísimas. El fármaco cortó los síntomas y la joven se salvó: murió, anciana, en 1999.

En Argentina. Los médicos y científicos argentinos seguían de cerca las noticias sobre el descubrimiento que se desarrollaba en Europa y Estados Unidos. En 1942, un grupo dirigido por el epidemiólogo Salvador Mazza obtuvo la penicilina. Uno de sus colaboradores, el doctor Miguel Jörg, contó la historia hace pocos años.

Según relató Jörg en una entrevista con el diario La Nación, él fue enviado a Londres en búsca de las cepas del hongo penicilium, para desarrollar la investigación en Argentina. Se encontró con Fleming y él se las dio.

"No teníamos el equipo para trabajar en gran escala, así que usamos métodos artesanales e improvisados", explicó el médico. A fines de 1943, Mazza contaba ya con unas 500 unidades del medicamento. Lo que sucedía era que los laboratorios del hemisferio norte estaban dedicados a las víctimas de la guerra y había serias dificultades para importarlo, por eso era importante que se produciera de forma local.

Mazza pidió al Estado que se hiciera cargo del sosten financiero de las investigaciones, pero el Gobierno argentino se negó. "La oposición fue absoluta", dijo Jörg "nos dijeron que era una locura embarcarse en esto, que no había control de calidad y que no era nuestra misión hacer medicamentos."

Enojado con un Estado que puso trabas al avance de la cienta, Mazza "se metió en el laboratorio y rompió todo", según lo relató el colaborador. Sin embargo, la penincilina argentina salvó vidas "en secreto" en distintos puntos del país.

En 1945, los tres científicos europeos fueron galardonados con el Premio Nobel de Medicina. Dos años después, la química Dorothy Crowfoot Hodgkin recibió el de química. Ella había logrado desentrañar la estructura de la penicilina gracias a la difracción de rayos X.

Nuevos retos. En 2017 los periódicos se hacían eco de la muerte de una anciana de Nevada (EE UU) a causa de una infección inmune a 26 antibióticos distintos, entre ellos la colistina, que se suele usar como último recurso. ¿Cómo se lucha contra los microbios que resisten a los antibióticos?

En Estados Unidos mueren cada año cerca de 23.000 pacientes debido a microbios resistentes a los antibióticos. La Organización Mundial de la Salud estima que este número, a nivel mundial, es de 700.000. Los expertos apuntan que una de las claves que explican el fenómeno es el abuso y uso irresponsable de los fármacos.

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