El fin del trabajo

POR CLARA SCAGLIARINI (*) Un nuevo movimiento de masas amenaza con destronar al peronismo después de casi 60 años de hegemonía popular, justo cuando se cumplen 30 años de la muerte de Juan Domingo Perón. Hay piqueteros para todos los gustos: están los que buscan infiltración ideológica; los que dicen defender a los jubilados; los de la izquierda radicalizada; los "dialoguistas" y los "duros". Los que están en contra de la guerra en Irak o la presencia en Haití; los que odian al FMI y los que aman a Evo Morales. Los que fraternizan con víctimas de delitos; los que reclaman contra las empresas privatizadas; los que comen en McDonald’s; los que levantan las barreras de peaje y los que las bajan; los que queman comisarías y los que toman ministerios. Los hay oficialistas y los que no; hay de los que pagan y también de los que cobran. Pero hay que ir más allá.

En los ’70, la violencia comenzó vestida de causa política y terminó desnuda como crimen común cuando los revolucionarios decidieron mejorar su calidad de vida con el dinero producido por el rescate de los secuestros extorsivos.

El investigador policial parado frente a mi se pregunta si en el siglo 21, será diferente o nada cambió. Por ahora no podrá resolverlo porque le han ordenado no investigar. Sus jefes no quieren enterarse si hay cartoneros y piqueteros de doble función: trabajadores y/o militantes sociales durante algunas horas, y distribuidores de sustancias ilegales en otras.

Sus jefes no quieren saber si alguien se aprovecha de cada Tren Blanco para mejorar la productividad del delito. Sus jefes le han ordenado no hurgar en qué hacen en las columnas de la protesta social algunos con prontuario.

"Y si Ud. lo escribe, es una irresponsable. La acusarán de reaccionaria", advirtió el oficial de una brigada móvil desplazada de Neuquén al Gran Buenos Aires.

Él también reflexionó acerca de la paradoja que a 30 años de la muerte de Juan Domingo Perón, el justicialismo perdió el liderazgo del movimiento de masas; el sindicalismo organizado ya no convoca a nadie, y la Central de Trabajadores Argentinos amenaza con asfixiar a la doble Confederación General del Trabajo, que atemorizada debate reunificarse, gracias a que tiene piqueteros. Ni Rodolfo Daer-Armando Cavalieri-Gerardo Martínez ni Hugo Moyano-Luis Barrionuevo tienen piqueteros.

En verdad, los piqueteros, aprovechando el derrumbe del Estado, han capturado los espacios públicos, ‘ganaron la calle’ y el Gobierno decidió no disputársela porque –según lo indica la teoría que prevalece en la Casa Rosada- la protesta social no debe reprimirse ya que su existencia es responsabilidad del resto de la sociedad. Es como si Eugenio Raúl Zaffaroni, ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, se hubiese adueñado del Ejecutivo.

¿Y qué ocurrirá más adelante? Porque la protesta social crece a la vez que el programa económico se revela menos potente de lo imaginado por Néstor Kirchner, con una creación de nuevos empleos inferior a la necesaria, un nivel de remuneraciones apropiado para mano de obra nada calificada, y un volumen de inversiones exiguo.

El horizonte es de mayor conflictividad social, un complejo escenario donde nunca se sabe qué ocurre apenas comienza la acción y la reacción. No es sólo la gobernabilidad la que peligra. Peligra la democracia, cualquiera sea el resultado, gane la anarquía o la revolución o el orden. Nunca antes la Argentina fue tan vulnerable. Lo saben todos. En especial, quienes desafían a las instituciones desfallecientes.

Nadie sabe qué hacer con los piqueteros; ni la Nación, ni la sociedad, ni los medios", explica un influyente consultor político. Él no oculta su desconcierto ante los acontecimientos más recientes que corroboraron el poder de movilización, presión y choque de estos grupos operativos que surgieron como un anticuerpo social al problema de la desigual distribución de la renta, de abandono del Estado de sus roles fundacionales.

Hijo de la pobreza y la desocupación, hoy el movimiento piquetero se ha convertido en un peligro institucional para el gobierno de Kirchner que no ha logrado definir una estrategia y por eso ‘deja hacer’. Al menos así puede asumirse como ‘democrático’, en un paternalismo que no resuelve el problema de fondo pero cree que le permite ganar tiempo.

El Gobierno creyó que habría un desgaste del reclamo y de la movilización. Su esperanza fue la pérdida de fuerza de la protesta. Por esto, durante varias semanas presionó a los medios de comunicación para que no dieran una cobertura importante a las manifestaciones: "No les den la tapa", pidió Alberto Fernández, jefe de Gabinete que, desde la Casa Rosada, pretende digitar la opinión pública.

A la vez, el Ejecutivo Nacional insistió en que "no criminalizará la protesta social". Y no acepta debatir la compleja realidad que provoca con la no represión de una buena cantidad de delitos tipificados. Dice que los opositores ‘de derecha’ sobreactúan, que ‘inflan’ el fenómeno en términos de violación del orden y la seguridad.

Pero es sólo un discurso. Hay testigos del enojo del presidente Néstor Kirchner cuando su aliado, el piquetero Luis D’Elia, protagonizó el acto más violento que pudiera esperarse, luego de que "la mafia" -todavía no se sabe cuál- "despachó" a uno de los suyos, apodado el Oso. D’Elía capturó y destruyó la Comisaría 24ta. de la Ciudad de Buenos Aires, luego del asesinato de Martín Cisneros en el barrio de La Boca.

Kirchner amenazó con regresar de inmediato desde China, aunque luego sus colaboradores, por primera vez desde que es Presidente, estrecharon filas y lograron convencerlo de que no asumiera la gravedad de los acontecimientos.

El abrazo fraterno ente Raúl Castells y Luis D’Elia durante el funeral de Cisneros, líder del Comedor Los Pibes, fue un mensaje muy significativo acerca de lo coyuntural de las diferencias dentro de un movimiento heterogéneo, dinámico y oportunista. Desde el gobierno dijeron que D’Elia sólo "ayudó a contener la violencia desatada por el fusilamiento de un dirigente de su sector". Es decir, D’Elía logró que impedir lo peor. Casi nadie lo cree. Pero Kirchner sí.

Un sector de la sociedad pide respuestas. Exigir respuesta equivale a armar una oposición. Ya ocurrió con las marchas de Juan Carlos Blumberg exigiendo seguridad. En el Ejecutivo Nacional hay discrepancias, aunque nadie tiene la personalidad suficiente como para exponerlas a viva voz y correr el riesgo de la expulsión.

José Pampuro, presionado por el Ejército Argentino, advirtió que la Argentina "se está convirtiendo en un país violento", mientras un colaborador le anticipa que la Armada Argentina no dejaría sin reprimir una amenaza similar. Pampero definió como "una provocación" a la protesta que activistas de la agrupación Quebracho realizó en la Plaza de Armas del Edificio Libertador.

Pero Kirchner y Alberto Fernández saltaron de inmediato y, pusilánime, petimetre, lechuguino, Pampuro cambió de opinión: "Nunca dije que el país es violento". Explicó que sólo habló del grupo Quebracho.

Sin embargo, horas antes, en declaraciones al matutino británico Financial Times, Roberto Lavagna, ministro de Economía, advirtió que la actitud piquetera atenta contra la búsqueda de inversiones en el país.

Pampero y Lavagna tienen un minimo común denominador: hablan con Eduardo Duhalde.
Sin embargo no habla con Duhalde el diputado Horacio Pernasetti (UCR-Catamarca), quien dijo: "El Gobierno no puede permitir que pase cualquier cosa. A Gustavo Béliz lo vemos demasiado pasivo; en realidad, no lo vemos" e insistió con la realización de una interpelación del ministro de Justicia y del Jefe de Gabinete, Alberto Fernández.

Acerca de la salida de Béliz del gabinete de ministros, se especula en forma creciente. Tanto como acerca de la expulsión de León Carlos Arslanián de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, hasta ahora, nada.

El ex–Presidente durante la década borrada de la memoria colectiva, sentenció desde su exilio: "Las recientes y cada vez más violentas protestas piqueteras son consecuencia de la falta de conducción política en el país. Con mecanismos dentro de la ley, se debe utilizar la razón o la fuerza para que la gente entre en razón". Pero sus colaboradores no aprovecharon la ocasión para ir sobre Kirchner. La mayoría teme que le envíen inspectores de la Administración Federal de Ingresos Públicos.

Jorge Omar Sobisch, gobernador de Neuquén, vinculó a los piqueteros con Néstor Kirchner. Los calificó como "aliados políticos", mientras que José Manuel De la Sota, gobernador de Córdoba, los definió como "fascistas". Patricia Bullrich dijo que el responsable es Kirchner porque su inacción es adrede, una parte de su estrategia contra Eduardo Duhalde.

Ricardo López Murphy, durante un acto por la muerte de Juan Perón, en el Senado, recordó la necesidad de salir de la interna del Partido Justicialista y reclamó:"Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".

Algunos empresarios –no todos- se dijeron preocupados porque la violencia perjudica los negocios, pero la verdad es que la historia castigará a los hombres de negocios: cobardes, pasivos, inseguros, no han manifestado conductas propias de líderes. La mayoría aún especula con algún business que puedan obtener de parte de Julio De Vido, el cajero presidencial.

Las traiciones de muchos empresarios y ejecutivos argentinos al sistema capitalista merecen que les ocurran todas las maldiciones piqueteras: pidieron el corralito, impulsaron la devaluación y pesificación asimétrica, defendieron los caprichos presidenciales y además explican que viven satisfechos con la Argentina presente.

A su tiempo, el 47,7% la opinión pública -de acuerdo a una reciente muestra de Analogías, o sea Analía Del Franco- coincide en que el Gobierno debe aplicar la ley y reclama sanciones.
En la Casa Rosada sólo preocupa cuánto afecta la crisis piquetera a la imagen presidencial y que opaca la ‘exitosa’ gira por China. También molestó que funcionarios estadounidenses como Roger Noriega difundieran su temor por la situación luego de que los piqueteros asaltaran locales de la franquicia de capitales estadounidenses McDonald’s.

El Presidente no quería muertos entre los piqueteros. Ahora ya tiene uno y se teme que no resulte el último. ¿Cambiará ahora su visión del problema?

Los piqueteros llegaron para quedarse. Quien elabore una hipótesis de merma de ese movimiento, se equivoca.

Cada día más organizados pero cada día más lejos del fin para el cual se unieron: exigir trabajo. Son organizaciones que pueden reunir dinero por el cobro del ‘tributo revolucionario’ u otros ingresos, tienen sinergia con estructuras locales y extranjeras.
Hasta hoy a Néstor Kirchner le ha resultado más fácil dejarse presionar por estos grupos, que diseñar y ejecutar una política social integral, que mejore la calidad de vida y merme la influencia de las agrupaciones que alientan el clientelismo.

"La sangre derramada no se perdona, no se olvida, no se negocia", dijeron los piqueteros duros en el acto del 2do. aniversario de la Masacre de Avellaneda, en la Plaza de Mayo. Es
curioso pero en la Casa Rosada aún no se enteraron y se apuesta a una moda pasajero, que no lo es.

La gran duda hoy, para el gobierno es: el 2007, ¿los encontrará unidos o dominados?

(*) Docente universitaria y analista de política nacional.

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