Polémica tras el acto en la Amia: "Licencia para injuriar"

POR JORGE ASÍS (*) Los 10 años del atentado contra la sede de la Amia han producido bastante polémica política. Pero también producirá debate cultural, considerando el texto del autor, quien considera que la falta de precisión en las consideraciones vertidas por los voceros de las víctimas, lesionan a la colectividad árabe en su conjunto.

En momentos en que el Estado de Israel recibe una justa penitencia internacional por la construcción de un muro inadmisible, y mientras la mano criminal del Premier Sharon concibe la insólita hazaña de convertir al sionismo en un ejército invasor ocupante y represivo, un conjunto de irresponsables de la comunidad judía argentina se aventura, de manera indirecta, en fomentar, por exceso y hartazgo, el indeseable crecimiento del rencor, la injusticia y la intolerancia.

Un gran error, sobre todo cuando, en países centrales que se dedican a la exportación cultural, la pasión despreciablemente abyecta del antisemitismo hace sentir su presencia.

Aquí, amparados en un lícito malestar, fragmentados por distintos intereses institucionales, enceguecidos por la falta de esclarecimiento de un atentado atroz (que supo marcar el inicio de una nueva guerra), anotándose escandalosamente en el oportunismo de la sociedad del espectáculo, los doloridos irresponsables de referencia sumergen a su comunidad en el abismo de la desubicación histórica.

Apelan a la impunidad conceptual que dista de estar a la altura de los muertos que dejaron de ser ausencia, vacío y nostalgia, para convertirlos –pobres- en pretextos para un planteo político.

Apelan entonces a la barbarie imperdonablemente gratuita de su retórica envenenada, a los efectos de condenar, sin rigor, a los supuestos culpables, sin sentido común ni fundamentos, a eventuales funcionarios que podrían ser sindicados, a lo sumo, de ineficientes.

E incluso –por qué no- de ineptos. Pero nunca de criminales ni traidores.

¿Y quién se va a atrever a cuestionar aquellos epítetos infamantes, expresados a canilla libre y desde una inconmensurable estatura ética?

Si se trata de dirigentes de instituciones prestigiosas, de representantes de asociaciones de familiares de la comunidad especialmente afectada, que vomitan la impotencia de su indignación por sus parientes convertidos en cadáveres oficialmente olvidados.

De manera que se impone aguantar los insultos, las sistemáticas degradaciones, y callar, porque, quienes se exceden desde la impunidad de la tribuna, tienen licencia para injuriar.

Aparte, y para colmo, los patéticos agravios fueron formulados delante del apretado Presidente de (la que fuera) la Nación Argentina, y de la operativa Primera Dama, quienes, con rostro de marketing compungido, disfrutaban de las condenas a sus coyunturales enemigos que yacían en la hoguera del discurso, y siquiera sin sospechar que probablemente serán los próximos insultados.

Por lo tanto, todo aquel que ose siquiera intentar algo parecido a una impugnación, puede tener garantizada la condena del poder real, y la desconfianza eterna sobre sus verdaderos objetivos.

Entonces nunca nadie debería afirmar que la condición de dirigente, ni de familiar de víctima, no habilita de ningún modo a convertirse en victimario.

O en traficante hegemónico de memorias ofensivas.

O a disponer de impunidad intelectual para producir, con la palabra, violentos actos de barbarie que banalizaron el aniversario que se pretendió conmemorar.

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(*) Escritor y ex diplomático.
Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004.

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