Ribelli, Ojeda, Córdoba y Klodczyk

POR CARLOS DUTIL y JORGE RAGENDORFER

A las tres de la tarde del lunes 10 de enero, un remisero, sus dos pasajeros y un librero cayeron bajo las balas de la Brigada de Lanús, cuyo jefe era nada menos que el comisario Ojeda (cuñado de Ribelli), quien se vio obligado a poner la cara ante los medios de comunicación porque su segundo, el subcomisario César Córdoba, encabezaba la lista de acusados. Pero su desconcierto se debía sobre todo a la ausencia de Juancito, jefe de Operaciones de la brigada y verdadero referente de la patota detenida, quien ese día se encontraba casualmente en la ciudad de Mar del Plata.

El espectacular operativo olía a podrido desde un comienzo y los muchachos de Lanús alegaron que habían cometido un lamentable error, confundiendo a inocentes con los delincuentes que supuestamente estaban persiguiendo. Estos fueron detenidos a pocas cuadras del lugar en que ocurrió lo que se conoció como la Masacre de Wilde.

Silvia González, jueza en lo criminal de Lomas de Zamora, ordenó detener por homicidio simple agravado a los once policías, pero uno de ellos, el suboficial Marcos Aries Rodríguez, escapó.

La fuga de Rodríguez logró que todas las miradas apuntaran a los cuñados: Ojeda ya tenía antecedentes de una fuga similar, y a juzgar por los testimonios, el que diera las instrucciones para que un suboficial encontrara la puerta abierta había sido Ribelli, alma mater de la repartición...

Para Klodczyk y su pollo, como hacía rato llamaban a Ribelli, el asunto revestía capital importancia. Por cómo afectaba a la fuerza el nuevo escándalo, porque amenazaba enlodar su foja de servicios y por las lealtades implicadas.

El pollo no sólo era jefe directo de la mayoría de los detenidos, sino que éstos eran sus hombres de confianza. Especialmente el oficial Hugo Reyes, su mano derecha. Había que sacarlos como fuera.

Los abogados de los once criminales de uniforme lograron, por lo pronto, sacar del medio a la jueza González apelando a otra causa pendiente y el expediente recayó en las manos del juez Emilio Villamayor quien, tras liberar a todos los detenidos, elevó el expediente la Cámara en lo Criminal de Lomas de Zamora.

Jorge Nicolau es un veterano suboficial que trabajó a las órdenes de Ribelli durante dieciseis años, preferentemente como chofer. En 1994 revistaba en la Brigada de Lanús y, cuando dos años más tarde fue interrogado por Juan José Galeano en el caso Amia, admitió que durante aquel año el grupo se dedicó a recaudar vehículos, bienes y dinero para "arreglar al Juzgado donde tramitaba la causa y la Cámara de Apelaciones que tenía revisión sobre la misma".

Las cifras que se barajaron fueron desde los 200 mil pesos hasta los dos millones.

Si realmente existió la coima, la misma envergadura de la operación –que no respetó jurisdicciones- no pudo ser desconocida por los jerarcas de la Bonaerense ni por sus superiores políticos. Sobre todo, estando en juego dos personas tan allegadas al jefe de Policía, un juez y tres camaristas de Lomas, el pago chico de Eduardo Duhalde.
El comisario Alejandro Burguette, segundo de Ribelli en Lanús, no sólo coincidió con Nicolau sino que apoyó esta última hipótesis: con la toalla arrojada a sus pies, el tipo juró que no pudo denunciar ante ningún superior los procedimientos ilegales efectuados para recaudar fondos para la cuenta de la causa Wilde, debido a que esos estaban también dentro del mismo lineamiento interno policial que Ribelli." (Fragmento de La Bonaerense, de Dutil y Ragendorfer).

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