Batlle y el conservadorismo revolucionario

Desde el Frente Amplio hasta el Partido Nacional, pasando por el Partido Colorado, Uruguay es un menú de opciones conservadores porque los políticos uruguayos tienen una visión conservadora de los hechos y las personas, que no es algo negativo excepto cuando no se asume esa realidad. En cualquier caso es mejor el conservadorismo uruguayo que el populismo de los políticos argentinos. Pero volviendo a Uruguay, el autor del siguiente artículo -en verdad, una introducción a una recopilación de discursos de Luis Batlle Berres- plantea una hipótesis para el debate a fondo:

POR GUSTAVO HERNÁNDEZ BARATTA (*)

Los encuestadores, algunos con mayor énfasis que otros, continúan pronosticando un triunfo de la fórmula encabezada por Tabaré Vázquez en octubre próximo e incluso superando el margen que la Constitución del 97 establece para obtener la presidencia de la República en primera vuelta.

Si así fuera, sería la primera vez que la corriente política fundada en 1971 por socialistas, comunistas, democristianos, grupos menores y sectores escindidos de los partidos Nacional y Colorado llega a la conducción del Poder Ejecutivo.

Se trataría de un éxito tardío, pero éxito al fin, de la adopción criolla de la estrategia de frentes populares auspiciada por la otrora Unión Soviética desde los tiempos de Stalin iniciada localmente con la aparición del FIDeL (Frente Izquierda De Liberación) a principios de los agitados años sesenta.

La coalición (que a medida que pasan los años va sumando nuevos vocablos a su nombre original) tendrá la chance de gobernar un país muy distinto a aquel en el cual se fundó. Así y todo debiera tenerse en cuenta que la izquierda participa con miembros propios en los directorios de las empresas del Estado desde 1985, que desde 1990 gobierna la Intendencia de Montevideo –donde vive casi la mitad de la población del país- y que desde 2000 es la primer minoría parlamentaria tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes, es decir, que hace ya muchos años que la izquierda es parte del gobierno uruguayo aunque sus votantes no lo contemplen ni contemplen ningún grado de responsabilidad por la situación actual del Uruguay.

Mayoritariamente los ciudadanos mantienen indemne a la izquierda de los desmanejos de la cosa pública y se aprestan a elegirlos para dirigir los destinos del país.

¿Por qué?

En el análisis importa menos la plataforma programática de la izquierda que las razones que llevan a los votantes a apoyarla. Importa menos el discurso "centrista" adoptado para llegar a buen término en la campaña electoral que el clima de lucha constante con que una porción mayoritaria de la ciudadanía enfrenta todo proyecto de transformación de las estructuras del Estado, aún las mas tibias.

A pesar del slogan "Votá Progresista" con el que busca cautivar a los votantes, la apuesta ciudadana por el EPFANM se debe a razones bien distintas y muy distantes del "progresismo", entendiendo éste como el abrazo esperanzador a las perspectivas del progreso.

Es, por el contrario, una apuesta totalmente conservadora. Un acto reflejo en búsqueda de un nuevo referente para el marco político conceptual con el que los uruguayos nos emborrachamos durante todo el siglo XX: se trata de una renovada apuesta por el modelo Batllista.

Conciente o inconcientemente la izquierda ha ido adaptando su discurso para hacerlo atractivo a las grandes mayorías nacionales añorantes de una época cuya memoria nos parece gloriosa y cuyo punto cúlmine fue Maracaná.

Del rústico "Todo el Poder a los Soviets" pintado con alquitrán por la vieja lista 63 o de la "Democracia Avanzada" de la 10001 de 1984, de los agitados días del "Cielito del 69" cuando la revolución "crecía desde el pié", de los viejos planteos delirantes inspirados en el no menos delirante materialismo dialéctico ya casi no queda nada.

Es por la actitud de reticencia a los cambios, de combate a las reformas, de inclinación permanente por las reliquias arqueológicas de un pasado "de grandeza" que los uruguayos ven en la izquierda el exponente más cabal del pensamiento Batllista, y es por ello que lo votarán en Octubre.

Los uruguayos queremos seguir votando Batllismo. Aunque no lo sepamos. Aunque los más jóvenes se escandalicen al no entender el origen de tantas ideas que anestesian sus neuronas. Aunque no logren identificar su ideario con la obra y el discurso de los ancestros del Dr. Jorge Batlle.

Los uruguayos añoramos al Batllismo. Es en defensa de la obra del Batllismo que nos abroquelamos en defensa de las "empresas del estado", que propugnamos monopolios y economía mixta. Es por obra y gracia del Batllismo que desconfiamos del empresario y confiamos ciegamente en el gobernante.

Es por herencia cultural del Batllismo que vemos la libertad económica como el instrumento de los poderosos y al Estado como el arma secreta de los oprimidos. Mentalmente seguimos pensando como batllistas. Soñando como batllistas, odiando como batllistas. Seguimos siendo batllistas, solo que los que se parecen más al batllismo son los planteos del Frente Amplio.

¿Qué es el Batllismo? ¿Qué es lo que los uruguayos nos empeñamos en conservar? ¿Qué es lo que nos hace ser protagonistas de una revolución conservadora liderada desde la izquierda?

He querido dejar que sea el propio Luis Batlle Berres quien lo conteste, a través de uno de los textos donde más claramente se define cual era el pensamiento que construyó el Uruguay que conocemos y que a pesar de la crisis que lo viene destruyendo hace 50 años nos negamos a admitir como un rotundo y grotesco fracaso y a cuyas promesas nos seguimos aferrando, ahora bajo el ropaje de un falso progresismo:

(...) Fue el ciudadano Batlle y Ordoñez, siempre con su mente puesta en servir de la mejor manera los intereses públicos, soñando en hacerle alcanzar a la República las más altas cumbres en el progreso económico y el goce de la mayor felicidad para todos sus habitantes, quien marcó el rumbo de nuestro Partido respecto a la política que debiera seguirse en materia de combustibles. Así, presentó en 1921 sus proyectos de monopolio de alcohol y carburante nacional. Eran dos iniciativas para votarlas a manos levantadas.

Desde la época de su presentación a los momentos actuales, el país se habría enriquecido en varias decenas de millones de pesos, no solo por el oro que habría dejado de mandar al extranjero, sino también por lo que habría supuesto para nuestros labradores tener un buen mercado interno de maíz, que les permitiese agrandar sus cosechas y vender sus productos a buen precio.

El diputado batllista Dr. Minelli, presentó estos proyectos a la Cámara e hizo un interesante trabajo sobre ellos, al punto que, tal vez, pueda decirse que es uno de los informes más completos que se han presentado en ese cuerpo. Pero ni las exigencias del país, ni las bondades de los proyectos, ni el alto valor del informe, pudieron vencer la absurda posición nacionalista. Lastima grande que, dentro del nacionalismo, no sea la masa la que manda, porque de lo contrario, estamos seguros de ello, los proyectos aludidos ya habrían sido aprobados.

Pero estos proyectos, el del monopolio del alcohol y el del carburante, no podían ser sino una etapa a cumplirse por el Batllismo en la solución del problema de los combustibles, y que fue comprendiendolo así que nuestro Partido presentó más tarde otras iniciativas, todas conducentes hacia la solución total. Y en esa incesante lucha que el Batllismo sostiene contra fuerzas que se mueven dentro y fuera de fronteras para hacerle alcanzar al país una amplia independencia económica, continúa nuestro Partido en la búsqueda de soluciones para terminar con este problema. Debemos enriquecer al Estado.

El Estado va extendiendo sus servicios en número y en calidad, diríamos, y, necesariamente, tiene que disponer de fuertes sumas de oro para hacer que ellos se realicen en la forma programada.

El Estado proporciona a los habitantes del país vigilancia gratis, enseñanza gratis, asistencia gratis; realiza, además, mil servicios que no le producen dinero directamente, aunque después, con estas actividades, se enriquece la economía pública. El medio más facil, menos engorroso, más expeditivo que el Estado tiene para obtener el dinero que necesita, es el de imponer impuestos a los habitantes del país e ir sacando los pesos de allí donde los encuentre, tratando, es cierto, de no producir daño, aunque en todos los casos no pueda estar seguro de ello. Pero contra estos impuestos todos protestan, aún las personas que están en condiciones de pagarlos sin que les sea gravoso, y, así, es necesario que el Estado ejerza una verdadera presión sobre los contribuyentes para que ellos cumplan con su deber.

El único medio que el Estado tiene para no ser cada día más gravoso y poder ir cumpliendo de hora en hora con las nuevas exigencias que el mismo progreso del país le impone, es el de realizar por su cuenta ciertas industrias, hoy muy remuneradoras, que sirven como tonificantes refuerzos para las rentas fiscales.

Pero hay también quienes protestan contra el Estado industrial y lo son, por lo general, las grandes empresas, que reclaman para sí estas industrias, acusándolo al Estado de incapaz y de invadir actividades que deben reservarse a los capitales particulares.

¡Magnífico es esto! Está mal que el Estado llene sus cajas fiscales, imponiendo ciertos impuestos a los habitantes del país, está mal que el Estado se meta a industrial y, para terminar, el Estado estaría mal si no cumpliera, casi a la perfección, con ciertos servicios públicos cuya realización es indispensable. Si el Estado fuera una persona, no tendría más solución que terminar con su vida y en forma ruinosa.

Para nosotros, es evidente e indispensable poner en manos del Estado la mayor suma posible de riquezas y si un medio para obtenerla es el de recurrir a ciertos impuestos que no sean muy gravosos, debe irse a ellos; pero es solución también, y principal para el Estado, entregarle al Estado la realización de ciertas industrias con el triple fin de que refuerce él sus arcas, solucione importantes problemas económicos y lleve a cabo actividades que es mejor no estén en manos de particulares. Con el monopolio del petróleo por el Estado, se podría cumplir con las tres exigencias, pues él es fuente de riqueza, soluciona el problema económico de la huída del oro por compra de combustibles y controla la materia prima que produce las ¾ partes de la energía que consume el país.

Si, como única fuente de recursos para el Estado, nos tuvieramos que decidir entre el impuesto o las industrias oficiales, optaríamos por esta última, porque es ésta forma de que el Estado se haga de los recursos sin serle gravoso a nadie y es una manera, también, de ir resolviendo poco a poco graves conflictos sociales, buscando solucionarlos en forma de que se beneficie toda la sociedad y no se creen situaciones de injusticia para nadie. Es verdad que se necesita jugar verdaderas batallas para que estas ideas puedan hacer camino, pero hay que tener esperanza en la acción de la propaganda y en el prestigio de las ideas que se sustentan. La Democracia en el Gobierno

Hasta hace algunos años, la democracia todavía era una ficción y el gobierno, dueño de la cosa pública, estaba en manos de pocos que, a lo sumo, se turnaban en la dirección de los asuntos públicos. El pueblo no llegaba hasta él y se sentía lleno de prevenciones contra los gobernantes que eran inescrupulosos –es claro que había excepciones- y que, como casta privilegiada, entendían que la riqueza del Estado les era propia.

Es evidente que esto era un inconveniente grave para que el pueblo viese con buenos ojos que el gobierno realizase industrias que hacían o podían dirigir los particulares. Pero hoy las cosas han cambiado totalmente. El gobierno del pueblo es una verdad. Todos los asuntos son ampliamente debatidos. Los gobernantes salen del propio pueblo, son delegados suyos y en todo instante deben dar cuenta de sus actos. La prensa, con gran difusión en el pueblo mismo, pone en su conocimiento lo que pasa.

Ahora el pueblo puede confiar ampliamente en el celo y la honradez con que los gobernantes dirigen la cosa pública. Ya no hay razón para tener prevenciones contra el dominio industrial del Estado, y por el contrario, se siente que, en muchos casos, el interés público está en poner en manos del Estado y bajo su custodia, ciertas industrias y es evidente que la provisión y refinación del petróleo nadie la podrá realizar como él, contemplando los intereses nacionales como ninguno está capacitado para hacerlo.

El Estado industrial triunfa donde los gobiernos son honrados, así como también es evidente que si no se procede con inteligencia o se administra mal, toda industria, necesariamente, debe fracasar. Si paulatinamente se va haciendo el ambiente a favor del Estado industrial, no hay duda de que, en lo que respecta al problema del petróleo, la opinión es unánime en el mundi entero de que el Estado debe intervenir, ya sea realizando el monopolio, sea controlando la industria, sea asociándose a las industrias particulares, sea declarando la propiedad del subsuelo petrolífero para el Estado.

No tenemos otra oposición contra las compañías nacionales de petróleo, que la de entender que esa industria no puede estar en otras manos que en las del Estado.

El Dr. Herrera declaró que no creía que el negocio fuera magnífico para el Estado, que además creía equivocada la constitución de un comité de empleados para resolver sobre destituciones de los obreros, que al pulpo del Estado se le quería agregar un nuevo tentáculo: "Por mi parte, agregó el Dr. Herrera, estoy dispuesto a cortarle los tentáculos al pulpo del Estado!" y que no había motivo suficiente para que el Estado disputase el campo de acción al trabajo privado. Tuvo que olvidarse que a quien se le iba a disputar el campo iba a ser a la Standard y es de preguntarse si hay razón o no en ello y si la obligación del Estado es dejarle campo libre a estos señores para que se enriquezcan más y más a expensas de la economía nacional o es, por el contrario, obligación suya salir en defensa de los intereses nacionales.

¿De quién son las riquezas del Estado sino del país mismo, de la sociedad toda? ¿Por qué se quiere conspirar contra la riqueza del Estado y no se le pone obstáculo alguno a la Standard ni a las inmensas fortunas privadas?

Hay que detener al Estado en su empeño de abarcarlo todo, dice el nacionalismo; pero no sale ni una sola voz para detener al pulpo extranjero, que éste sí nos aprieta y nos debilita y no nos deja expandirnos, ya que está en su interés vivir de nuestra savia, nutrirse de nuestro trabajo.

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Selección de artículos de Luis Batlle Berres, prologados por Domingo Arena, publicados en el diario "El Día" en Mayo de 1931. (Extraído de la recopilación "Luis Batlle, pensamiento y acción" de Santiago Rompani – Editorial Alfa 1966).
(Las negritas no estan en el original, salvo subtítulos)

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www.hernandezbaratta.org/

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