Una nueva democracia

Abraham H. Maslow nació en Brooklyn, New York City, primogénito de un matrimonio de inmigrantes ruso-judíos semianalfabetos que presionaron para que los hijos adquirieran una elevada educación. Tímido, solitario y desdichado, su coeficiente de inteligencia era 195, el segundo más alto de la época.

Maslow estudió psicología, y durante una década trabajó con el conductista Edward Thorndike, pero durante la 2da. Guerra Mundial intentó comprender las causas del odio, los prejuicios y la guerra. En 1951 marchó a la Universidad de Brandeis, donde se interesó por la psicología del trabajo, y escribió su libro Motivation and Personality (Motivación y Personalidad), donde desarrolló su concepto de la Jerarquía de Necesidades, que le permitió ingresar a la historia.

El escalón básico de la pirámide de Maslow es el de las necesidades fisiológicas, hambre y sed. Cuando el ser humano tiene ya cubiertas estas necesidades empieza a preocuparse por la seguridad de que las seguirá teniendo cubiertas en el futuro y por la seguridad frente a cualquier daño. Una vez que el individuo se siente físicamente seguro, empieza a buscar la aceptación social; quiere identificarse y compartir las aficiones de un grupo social y quiere que este grupo lo acepte como miembro. Cuando el individuo está integrado en grupos sociales empieza a sentir la necesidad de obtener prestigio, éxito, alabanza de los demás. Finalmente, los individuos que tienen cubiertos todos estos escalones, desean sentir que están dando de sí todo lo que pueden, desean crear. A eso él llama la autorrealización.

Es probable que el sistema democrático argentino necesite una evolución similar. Desde 1983 hasta la fecha se satisfizo el escalón básico y, asegurada la posibilidad de no perderlo, corresponde buscar la siguiente etapa. Hay que mejorar la democracia y la cuestión es qué hacer ya mismo. Es necesario atreverse a un debate profundo.

El riesgo de no hacer nada es limitarse a una democracia ritual, formal, hueca, que no logra realizarse, y por lo tanto produce frustración por doquier.

El sufragio voluntario en vez del sufragio obligatorio, el voto electrónico en vez del convencional, y el reempadronamiento partidario y general, ayudarían en la búsqueda de una democracia más representativa. También el voto uninominal por circunscripción, una legislación mejor de financiamiento de partidos políticos, y otras decisiones que contribuyan a que el individuo sea el propietario de la situación, y no un prisionero de los partidos políticos.

Uno de los problemas ocurre cuando la Argentina corporativa se impone a los individuos. Las estructuras y organizaciones mediocres condicionan a las personas, y asfixian a la meritocracia posible, achatando el porvenir.

Para rescatar a la democracia de los peligros que se ciernen sobre ella hay que renovar el compromiso de quienes la reconocen como el sistema que los representará; no es válido invocar como nuestro el compromiso que tuvieron los antepasados. Los oropeles de ayer han muerto. Quizá aceptarlo sea el inicio de una nueva Argentina.

Edgar Mainhard

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