Lo raro es vivir

Cuando se acordó la siguiente nota con Gabriela Pousa, no sabía que casi a diario visitaría el hospital Ramos Mejía para conocer el estado de salud de otro inteligente amigo de Edición i, Claudio Chiaruttini, hoy sometiéndose a un tratamiento intensivo en el Departamento de Hematología de ese centro de la Ciudad de Buenos Aires. Pousa había deslizado su inquietud primaria: "¿Y cómo es esto de vivir en la Argentina? ¿Dónde está la línea divisoria entre la vida y la supervivencia? Hoy por hoy, en estas tierras nada es más fácil de corroborar que la extraordinaria capacidad de adaptación a las circunstancias por parte de la ciudadanía. Sin embargo, las líneas tienden a desdibujarse en un estado de anomia que anula toda perspectiva y nos deja huérfanos de cartografía, sin saber dónde estamos, quiénes somos y en qué rol se nos ha situado". Visitando a Chiaruttini –y observando el encomiable trabajo de muchos profesionales de la salud pública, pese a la carencia de medios y al contexto, que desespera- corroboré mi impresión de que el Estado no puede seguir ausente en una cuestión tan decisiva, más allá de lo que opine la medicina privada, onerosa y, a veces, pura hotelería. Además, hay que comenzar a reconstruir la calidad de vida de esta condenada sociedad, y a ellos deberían dedicarse camaradas y compañeros, peronistas y radicales, fachos y zurdos, siempre empecinados en el poder pero nunca se sabe bien para qué. Bueno... ahí tienen un móvil: para salvar la vida de otros argentinos. Edgar Mainhard

POR GABRIELA POUSA

"(...) y como siempre daremos / un grito de corazón / Sigmund Sigmund..."

Buenos Aires ha logrado tener mayor cantidad de divanes por metro cuadrado que la ciudad de Nueva York y el porcentaje de quienes caen vencidos en ellos se duplica a diario. A la falta de expectativas, a la imposibilidad de proyectarnos se suma la desidia en materia política que nos deja sin poder ubicar al menos, una idea en la cabeza y mostrarnos dentro de un marco de referencia capaz de sustentarnos.

Por un lado los radicales deambulan tratando de hallar el gen perdido de la gobernabilidad. En un siglo sólo completaron dos mandatos. No logran siquiera afianzarse como oposición y su utilidad queda signada a un eterno discurso regeneracionista que nunca está de más pero claro… Las generaciones avanzan y ahí van… de un lado a otro debatiendo sin ponerse de acuerdo entre ser fuerza o perpetuarse en la debilidad. ¿Alianzas o quebradas? Nadie apuesta demasiado…

Pero la duda metódica que lleva al diván a los argentinos, en el trance de encontrar sustento al menos en la vertiente ideológica, es la que supone el peronismo trepado al poder aún cuando no sepamos bajo el manejo de quién.

Están quienes sostienen que el peronismo es un sentimiento, lo que deriva en una afrenta intelectual si alguien admite que éste ha sido, y es, una mezcla de todo cuanto es posible hallar en el espectro ideológico nacional.

Desde la A hasta la Z, por el "movimiento" han pasado nacionalistas, anti-yanquis, guerrilleros- oligárquico, terroristas-anarcoides, mestizos, cabecitas negras, descamisados, demagogos, populistas, despilfarradores de recursos propios y ajenos, y hasta clasistas, etc. Analizar al peronismo es pues, utopía…

Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner: todos pueden ser justicialistas sólo en un país donde la identidad sea cosa efímera, furtiva.

Ni las ideas tienen leal ascendencia. Tuvimos un neoliberalismo aún cuando Juan B. Alberdi no pudo ver el sostén de su pensamiento por un margen medianamente coherente de tiempo, tenemos esta modernidad sin adentrarnos siquiera en los tiempos modernos del ese mundo ancho y ajeno…

Analizarnos desde lo político es complejo, hacerlo como país para verificar de qué estamos hechos es tarea de Sísifo. Hemos tenido desde el realismo mágico del pesimismo encarnando el Holocausto en la figura de Elisa Carrió, hasta el éxodo del paraíso terrenal instaurado en Rodríguez Saá. Demasiado para cualquier humano sea argentino o de Tanzania, lo mismo da.

Transversales, iguales o diferentes, propulsores del cambio o aferrados a más de lo mismo… Las respuestas tienden a igualarse en los comités. Los piqueteros son "trabajadores", los "ocupados" bienaventurados y los "pudientes" los causantes de que unos y otros atenten contra usted.

Es mentira, Franz Kafka no nació en Praga. El director del área de Trastornos Mentales y Cerebrales de la OMS, José Bertolote explica que, "contrariamente a lo que muchos piensan, la pobreza no es un factor de riesgo en sí misma, sino que son más bien circunstancias como la pérdida del empleo y el consiguiente deterioro del nivel de vida las que llevan a las personas a la depresión, a perder su autoestima y las ganas de vivir. El suicidio no es inevitable, pues la mayoría de personas que lo intentan en realidad no desean morir, sino poder vivir como quieren"

Nosotros vivimos como ellos quieren, nada sutil diferencia.

Los que más tienen se someten a muertes más modernas: cercados de barrios, guarda-espaldas, alarmas, circuitos de seguridad inalámbricos, vidrios polarizados…La buena vida es doblemente cara en la Argentina: requiere de blindado.

Esas necesidades son el remedio a la ansiedad: la enfermedad contemporánea por excelencia. Esta nos conduce ciegamente a una velocidad extrema sin que pueda discernirse dónde se va y cuál es la meta.

El "yo" y el "vos" se han mimetizado en una falaz comunión dificultando la capacidad de lograr una identificación propia. Las calles parecen transitadas por descendientes de Gregorio Samsa: se avanza cual cucarachas en un medio ambiente donde no se entiende nada. El trabajador sin trabajo impide el paso para dejar sin trabajo al trabajador. Si lo hubiese escrito Kafka sería menos complicado…

En esta cultura de avanzada, la dignidad y el honor han quedado en poder de aquellos caballeros que en las películas filmadas en Súper 8 mm. se batían a duelo por causas sagradas. El esfuerzo devaluado da paso a una cultura del confort y de la resignación donde mejor es no buscar nada o buscar desafíos ya resueltos de antemano.

¿Vivimos o morimos a diario? Según cifras del INdEC que -por desidia o conveniencia, nunca se sabe- no llegan jamás a estar actualizadas, antes de comenzar la década del ’90, en la Ciudad de Buenos Aires se incrementaron considerablemente los suicidios en más de un 30%, sin tener en cuenta el sub-registro, contabilizándose cifras variables de 300 a 400 suicidios por año al comenzar el milenio.

Sin embargo, un trabajo más cercano a nuestros días (que utiliza datos de las autopsias de la Morgue Judicial) muestra un crecimiento aún mayor pasando -en menos de 20 años- el suicidio a superar el 50% de las cifras que caracterizaban a la Argentina. Es decir que la democracia vio incrementarse este mal sin que ello suponga una intervención directa del sistema en las causas. Claro que hay un lazo entre ambos: el ciudadano tiene a generarse más expectativas en un régimen donde se supone que él es soberano. En rigor, se supone que ha de aumentar la calidad de vida en un proceso que ha de tener al hombre como protagonista. Si esta actuación le es diezmada, si no se produce una estabilidad o un alza en la calidad de vida, la decepción deviene en depresiones difíciles de categorizar a la hora de analizarlas.

Así, aunque no contamos con un registro actualizado de suicidio (por lo que es imposible hacer una evaluación estadística seria), se sabe que Argentina alcanza un índice de suicidios de 6,9 cada 100.000 personas. Actualmente el suicidio representa una de las cinco causas de mortalidad en la franja de edad que va entre los 15 y 19 años de edad. Los jóvenes no saben dónde van. La marginalidad de hoy, es la apatía de mañana.

Según recientes estudios, en varias provincias del sur argentino, entre ellas Río Negro, Neuquén, Chubut y La Pampa, las cifras de suicidios trepan al 16 por cada 100.000 habitantes. En esas zonas los casos de suicidios son casi el triple en comparación con el resto de Argentina. "Son cifras verdaderamente escalofriantes, y más alarmantes aún porque la mayoría son jóvenes de entre 15 y 24 años", destacó Elsa Wolfberg, presidenta honoraria del capítulo de Psiquiatría Preventiva, de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.

Cuando Prometeo invadió la mansión de Zeus. La política ha sido el elemento de cambio por antonomasia. De la mano de ésta, la economía logró alterar no sólo la forma sino el fondo de la vida. A medida que la política se fue convirtiendo en un elemento más de lo cotidiano, la rutina aceptara la convivencia de situaciones extremas y la costumbre ganara los comicios de la conciencia, quien quedó en situación de desventaja ha sido la salud de los ciudadanos. Ahora, tal vez sólo somos 37 millones de enfermos creyéndonos sanos, de lo contrario ¿cómo no admitir que "vivir" se ha transformado en mero sinónimo de "respirar"?

¿Qué es vivir bien en la Argentina? La respuesta no puede darla la política. Y es que la política pretende instaurarse como una suerte de alternativa pero en vez de echar oxígeno, asfixia. Inventa futuros inalcanzables y nos cuenta una vida a la que no tenemos acceso.

Pretender que vivamos en ella es adentrarnos en una ficción donde lejos de aliviarse, las tensiones, se incrementan y terminan destruyéndonos.

Desayunamos a diario un sinfín de enunciados acerca de lo que se supone ha de ser pero finalmente nada es. Solo cabe la improvisación. En esas circunstancias la vida debe ser reinventada a diario.

Estamos enfermos de inestabilidad. La vida quedó devaluada. Se perdieron códigos, se esfumaron valores, y vivir parece ser sinónimo de nada…

¿Hemos perdido el héroe escondido en la humanidad? ¿Qué significa Prometeo para el hombre de hoy?

El hombre de hoy es, en efecto, el que sufre en prodigiosas masas sobre la estrecha superficie de la tierra, el hombre privado de fuego. Y en Argentina todo parece estar hirviendo pero el calor no es el de la hoguera sino el del desierto…

Nuestra decadencia nos ha llevado a desentendernos del tiempo como una herramienta del cambio y atesorarlo como muestra de la inmovilidad. Sólo tenemos lo que se ve, lo que hay. Acostumbrados a este aquí y ahora permanente, el futuro se desdibuja. No puede ser. Este es el rasgo más sobresaliente de la sociedad argentina: el acostumbramiento al instante.

En el transcurso –si es que algo transcurre– sólo devienen mecanismos de adaptación a las circunstancias, no vale la experiencia para transformarlas. El hoy es irradicable. Y surge la política como el leitmotiv de lo que hay.

De ese modo, la variable no es el cambio de la violencia o de la inseguridad sino la adaptación a estas. Lo que urge no es remediar la situación de pobreza que azota a más de la mitad de la población sino lograr que la miseria se siente con la normalidad en una misma mesa. En ese trance, la supervivencia ocupa el lugar de la vida y vivir se cree que es esto que hacemos a diario en Argentina…

Para todo hay estadísticas. La imagen de los dirigentes queda librada al mejor postor y todo es explicable sino a través de la ciencia, a través de la manipulación: el art-decó contemporáneo.

Sólo se trata de... vivir. El aislamiento, el corte de los vínculos sociales, sumado a la incertidumbre de futuro y la inseguridad socio-económica, son los factores que disparan las tendencias a la autodestrucción. Wolfberg, señaló que el problema del suicidio "no afecta sólo a la familia y amigos de la víctima, sino que las ondas concéntricas van más allá, y muchas veces abarca a todo el grupo social que lo rodea y que en alguna medida se siente responsable de lo ocurrido" A su vez, el psiquiatra Paulo Alterwain, presidente del comité organizador del Encuentro Internacional para la Prevención del Suicidio, dijo que éste "no es una enfermedad psiquiátrica sino social".
El suicidio no es patrimonio de ninguna enfermedad mental. La clasificación de Durkheim del suicidio, por ejemplo, no está basada en la sicopatología sino en caracterizaciones sociales, es decir, de vínculos con los otros contextuales.

Lo grave en Argentina es la devaluación de la vida, la anomia en la que nos adentramos escuchando planificar lo imposible diezma las expectativas. La dirigencia parece más interesada en los porcentajes que arrojan las encuestas de opinión acerca de los votos a emitir pero es cruel el porcentaje duplicado que se evidencia, por ejemplo, en la provincia de Misiones en lo que va de 2004 donde ya tuvo lugar una cantidad de suicidios muy cercana a la registrada en todo el año pasado.

Según los datos policiales a los que se tuvo acceso en el primer semestre de 2004 hubo 34 suicidios denunciados en esa provincia, a razón de 5,6 por mes, pero esa cifra ascendió bruscamente en los últimos dos meses llegando a un promedio de 8 por mes, con lo cual se completan 50 casos.

En otras provincias los datos brillan por su ausencia y la vida no parece ser mucho más digna de valor. A través de la "disempidia" -término acuñado por el español Enrique Rojas, y que unifica la desesperación y la desesperanza-, se explica el incremento del suicidio en la Argentina. "La confianza del hombre con esperanza le mueve a vivir activamente, a hacer la vida hacia delante, con una resuelta capacidad ejecutiva pero en la fragua de la desesperanza se queman las últimas posibilidades de proyectarse". El mismo Freud en "El duelo y la melancolía" advirtió sobre las causas políticas del suicidio y la falta de apego a la vida.

A su vez, tenemos el mayor porcentaje de analistas por metro cuadrado y hemos superado a los Estados Unidos en proporción a horas de psicoanálisis. Hay datos que van más allá de los números confirmando que algo falla en el país, y triste es ver que, la falla, abriga al ser humano.

Si bien, el suicidio es la forma más drástica e irreversible de atentar contra la propia vida, no es la única. Tenemos también el suicidio paulatino, el de cada día, el que se hace a cuenta gotas. Ese seguir apelando a todas aquellas cosas que sabemos que hacen daño: está en nosotros cuidarnos del tabaquismo, del alcoholismo, de la hipertensión, o la diabetes pero no lo está el cuidarnos del medio ambiente en el que nos movemos y nos lleva inexorablemente a preguntarnos si esto es vida. ¿Qué es pues, vivir en Argentina?

Hoy, en nuestro país morir es una posibilidad más que una probabilidad día tras día. A las armas las carga el diablo pero quién oprime el gatillo muchas veces es la desidia… El gobierno debe entender que no se puede planificar la salud, se debe ejecutar en pro de ella sin dilación espacio temporal. La prevención es el mejor tratamiento, más en una etapa de indiferencia manifiesta donde la masa es todo y el individuo queda sumido en la nada. Por más que el actual ministro de Salud enfatice que "el Plan Federal de Salud era quizás una de las ausencias más grandes que tenía la Argentina" es hora de comenzar a discernir entre la planificación oficial y la posibilidad de planificar que cada ciudadano posee de sus horas y sus días.

Sin ir más lejos, llegar a destino a tiempo ya es una utopía ante la movilización piquetera. Pensar en volver del colegio también puede serlo si nos franquea el secuestro en cada esquina. ¿A dónde estamos yendo? No parece que seamos dueños siquiera de nuestra propia existencia.

"Las cosas van bien", dice un prototipo de clase media creyendo que haber saldado las deudas del mes es condición suficiente para elevarse por encima de lo que es. Nos acostumbramos a creer en falacias y eufemismos. Progreso, crecimiento, desarrollo, términos manipulados que nos venden a piaccere.

El desarrollo es un concepto más amplio que el de crecimiento económico entendido como crecimiento del nivel de ingreso de un país (o crecimiento del PIB). El desarrollo tiene que ver con la creación de un ambiente donde las personas pueden desarrollar completamente su potencial y desarrollar una vida productiva y creativa de acuerdo a sus necesidades e intereses.

Vivir bien en Argentina no es carecer de necesidades insatisfechas, no es ganar lo suficiente como para mantener la calidad de vida si esta debe requerir de guarda-espaldas, sombras pagas para que velen por la seguridad propia, cámaras que nos vigilan… Vivir bien era otra cosa o debería de serlo lo mismo que trabajar para "ganarse la vida" no debiera significar -en muchos casos- una muerte cotidiana para un ciudadano consciente.

Amanecer en la Argentina creyendo estar al borde del abismo, presenciar cuál espectadores demudados situaciones límites que, paradójicamente derivan en múltiples escenarios se ha tornado común. Nos hemos acostumbrado a vivir mal creyendo vivir bien.

En este 2004, pedir orden y coherencia ha pasado a ser una ideología. Hoy, quienes pretenden vivir con armonía, en franca convivencia en el respeto del disenso, son "los de la derecha". Y a esa derecha se la torna prácticamente una entelequia. De ese modo, no hay contenido, no hay argumento capaz de afirmar la necesidad de un cambio. No un mero maquillaje para pasar el mal trago, sino una nueva base, firme y concisa, donde se erija luego una estructura social capaz de vivir sin armadura puesta.

Sin duda, el futuro no es lo que solía ser, pero puede aún ser, a pesar de la política si admitimos que el remedio es darse cuenta.… Vivir vale la pena.

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