Cinco claves de un premio que cuestiona a Lavagna

El Nobel a dos economistas de Carnegie Mellon

Finn E. Kydland, de 60 años, obtuvo su doctorado en Economía en 1973 en la Escuela Tepper de Negocios de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, donde hoy es profesor, así como en la Universidad de California, en Santa Bárbara.

Nacido en 1943 en Noruega, Kydland cursó estudios en la Escuela de Negocios de Bergen, cerca de Oslo, donde se encontraba cuando conoció la noticia del premio, lo que hizo que diera por terminada la conferencia a los alumnos allí presentes, en medio de un aluvión de felicitaciones.

Edward C. Prescott, de 63 años, también obtuvo su título en la Carnegie Mellon, trabaja como asesor del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis –luego de dejar la docencia en Pittsburgh, en Minnesota y en Chicago-.

Prescott, nacido en 1940 en el estado de Nueva York, aún ejerce como catedrático en la Arizona State University.

Ambos han desarrollado nuevas teorías relativas a los ciclos empresariales y a la política económica. Los estudios desarrollados en los ‘60, precisaban una nueva lectura luego de las turbulencias económicas de los ‘70, las fluctuaciones inflacionistas y la evolución del desempleo.

Uno
De acuerdo a la Real Academia de Ciencias de Suecia, el premio Nobel les fue concedido a Kydland y Prescott porque sus investigaciones han sido "fundamentales para la comprensión de las fluctuaciones cíclicas", y esto es clave para definir las políticas fiscales.

Hasta comienzos de la década de los ‘70, el legado del economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) y la depresión económica dominaban las ciencias económicas, que partían de la base de que las fluctuaciones macroeconómicas obedecían básicamente a variaciones en la demanda.

Los análisis se centraban en explicar lo que una política fiscal y económica debía hacer para compensar shocks en la demanda pero apenas había investigaciones de cómo esta política se traducía en la práctica.

Ambos científicos dieron un vuelco a la investigación a partir de una teoría basada en el caso de un gobierno que anuncia que su objetivo es mantener baja la inflación. En consecuencia, los agentes sociales se fían del objetivo y cierran convenios salariales moderados.

Esta consecuencia, a su vez, tienta a los responsables monetarios a seguir una política monetaria inflacionista para reducir el desempleo a corto plazo, lo que acaba siendo una trampa que deriva en mayor inflación y ningún efecto positivo sobre el desempleo.

Dos
Una de las polémicas más antiguas en economía, como en política, es acerca del margen de discrecionalidad que deben tener los poderes públicos, con el riesgo de que, siendo éste grande, pueda acabar siendo inadecuado, abusivo o contraproducente. Frente a estos peligros han emergido propuestas de someter a reglas e instituciones -inteligentemente diseñadas- los márgenes de actuación de las autoridades.

La principal contribución de Kydland y Prescott demuestra cómo -inicialmente en el entorno de los problemas macroeconómicos de los años ‘70- la creencia de los gobiernos de que elegían las políticas monetarias y fiscales que creían más adecuadas para regular la economía podía generar dinámicos procesos inflacionarios no deseados.

Es decir que han ayudado a constatar cómo las políticas económicas podían perder efectividad a medida que los agentes económicos (empresas, sindicatos, consumidores, etc.) las anticipaban. Entonces, lo que debe demostrar una autoridad económica es que la mejor opción es establecer compromisos creíbles antes que caer en la tentación de ‘sorprender’ continuamente a los mercados.

Por un lado, es muy importante en la Argentina de hoy día comprender la importancia del concepto de ‘credibilidad’ en la formulación de las políticas económicas. Hoy parece obvio -incluso hasta el abuso, a la vista de que descalificar a cualquier propuesta como ‘poco creíble’ se ha convertido en la gran arma retórica en todo debate- que un requisito para la eficacia de las políticas es que resulten creíbles a los agentes económicos.

Tres
Kydland y Prescott fueron pioneros en la argumentación de que la efectividad de las políticas económicas dependía de la interacción entre las políticas instrumentadas y las expectativas sustentadas por los agentes.

En especial, en la demostración de que, a menudo, la falta o pérdida de credibilidad de las políticas económicas -derivada de una trayectoria inconsistente- es tan importante o en ocasiones mucho más que la mera solvencia técnica de unas determinadas medidas.

Por otra parte, que probablemente era mejor establecer unas reglas coherentes y consistentes –como, por ejemplo, compromisos antiinflacioniarios gestionados por bancos centrales independientes-.

Estos conceptos han dejado huella, tanto en las recomendaciones seguidas por muchos países en la reforma de sus instituciones y políticas monetarias y fiscales, entre los que obviamente no puede dejar de mencionarse los principios consagrados acerca de la gestión del euro por el Banco Central Europeo bajo la prioridad de la estabilidad de precios y políticas fiscales.

Tal vez es casualidad, o no, el entorno en que se elaboraron las ideas centrales de Kydland y Prescott fue la economía mundial de los años ‘70, con precios del petróleo por las nubes y una ansiedad cercanas a las de estos tiempos. Momentos de desorientación proclives a ‘tentaciones’ a las que ambos intentaron contraponer la necesidad de coherencia o ‘consistencia temporal’, para evitar que remedios que parecen útiles a corto plazo tengan un impacto desestabilizador a medio plazo -cuando los agentes revisan sus expectativas- que puede llegar a ser contraproducente.

Es verdad que provoca controversias el mensaje de que hay que mantener un marco estable y creíble, sin distorsiones artificiales, con políticas públicas sólo sostenibles a largo plazo.

En la Argentina 2004, Kydland y Prescott serían considerados acérrimos opositores a Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Roberto Lavagna.

Pero debe señalarse que, hoy día, incluso las formulaciones lúcidas de las ‘intervencionistas’ modernos -que conforman el neokeynesianismo- asumen y aceptan las críticas y formulaciones derivadas de la necesidad de mantener estrategias de ‘consistencia temporal’.

Cuatro
Las teorías de Kydland y Prescott fueron determinantes también para demostrar que bancos centrales que son independientes generan menos inflación que los bancos centrales que dependen de gobiernos.

Sus conclusiones acerca de la necesaria independencia de los bancos centrales conservan toda su vigencia, al existir evidencia de que "aquellos bancos centrales independientes generan menores tensiones inflacionistas que los sometidos al control gubernamental".

Cinco
El último aporte de Kydland y Prescott se relaciona con el papel central que los autores otorgan a los ‘shocks’ tecnológicos, especialmente a las innovaciones.

Parece especialmente relevante no sólo luego de más de una década de debate acerca de la incidencia de la ‘nueva economía’, sino de cara a sistematizar la dinámica de una sociedad basada en la economía del conocimiento.

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