Iraq amenaza con devenir en un Armagedón

Pese al optimismo del gobierno estadounidense por el nuevo gobierno iraquí, la situación es dramática y podría ser peor en un futuro próximo.

MOSCÚ (Especial para Urgente24).-  "La guerra civil en Irak ya comenzó", declaró el 8 de abril en un reportaje concedido a la televisora Al Arabia, el presidente de Egipto Hosni Mubarak. "La guerra civil no golpea a las puertas, como usted dice –respondió a la pregunta del periodista-. La guerra civil en Irak ya se desenvuelve. Los shiítas y los sunnitas combaten entre sí".
Ese mismo día el 1er. ministro de Iraq, Ibrahim ad-Jaafari desmintió esta declaración y el presidente de Irak Jalal Talaban expresó su preocupación por los dichos de Mubarak sobre que "la mayoría de los shiítas son leales a Irán y no a aquellos países en los que viven". E incluso el habitualmente moderado gran ayatollah de Iraq, Ali al-Sistani le envió al presidente egipcio un mensaje con la expresión de sus desencanto.
Una semana después ningún diplomático iraquí se presentó a la sesión del comité sobre Irak de la Liga de Países Árabes, aunque la Liga de ninguna manera responde por las declaraciones cada uno de sus miembros.
Pero, a excepción de Siria y Yemen, todos sus países miembros están dirigidos por sunnitas. Y con su protesta Bagdad sólo confirmó lo que había señalado el presidente de Egipto: la identidad religiosa de los shiítas iraquíes ya es más fuerte que su identidad panárabe.
Ahora la división entre Irak y sus vecinos árabes habrá de crecer exponencialmente, lo mismo que crece la fractura dentro de la propia sociedad iraquí. Ya que su fuerza motriz justamente será la misma guerra civil sobre la cual habló el presidente de Egipto. La primera guerra religiosa del siglo 21.
Los países de cultura europea están acostumbrados con bastante racionalidad a explicar las guerras y algunos otros epifenómenos menos significativos de la política mundial, por lo general por motivos económicos.
Así es que la mayoría de los europeos están convencidos de que la intervención norteamericana en Irak se explica por el deseo de Washington de poner bajo su control el petróleo iraquí.
En mucho precisamente por esto la gente de Occidente está incapacitada para comprender la mentalidad de los fundamentalistas islámicos, que manejan pensamientos escatológicos y ven en la invasión de los norteamericanos a Irak algo totalmente distinto: el deseo de crear el Gran Israel. Lo que a su vez ha sido para ellos la señal escatológica de la inminente gran batalla entre el Bien y el Mal.
"La tierra de la Mesopotamia no es parecida a ninguna otra. Sabemos de la religión del Señor, que la auténtica y decisiva batalla entre los infieles y el Islam debe desarrollarse aquí. Por eso no debemos ahorrar esfuerzos para fortalecernos en eta tierra. Y posiblemente el Señor entonces lleve a cabo algo –señalaba Abu Musab al Zarkawi al Armagedón en su carta a Usama ben Laden hace dos años -.
Los norteamericanos, como usted sabe, entraron a Iraq sobre la base de un contrato que funda el estado del Gran Israel (por cuanto) esta administración norteamericana sionista cree en que la creación del Gran Israel acelerará la llegada del Mesías. Y concluyó una alianza con los shiítas".
Zarkawi  desde el principio desató el terror contra los shiítas como "traidores a la fe", procurando su transformación en una guerra religiosa total con la incorporación de los 'jijjadistas' de los estados árabes vecinos.
Esta guerra religiosa comenzó el 22 de febrero del corriente año, cuando terroristas desconocidos dinamitaron la Mezquita Dorada en Samarra: unas pocas horas después de la explosión ya decenas de pick-ups con la juventud shiíta armada del Ejército del Majdí, de Mukatad al Sadr comenzaron con el terror masivo de respuesta contra la población sunnita.
Peor aún, a este terror se incorporaron los 'escuadroes de la muerte' de los agentes del ministerio del Interior de Irak, controlado por militantes shiítas de las brigadas de al-Sadr. Así que ahora en Irak a manos de los milicianos shiítas perece más gente que por los ataques terroristas.
Las ambiciones políticas del sismo están plasmadas en la comunidad de los '2 en 10', que domina en Irán, Irak y el Líbano. Sus miembros reconocen como sus guías espirituales a los doce imanes de la tribu de Alí, uno de los más cercanos seguidores del Profeta. Además, de acuerdo con su fe, el duodécimo imán desapareció a edad temprana en 873/874.
Este es el llamado oculto imán, que debe presentarse ante Armagedon en calidad de mesías (Majdí). Además debe presentarse, de acuerdo con el mito, en Irak, donde ya lo espera Multad al-Sadr con su insurrecto Ejército del Majdí.
En relación con Israel la concepción escatológica de los shiítas apenas se diferencia de la sunnita: en estos días el líder espiritual de Irán, el ayatollah Alí Jamenei, hablando en una conferencia en apoyo a los palestinos, acusó a los EE.UU. de conspiración.
El objetivo de esta conspiración es colocar al Cercano Oriente bajo el control de Israel y por eso hoy todo el mundo islámico debe mirar la causa de Palestina como la suya propia.
"Palestina debe ser devuelta a los palestinos", afirmó el líder espiritual del Irán. "Israel marcha a su propia muerte", lo respaldó el presidente iraní Mahmud Ajmadinedjad.
Sin embargo, si la causa de Palestina une a shiítas y sunnitas, la explosión de la "Mezquita de Oro" y el comienzo de la guerra religiosa en Irak amenaza a Teherán con un enfrentamiento directo con sus vecinos árabes, las elites sunnitas que están en el poder en todos los países árabes a excepcion de Siria y el Yemen.
Las palabras de Hosni Mubarak sobre que "la mayoría de los shiítas son leales a Irán y no a los países donde viven", es una advertencia en primer lugar a Teherán y no a Bagdad. Luego de la victoria de la revolución jomeinista en irán las relaciones diplomáticas entre el Cairo y Teherán fueron rotas y el primero ve con mucha prevención cualquier signo de posible "exportación de la revolución" desde Irán.
Esto no es casual: recisamente esta exportación generó los primeros enfrentamientos entre shiítas y sunnitas en Pakistán. Donde en respuesta al financiamiento por Irán de los militantes talibanes, Arabia Saudita comenzó a financiar a las organizaciones militares sunnitas.
Pero sin embargo estos enfrentamientos fueron apenas un pequeño epifenómeno en el contexto del fenómeno principal de ese tiempo: el conflicto entre las civilizaciones soviética e islámica en Afganistán.
Más tarde, luego de la larga y sangrienta guerra con Irak, Teherán perdió el gusto a la "exportación de la revolución". Al tiempo que los jijjadistas suniitas, envalentonados por la victoria sobre los shurabi en Afganistán, se lanzaban a exportar su variante de revolución islámica por todo el mundo.
Pero ahora, luego de un nuevo choque de civilizaciones en Irak, los fracasos de los EE.UU. y la llegada al poder en Bagdad de la teocracia shiíta de nuevo despertaron la pasión revolucionaria de los iraníes. Un reflejo de esto es el nuevo presidente de Irán, Mahmud Ajmadinedjad.
"Si los EE.UU. no cambian su política, en Irak estallará una guerra civil que conducirá a la intervención armada de Iran en el sur y de Turquía en el norte", afirmó ya el año pasado el ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudita, príncipe Saud al-Feisal.
Agregando, en un modo absolutamente rudo para los diplomáticos sauditas, que "luego del retiro de las tropas iraquíes de Kuwait (en 1991) nos hemos esforzado por no permitir la penetración allí de los iraníes. Y ahora el país sencillamente es entregado a Irán. Bajo las narices de los militares norteamericanos y británicos los militares iraníes se desplazan libremente por Irak, financian y colocan en todos lados a su gente, forman unidades policiales y milicias partidarias".
La irritación de Er-Riad puede comprenderse: además de que esta guerra fortaleció abruptamente la influencia en la región de su competidor principal, ella además incitó a Al-Qaeda a transferir las acciones armadas dentro del país.
Además Arabia Saudita puede enfrentarse con resistencia de parte de su minoría shiíta si las autoridades sauditas no ponen fin a las manifestaciones de discriminación de shiítas, según advirtió hace algunos meses el Grupo Internacional de Crisis. Pues ahora, luego de derrocar en Irak a Saddam Husein, las ambiciones de los shiítas sauditas crecieron especialmente, se dice en el documento.
La actual situación en mucho es similar con la situación es similar con la que existía a finales de la década del 70 del siglo pasado, cuando el nivel de autoconciencia de los shiítas saudíes había crecido significativamente a influjos de la revolución islámica ocurrida en el Irán shiíta  en 1979.
Las protestas de los shiítas que surgieron entonces contra la situación humillante de gente de segunda calidad fueron cruelmente aplastadas por las autoridades saudíes.
Pero ahora, luego de la caída del régimen de Saddam Husein, ¿quién puede impedir a los militantes de Muktada al-Sadr acudir en ayuda de sus correligionarios en Arabia Saudita? Especialmente si se toma en cuenta el hecho de que los wahhabitas saudíes combaten abiertamente del lado de sus correligionarios en Irak.
Entre tanto, al-Zarkawi tiene razón: cuanto más cruel sea la guerra religiosa entre shiítas y sunnitas, tanto mayor será la escala de su financiación. Ya que, si para contrarrestar la influencia shiíta Arabia Saudita financia a los militantes sunnitas incluso en la lejana Pakistán, tanto más no los descuidará en el fronterizo Irak, donde los enfrentamientos, ya estallando o ya apagándose, se prolongan por más de diez años. Esta guerra es para largo, ese es el epifenómeno del choque de civilizaciones.

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