Fármacos hasta en la ensalada

Lentamente crece la tendencia a generar auténticas farmacias verdes al aire libre que crecen al lado de plantaciones de maíz, tomates u otros productos de gran consumo. En USA, existen alrededor 300 campos de experimentación que dejan a los terrenos vecinos destinados a la alimentación humana expuestos a la invasión del polen de las biofábricas de medicamentos. Para añadir intriga, las autoridades mantienen en secreto la localización de estos cultivos.

La biotecnología va abriendo una nueva vía de experimentación bautizada como biofarmacología. Su objetivo es introducir genes humanos o víricos en plantas como el maíz, la soja o el tabaco para convertirlas en centros de fabricación de proteínas que tras ser extraídas del vegetal se emplearán en el tratamiento de diferentes patologías o como vacunas.
Así, la biofarmacología una posible vía para incrementar la producción y sus beneficios. Su argumento es que se bajarán los costes de producción, aunque algunos analistas dudan de esta afirmación. Entre los detractores se encuentran expertos en genética, en toxicología y organizaciones ecologistas preocupados por el impacto de esta práctica sobre la salud pública inmediata, la herencia genética de generaciones futuras y el medioambiente, incluyendo la fauna y la flora.
En estos momentos se está investigando este sistema de producción en 400 sustancias con actividad terapéutica. La localización de los campos de experimentación se mantiene bajo el más estricto secreto para el público y para los granjeros vecinos, con objeto de preservar la propiedad intelectual de las compañías biotecnológicas, según se recoge en un informe aparecido en julio de este año sobre los potenciales riesgos de la biofarmacología. El texto está firmado por expertos en genética, nutrición y ecología y ha sido presentado de forma oficial por las organizaciones internacionales Friends of the Earth (Amigos de la Tierra) y Genetically Engineered Food Alert (Alerta sobre Alimentos Modificados Genéticamente).
* Riesgos
Según cita El Mundo, un prestigioso biólogo estadounidense, Barry Commoner, publicaba este mismo año una revisión de la literatura científica sobre alimentos transgénicos en la que aseguraba que "las plantas genéticamente modificadas que se están cultivando representan un experimento masivo e incontrolado cuyo resultado es intrínsecamente catastrófico". Al hilo de este artículo, el director del Centro de Seguridad Alimenticia de USA criticaba las campañas de las compañías biotecnológicas sobre la seguridad de este tipo de productos diciendo: "Ahora vemos que sus reivindicaciones estaban basadas en suposiciones falsas que no se atienen a una revisión científica rigurosa".
Esta acusación se fundamenta en las muchas certitudes que han caído con los resultados del Proyecto Genoma Humano. Con él quedó patente el desconocimiento que todavía existe sobre el ADN. No sólo se ha descubierto que existen pequeñas diferencias genéticas entre un humano y otros seres vivos más simples, sino que no se sabe aún el papel que desempeña una buena parte de la doble hélice. A estas lagunas hay que añadir el complejo mundo de las proteínas. Particularmente, el hecho de que una misma secuencia del ácido nucleico puede generar una variedad de cadenas proteicas diferentes, de modo que no es sólo la composición química la que determina los productos proteicos que se sintetizan.
En estos momentos, la mayoría de los expertos en genética y de otros investigadores biomédicos admiten la importante contribución del entorno en el desarrollo de enfermedades. De modo que asumir que la inserción de un gen va a producir sólo el efecto deseado y no va a impactar en el organismo en su conjunto, es anclarse en verdades ya superadas que no sólo pueden generar importantes riesgos, sino impedir el auténtico progreso. Si estos cultivos se realizan al aire libre, estarán expuestos a la influencia de numerosos agentes externos cuyo impacto es, por el momento, difícil de prever.
Para hacerse una idea del posible efecto para el organismo de ingerir productos contaminados con proteínas humanas hay que subrayar que el objetivo es incrementar al máximo el rendimiento de producción. Las plantas serán, pues, manipuladas de tal manera que cada ejemplar genere la mayor cantidad posible del tratamiento. Por otro lado, la mayoría de las sustancias que se encuentran en experimentación tienen actividades críticas en el organismo humano.
Entre ellas se encuentran anticoagulantes, promotores del crecimiento celular, proteínas con actividad neurológica, componentes del sistema inmune y enzimas que tienen la capacidad de modificar la estructura y los efectos de un gran número de proteínas. Buena parte de estos agentes bioquímicos cumplen su función a cantidades muy precisas, que en algunos casos son ínfimas. Alterar esta proporción mediante la ingesta accidental de alimentos que contengan estas proteínas podría provocar importantes reacciones en los individuos sanos. En el informe se utiliza la expresión "la dosis hace el veneno".
Existen varias técnicas para insertar genes humanos en el genoma de la planta. Una de ellas se basa en el empleo de una pistola genética, como se ilustra en el gráfico adjunto. Otras pasan por la manipulación de microorganismos, virus o bacterias, que atacan a las plantas. En estos casos, el fragmento de ADN que codifica la sustancia que se empleará como tratamiento se introduce en el genoma de los patógenos y posteriormente se infecta la planta. De este modo, el vegetal enfermo es obligado a producir las proteínas del virus y, al mismo tiempo, la de su pasajero genético con actividad terapéutica. Tanto el informe como Castresana coinciden en afirmar que el agente infeccioso modificado puede transmitirse a otros seres vivos.
Extracto de artículo publicado en el diario El Mundo

Dejá tu comentario