'EL CIELO POR ASALTO'

Claves de la guerra que perdieron ERP y Montoneros

Fue una guerra irregular, terrible, sin códigos y con 2 demonios sueltos. Carece de rigor histórico el intento ladriprogresista de reescribir el pasado reciente. Podrán contárselo a quienes no lo vivieron pero hay muchos que conocen qué ocurrió... y al Frente para la Victoria no le queda tanto tiempo en el poder: la economía viene por ellos, la estanflación se los llevará, irremediablemente. En tanto, Vicente Massot presentó un libro muy interesante, tabú para los tiempos que corren: 'El Cielo por Asalto - ERP, Montoneros y las razones de la lucha armada' (Editorial El Ateneo). Urgente24 reproduce un fragmento.

 

 
por VICENTE MASSOT
 
 
"(....) Muchos años después, Mario Eduardo Firmenich le contestaba a Felipe Pigna algo que revela el error irreparable en el que incurrieron:
 
 
"Éramos conscientes de que se nos venía encima la dictadura. No alcanzamos a prever el grado de criminalidad que tendría la táctica del desaparecido. Nos imaginamos que esta iba a ser una dictadura más dura, más represiva que todas las conocidas. Para decirlo de algún modo burdo, sería igual que las dictaduras conocidas, pero un poco peor, multiplicado por algún factor. Si antes había Cámara Federal especial, que se conocía como 'el Camarón', bueno ahora habría leyes más duras, más rígidas y más cámaras especiales. Si antes había diez días de incomunicación al detenido, ahora habría veinte o treinda. Si antes había limitaciones al derecho de defensa, ahora habría más limitaciones. Si antes había menos muertos ahora habría más muertos en combate. O sea, a algunos de los heridos los dejarían morir. Una represión de la misma calidad, pero en mayor medida".
 
Los presupuestos tácticos que motivaron la recusación de los dos grupos guerrilleros a dejar las armas ante el 60% de los votos cosechados por la fórmula Perón-Perón en septiembre de 1973 continuaban vigentes en marzo de 1976: en tanto y en cuanto las Fuerzas Armadas no resultaran disueltas o quedasen subordinadas a un poder verdaderamente popular y revolucionario, seguirían siendo el brazo represivo por excelencia de la burguesía.
 
Su convicción de que podían vencerlas era unánime, y si acaso hubo planteos contestatarios en las cúpulas del ERP y de Montoneros, se hicieron oir después. Las razones que esgrimió Rodolfo Walsh fueron posteriores al golpe. Su informe a la conducción llevaba fecha del 2 de enero de 1977. El escritor y cabeza de la inteligencia clandestina de la organización en la cual militaba, consideraba que se estaba desarrollando en la Argentina una lucha de clases y no una guerra. Correspondía, entonces, privilegiar la política con base en el peronismo. El Movimiento Montonero, de reciente creación, debía, como en los ejemplos arquetípicos del marxismo, crear la vanguardia y no a la inversa. Lo mismo corresponde decir de las tardías conclusiones autocríticas que hicieron tanto Santucho como Julio Roqué, por ejemplo, ninguna de las cuales terminaba de dar en la tecla. 
 
Recién antes de morir el jefe del ERP expresó en el buró político del PRT:
 
"Nos equivocamos en la política, y en subestimar la capacidad de las Fuerzas Armadas al momento del golpe. Nuestro principal error fue no haber previsto el reflujo del movimiento de masas, y no habernos replegado. Por lo tanto, debemos desmilitarizar la política, replegar al Partido en los centros obreros y disolver la Compañía de Monte hasta que un nuevo auge del movimiento popular, aproximadamente dentro de un año, o un año y medio, nos permita relanzarla."
 
Lo que ignoraban quienes percibieron parte de los errores cometidos era el grado de atención que su despliegue, después de la asunción de Cámpora, había generado en los Estados Mayores de las Fuerzas Armadas. Suponer como Walsh y Santucho que, a condición de hacer abandono de los pujos militaristas del pasado, estarían en capacidad de reagruparse, organizar la resistencia y volver a la lucha armada en un par de años, significaba no comprender lo que habían decidido "del otro lado de la colina".
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El desprecio del ERP y Montoneros respecto de los militares argentinos no era recíproco. Nadie en el Ejército y la Armada los subestimaba. No solo eso, el pensamiento extendido en los altos mandos de las tres fuerzas era que los movimientos insurreccionales se habían constituido en una alternativa de poder seria y cierta. El plan de exterminio de la subversión cobró sentido a partir de la premisa mayor del razonamiento castrense: el triunfo del ERP y Montoneros suponía la clausura de una civilización y de unos valores -occidentales y cristianos, en el lenguaje de esos tiempos-, que era obligado defender.
 
Así como, para las guerrillas, las Fuerzas Armadas resultaban "el brazo armado del imperialismo yanqui y sus aliados nativos", a las que era necesario destruir y, sobre sus escombros, "tomar el poder para la clase obrera y el pueblo, y lograr la liberación construyendo el socialismo", así las Fuerzas Armadas tenían a los movimientos subversivos como la punta de lanza del comunismo internacional dispuesto a transformar la Argentina en otra Cuba.
 
Carlos Olmedo (...) describió como ninguno de sus camaradas de lucha el efecto que las guerrillas habían tenido sobre sus enemigos:
 
"El año 70, y la propia prensa del régimen lo reconoce, fue el de la presencia del método de la lucha armada. Ellos dicen presencia del terrorismo, lo cierto es que los aterroriza la presencia del método revolucionario."
 
Pero aterrorizar al bando contrario en una guerra puede tener consecuencias inesperadas para sus responsables. En la respuesta de la derecha peronista y luego de las Fuerzas Armadas, sin sujeción a normas jurídicas regulares, latió el miedo a perder no la propiedad sino un estilo de vida. Malgrado las exageraciones -algunas, verdaderamente groseras- de los dos bandos en pugna al momento de describirse mutuamente, el meridiano de la cuestión no pasaba por las teorizaciones concernientes al enemigo sino por el diagnóstico capaz de determinar dónde estaba cada uno. Ya fue citado Firmenich, para el cual "un guerrillero equivalía, cálculo mínimo, a diez soldados regulares". En cuanto a Santucho, dejemos que Héctor Jouvé -un viejo integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP)- cuente su conversación acerca del tema, a finales de 1973:
 
"Yo no estaba con ningún grupo armado en ese entonces, y le decía: "Creo que vamos a perder y vamos a tener los muertos del lado de nosotros".
(...)
"Por favor", me dice, "nosotros somos mucho más que ellos".
 
Y yo le dije: "¡Sí! En las ilusiones... Ellos tienen a nivel de fuerza represiva de 270.000 a 280.000 hombres y nosotros 30.000 combatientes, suboficiales y oficiales...".
 
Y me dice: "Entonces somos mayoría. ¡Si somos 300.000! Un combatiente revolucionario vale 10 de ellos".
 
Y le digo... "cada uno de ellos va a valer y ser igual que dos de nosotros o la mitad por lo menos, no va ser uno a diez".
 
"¡Pero no -me dice-, vos no entendés que esto se cae, es cuestión de soplarlo y se cae!".
 
Al filo del 24 de marzo las facciones partisanas tenían la siguiente radiografía del enemigo principal que estaba a punto de asumir el control del país:
 
1) las Fuerzas Armadas carecían de una doctrina de guerra para la situación que enfrentaban;
 
2) no tenían suficientes fuerzas especiales a los efectos de combatir a la guerrilla;
 
3) ni sus oficiales ni tampoco los suboficiales estaban ideológicamente preparados;
 
4) nunca habían peleado una guerra; y
 
5) no eran capaces de resolver la contradicción de considerarse defensores de la nación y servidores de los intereses de quienes la estaban sojuzgando. (...)".

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