DESPUÉS DE LOS OKUPAS DE DICIEMBRE

Una deuda de la democracia o la explosión social

No sería apropiado que los acontecimientos de diciembre en el Parque Indoamericano y otras ocupaciones ilegales cayeran en saco roto. La deuda de la democracia es fuerte y creciente en el aspecto socioeconómico. Y también en el sociocultural. Ciudad de Buenos Aires y Rosario son 2 metrópolis de incesante arribo de personas que buscan reducir su indigencia, aunque no siempre lo consiguen. El tema merece debate y acción consecuente. Aqui un aporte:

 por RAÚL ACOSTA (*)

 
ROSARIO (La Capital). ¿Fracasó la justicia social? La discusión, la preocupación, en las redacciones periodísticas activas, no se aleja de un tema: acciones violentas de la sociedad. La suma de factores agranda el producto. No se logra entender su alto gradiente positivo.
 
El año vencido lo tiene como el acontecimiento decisivo de la sociedad.  El 2010, a la vez, sumó un elemento que no debería soslayarse. El censo poblacional.
 
Los estallidos y la cantidad que somos, dónde estamos y cómo vivimos han sido los verbos comunes que cruzaron la sociedad.
Estudiando el censo se podría dibujar un mapa de las corrientes de desesperación (también de holganza) que tejen el país. De dónde vienen los expulsados del tejido. Donde se refugian. Provincias que tienen alto índice de natalidad y cada vez menos pobladores no son tratadas como lo que son: un problema. El censo es una radiografía. Nadie se piensa enfermo. Recordemos que hay provincias terminales.
 
La base común es la híper miseria que trae a un lugar, que se acepta miserable, donde las cosas, créase o no, son mejores que en el origen. La miserabilidad extrema debería hacer reflexionar a muchos. No es teoría. El parto de la violencia la conoce, es una de sus raíces. Lo infrahumano se desentiende de libros, coloquios y palabreríos. No es teoría.
 
Los politólogos hacen agua especulando sobre modelos europeos y África invadiendo. Abandonan el intento de explicarnos por lo que somos, que sería, al cabo, explicarse. Así es el amor. El desamor, en realidad.
 
El censo fue un acto de gobierno. Ahora debería venir lo bueno.
 
Mapa sobre el mapa, los estallidos tienen un correlato con las migraciones, las usinas de bonos, vales y planes. Esclavitud siglo XXI. En el censo está impresa la violencia. No debe existir un dato más irreprochable para el análisis. Y no lo hay. Escapar de los números del censo es escaparse.
 
El oficialismo debería mencionar el censo para discutir políticas de estado,  es poco menos que irrefutable. No lo hace. Para la oposición es el dato central de su fiscalía. Lo omite. En esos números oficiales aparece la pobreza, la marginalidad, la tierra yerta, el latifundio y el minifundio, los conglomerados urbanos y su falta de agua, luz, vacunas, escuelas, redes de contención, las esperanzas muertas, los muros de la discriminación entera. No hay gobierno que pueda negarlos. Hoy, oficialmente, somos 70 y 30. El 70% de muy bueno, bueno y regular. Lo malo siempre es demasiado.
 
La villa, el paco, los que consumen, los que venden, los que alquilan casas para vender drogas, armas para sostenerlas, asociaciones para diseminarse. El imperio de la coca armando eso: su propio territorio, liberado. La cultura de la droga es el contra paisaje.
 
El mínimo hilo de agua servida mojando las villas, los chicos con moco, los jóvenes durmiendo su resaca, la complicidad del miedo en las mujeres violadas, sometidas, complicadas, se convierte en embrión postal. El sociólogo, el politólogo, en ése instante, debe pensar que la teoría se está yendo con el “dealer” de la segunda manzana de la ciudad oculta. Que no vuelve. Esa foto, fija, es sociología en movimiento.
 
Susan Sontag diría: “una fotografía es la mayor mentira de la sociedad, porque deja fija una realidad que ha muerto, así como la foto del enamorado no trae ni el enamorado aquel ni el sujeto mayor que convocaba: el amor”. Susan Sontag en Puente Gallego, derecha, según se va al infierno, obtendría una fotografía maldita. Que se renueva. Y es cierto, no hay amor.
 
Los funcionarios convertidos en cronistas nos dicen que un grupo de 15 personas ha cortado una calle reclamando algo. No pueden resolver el momento, y el momento, ante el fracaso en la gestión pública, se volverá eternidad. Convivimos.
Peor: es la decisión política la que otorga documento de identidad a la violencia, el desmán, el despropósito, la incertidumbre, el miedo. El terror. ¿Es esta una nueva propuesta del terrorismo urbano? Si. Si señor.
 
Como en el combate desigual contra la mancha de humedad y la bacteria de quirófano, sólo reconstruyendo basalmente  se soluciona. Si no es así, bueno, es no.
 
El censo dice que, en Argentina, hay un 30% de muy malvivir.  Un periódico cordobés reveló, la semana pasada, que mas del 50% de las poblaciones de ésa provincia tienen habitantes muy por debajo de la línea de pobreza. Hay provincias inviables donde ni siquiera esa estadística es posible. Donde la libertad es un imposible. Una mala palabra. A partir del hambre, con sus habitantes disparando a las villas  miserables de los centros urbanos, algunos gobernadores buscan la sobrevida. La reelección. En Argentina hay feudos sin libertad de prensa en serio, con riesgo de vida si se cuenta una versión distinta del día. Los hay por el norte, el sur y  como dice la Walsh: al este y al oeste. Vamos, que contar la verdadera vida en Lanús o La Matanza sigue siendo una tarea pendiente. Peligrosa.
 
Resulta hilarante el cuento de la buena pipa que aparece en paneles televisivos. En crónicas de investigaciones de escritorio.  En las denuncias sobre el dinero que usan los gobiernos sin fijar el punto exacto: el negocio con el perdido, el marginado, el muerto de hambre. Y su destino generacional. Mancha de humedad, bacteria de quirófano.
 
En esta segunda década del siglo la violencia social estalla en los bordes de cada gran ciudad donde necesitamos una antropología, una zoología       distinta para entender el territorio móvil. Fluyen y refluyen (por ahora) de los centros comerciales, las calles del casco urbano, los semáforos, los estacionamientos, los centros de diversión. La estrategia política fracasó. Las tácticas son de supervivencia. Google gobierna. El Facebook dignifica. Hay terror. Hay parálisis por el terror urbano. Internet multiplica el virus.
 
Hay una explosión social. Hay ceguera oficial. Se cree que denunciando un gestor inicial se la puede combatir. Indicar el mal no es curar el mal. Los agentes catalíticos entran en las mezclas, las aceleran y se van. Las injusticias existen. Los agitadores también. Cuando una ministra dice que un muchacho recibe 50 pesos para agitar un río que ya venía revuelto insulta la inteligencia del común. Debería recibir atención personalizada.       Necesita actualización doctrinaria, cuanto menos. A los ministros los designa el Poder Ejecutivo.
 
Hay una explosión social. La explosión social, en Argentina, se está llevando hacia el olvido, la nostalgia, el ayer, una sociedad con reglas claras, conocidas. Con propuestas.
 
La explosión social es el remedo de una revolución. Tiene su impronta. Su injusticia. Su descaro. Su absolutismo. No tiene su vuelo, su destino, nunca se lo propuso. No hay foquismo tardío.
 
No tenemos que entender esta explosión como un hecho prerrevolucionario. Apenas como lo que es: el miedo fabricando una diáspora. Un incendio que originamos sin saber cómo apagarlo. El error de los fatuos. ¿El fracaso de la justicia social?.
 
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(*) Testigo.

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