UN CAMBIO QUE NUNCA SUCEDIÓ

"¿Lenin? ¿Stalin?": Putin no cree en la Revolución de 1917

Vladimir Putin provoca un gran interés en Occidente. No es frecuente que un jefe de inteligencia gubernamental llegue a líder político aparentemente vitalicio. Hay opiniones encontradas acerca de Putin, su relación con USA, qué planes tiene para Europa, sus vínculos reales con China, si su protagonismo ya tocó techo o no. Aquí una aproximación al líder que, más allá de todas las críticas y alabanzas, es cierto que ha puesto en duda que USA resulte la potencia global dominante. El autor, Mikhail Zygar es periodista, escritor y documentalista ruso, ex editor-en-jefe del único canal ruso independiente de noticias en Moscú, Dozhd.

¿Apostar por Donald Trump o apostar por Vladimir Putin? He aquí el dilema para muchos líderes en las zonas de conflicto. Personajes bien diferentes en cuanto a sus orígenes, y trayectorias. Hasta ahora, un éxito lo de Putin porque un país menos industrializado que USA consigue revertir el triunfo de Washington DC en la Guerra Fría, le quita el rol de potencia hegemónica, y otra vez se dividen las aguas tal como en el pasado. USA ha malgastado su victoria de quebrar la ex URSS, demostró que la invasión a Afganistán fue tan errada como la que hizo la ex URSS, y todavía se ignora a qué fue a Irak 2 veces. En cuanto a Putin, una pregunta es si podrá mantener la pulseada. 

Aquí una visión de un opositor suyo, Mikhail Zygar, en el diario The Guardian, de Londres, quien, más allá de plantear las mismas profecías incumplidas sobre la permanencia de Putin en el poder que la revista Foreign Affairs desde hace años, es muy interesante para comprender hacia dónde apunta el verdadero jefe de la inteligencia rusa:

Hace apenas más de 100 años, el emperador ruso Nicolás II abdicó de su trono y su vasto imperio dejó de existir, provocando décadas de cambios que sacudieron al mundo. Sin embargo, este año, ni una sola estación de televisión rusa marcó el aniversario. La decisión de ignorar el centenario surgió de una reunión en el Kremlin en 2016, en la cual el presidente ruso Vladimir Putin dijo a sus asesores que sería innecesario conmemorarlo. En cambio, la ocasión debe ser discutida "sólo por expertos", dijo él. Es decir, que los expertos, los historiadores, son quienes pueden debatir la Revolución; el resto de Rusia no debería ocuparse de tales asuntos.

Esta orden fue luego transmitida por Sergei Kirienko, el nuevo estratega político del Kremlin, a los directores de las empresas de medios estatales de Rusia. Rusia no necesita revoluciones, necesita estabilidad, dijo, de acuerdo con quienes asistieron a estas reuniones. El colapso del imperio se había convertido en un tabú para los medios de comunicación rusos, y al parecer una insignificante nota histórica para Putin.

Sin embargo, Putin no es ningún fanático pro URSS, a pesar de su declaración de 2006 de que "el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX". Las ideologías izquierdistas son ajenas a él. Desde que asumió la Presidencia en el año 2000, ha abastecido al gobierno con ardientes promotores del neoliberalismo, no con neocomunistas ni admiradores de la economía controlada por el Estado. Lo que Putin anhela, por encima de todo, son días de expansiva grandeza para Rusia.

 

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El Putin imperial

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Putin defiende a Siria

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Gran rueda de prensa Putin

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La idea del Imperio ruso, entonces, viene naturalmente a Putin. Pero su versión del Imperio no es una réplica exacta del que tuvo Nicolás II. El suyo es un imperio imaginario y virtual que abarca los rasgos de la Unión Soviética, el cristianismo ortodoxo ruso, la soberanía, el populismo, Josef Stalin, la victoria en la 2da. Guerra Mundial, el viaje de Yuri Gagarin al espacio y los palacios de Catalina la Grande. La ideología de Putin se basa en un sentimiento de la grandeza inherente de Rusia, la idea de que es un país que hay que temer y respetar. Un mundo en el que CNN transmita un documental sobre Putin llamado "El hombre más poderoso del mundo" sería su mejor mundo.

La sabiduría convencional consiste en que, durante el1er. mandato de Putin, el pueblo de Rusia cambió su libertad política por un sentido de seguridad y prosperidad. En el año 2000, gracias a los altos precios del petróleo, muchos rusos estaban mejor que nunca. Pero eso ha cambiado desde entonces. Los rusos están ahora dispuestos a renunciar a una parte de su prosperidad a cambio de un sentimiento de orgullo nacional, dispuestos a sufrir el aguijón de las sanciones o la crisis económica, siempre y cuando Crimea sea parte de Rusia. La mayoría de los rusos no han sentido orgullo de ser rusos desde el colapso de la Unión Soviética, en 1991. A causa de la turbulencia económica que siguió, muchos de ellos se sintieron humillados.

(N. de la R.: Ni hablar de la pérdida de la competición olímpica desde que los deportistas rusos son sospechados de, en forma masiva, inyectarse sustancias prohibidas).

Ahora, para muchos, Putin ha restaurado un sentimiento de orgullo para Rusia. Es como lo que siente un simpatizante de un club de fútbol cuando el equipo gana. Nada cambia: él no se vuelve más inteligente, más saludable ni más rico. Su vida personal no mejora. Sin embargo, casi irracionalmente, el simpatizante se siente más feliz, orgulloso de un logro en el que no desempeñó ningún papel. Para millones de rusos, Putin es ese equipo de fútbol. Y todo lo que hace es ganar.

No obstante, las glorias de Rusia de antaño son mucho más importantes que una nueva victoria sin precedentes, que proporciona combustible a la máquina de propaganda rusa. Como los precios del petróleo cayeron a mínimos históricos, la historia de Rusia ha sustituido a la abundancia de los años de auge como la eterna primavera de la popularidad de Putin.

Visto a través de este lente, 1917 es el año más incómodo posible para la propaganda rusa. En la historia de la caída del imperio ruso, no hay ningún personaje con el que Putin pueda equipararse. No hay un Stalin, el hombre que llevó a sus compatriotas a la victoria en la 2da. Guerra Mundial (nunca se ha comparado personalmente con Stalin), y no hay un Nicolás II, ese perdedor que entregó un imperio. Tampoco puede equipararse a Vladimir Lenin, el revolucionario que destruyó un imperio. (Putin no oculta su antipatía hacia Lenin, refiriéndose a él como el hombre que puso una bomba atómica en Rusia).

Y Putin ciertamente no puede compararse a los revolucionarios democráticos que gobernaron el país durante un tiempo, a partir de febrero y octubre de 1917. Gracias a sus esfuerzos, Rusia se convirtió, durante un breve período, en el país más progresista del mundo, la 1ra. nación en Europa en abolir la pena de muerte y uno de los primeros en introducir el sufragio universal, incluso para las mujeres.

Durante esos meses, la sociedad civil fuerte y libre de Rusia trató de tomar el destino del país en sus propias manos, inspirado por artistas como Wassily Kandinsky, el compositor Igor Stravinsky, el director Constantin Stanislavski, el fundador de Ballet Russe Serge Diaghiliev y escritores y poetas como Mikhail Bulgakov y Anna Akhmatova.

De hecho, el 1er. primer ministro democrático de Rusia, Georgy Lvov, era un amigo y seguidor de León Tolstoi, y trató de implementar un ideal utópico para crear un Estado no violento. Renunció en julio de 1917 tras el 1er. intento de los bolcheviques de ejecutar un violento golpe de Estado: Lvov no admitía llevar armas para reprimir un levantamiento. Su reemplazante, Alexander Kerensky, fue un líder carismático de la Revolución de febrero, quizás capaz de convertirse en un dictador suave o un Mustafá Kemal Atartuk ruso. Pero él también quería seguir un camino occidental y democrático. Y al final fue derrocado por Lenin, un dictador mucho más brutal.

Sin embargo, para la ideología contemporánea de Rusia, ni una gran cultura ni una poderosa sociedad civil son importantes. Lo que es importante, en cambio, es un Imperio ruso victorioso. Cualquier cosa que no encuadre con esta imagen puede ser descartada.

Hay que considerar un aspecto de la propaganda rusa contemporánea que recuerda las revoluciones de 1917. Según la televisión estatal rusa, la oposición está integrada por integrantes de organizaciones no gubernamentales occidentales y agentes de servicios de inteligencia. Cualquier revolución es siempre el resultado de una conspiración o intromisión extranjera, al parecer. La teoría oficial de la conspiración rusa, martillada por la televisión rusa cada día y creída por Putin, nos dice que la revolución ucraniana de 2014 fue organizada y pagada por los estadounidenses, igual que las revoluciones de la Primavera árabe.

Ahora, vemos aparecer el mismo tipo de teorías en los medios de comunicación estatales acerca de las varias Revoluciones de 1917. La Revolución de Febrero, que derribó a Nicolás II, ahora se dice que fue patrocinada por los británicos (a través de los esfuerzos del muy activo embajador británico George Buchanan). La Revolución de Octubre, que llevó a los bolcheviques al poder, fue supuestamente financiada por los alemanes, que ayudaron a Lenin a llegar a Rusia y realmente necesitaban su ayuda para terminar con la 1ra. Guerra Mundial.

Por cierto, la Rusia de hace 100 años estaba inundada de teorías de conspiración similares. En 1917, el Estado zarista ruso consideró a todos en la oposición como traidores que habían vendido sus almas a los británicos, mientras que la oposición liberal creía que el gobierno estaba arrastrándose ante espías alemanes. Hoy en día, se acepta que no hubo conspiraciones, ni británicas ni alemanas, que configuraron los acontecimientos de 1917.

Lenin no era un espía, a pesar de que las autoridades de Berlín le permitieron a él ya sus bolcheviques pasar a través de Alemania durante la guerra en su camino de regreso a Rusia, donde esperaban que él ejecutara su revolución (y, con suerte, retirase a Rusia de la guerra). En verdad, en aquellos tiempos se gastó una cantidad enorme de energía luchando contra las amenazas imaginarias de Occidente en lugar de las reales. Y cuando el caos de la Revolución genuina descendió, todo se vino abajo. No quedaba nadie para defender a Nicolás II: todos los que le habían sido leales antes de su abdicación habían desaparecido.

El gobierno ruso de hoy no teme una revolución. Incluso las recientes protestas contra la corrupción en varias ciudades rusas aún no impresionan al Kremlin. Esos manifestantes eran jóvenes hipsters, están convencidos los de Putin, y la gran mayoría de los rusos seguirá siendo absolutamente leal. El Kremlin está seguro de que todo es estable, de que la gente está orgullosa de su Presidente y que no hay motivo para preocuparse. Y tienen razón. Pero en su día, el Imperio ruso parecía aún más estable. Todo el mundo sabía lo que pasaría con el Imperio de Nicolás II: Sería gobernado por su hijo, Alexei. La estabilidad rusa de hoy es mucho menos predecible.

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