VUELVE EL SÍNDROME DE BIANCHI EN BOCA

El Círculo Rojo, a la carga Barracas por un plan y un ministro

Mauricio Macri, a quien el buen resultado electoral parece haberlo obnubilado de la difícil situación económica que persiste tras dos años de gestión, impacientó a los “influyentes informados y pensantes” de su electorado. A los “liberalotes” (como les dice Fernando Iglesias) más que a los moderados. Algo parecido había sucedido cuando ganó el balotaje en 2015 y no hizo lugar a los reclamos para que dejara de lado la euforia e hiciera un inventario crudo de la crisis heredada del kirchnerismo. Ya le pedían por entonces un ministro que tuviera espaldas para pilotear tormentas y un plan económico. Se negó entonces y lo hace ahora, cuando superó la prueba de octubre pero el país sigue atascado en los problemas macroecónómicos sin resolver, como la inflación, el déficit fiscal, un gasto público exagerado e ineficiente, una deuda que se torna bola de nieve, atraso cambiario, demasiada bicicleta financiera con poco y nada de inversión genuina. Gradualismo, inacción, desorden en la gestión agolpan muchos nombres y apellidos pero e baja prosapia y ninguna solución. Macri se resiste a repetir la experiencia de cuando era presidente de Boca, cosechó todas las copas nacionales, continentales y del mundo imaginables que lo proyectaron a la política, pero tuvo que compartir las mieles del éxito con el entrenador Carlos Bianchi. Como Néstor Kirchner, deplora a la galería de los notables como los Martínez de Hoz, Cavallo, Sourrouille, Lavagna, y quizás en un punto la historia le dé razón: Argentina batió el récord de ministros de Economía en horas durante los cambios institucionales del 2001-2002. Se registran 7 años de virulentas crisis en medio siglo. Hubo 33 ocupantes del máximo sillón del Palacio de Hacienda, a un promedio de duración de 1,3 años cada uno. Pero siempre seguimos hablando siempre de lo mismo.

Varios meses de angustia contenida vivió el gobierno de Cambiemos desde la previa de las PASO de agosto y la elección de medio término de octubre último, cuando parecía que el “huracán Cristina” le pasaba por encima, con el riesgo de herir de muerte la gobernabilidad y alejar la posibilidad de una reelección en 2019.

Interminables y contradictorios ajustes económicos, una persistente inflación, caída del consumo y zozobra en el empleo habían puesto a la sociedad de punta contra el macrismo, pero el espanto que causaron las revelaciones sobre corrupción de sus antecesores, con que el oficialismo y el paraoficialismo inundaron los tribunales y la opinión pública, fue desactivando la bomba CFK, más por espanto que por amor o reconocimiento al contrincante de la Casa Rosada.

Ganó Cambiemos y lo festejó como hazaña. Veneró al estratega electoral Jaime Durán Barba y ensalzó la figura de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Pero la euforia ante un resultado inesperado hacía cuatro meses mutó en soberbia y olvidó la letra chica y subjetiva de ese éxito.

Habría que retroceder en la historia para sintonizar a un rey de Epiro, llamado Pirro, que derrotó a las legiones romanas a costa de muchísimas pérdidas en su ejército, lo cual al término de la sangrienta batalla lo hicieron reflexionar : “Otra victoria como ésta y volveré solo a casa".

No es necesario ir tan lejos para recordar la abundancia de tiros por la culata. Nos consta. La batalla de Caseros, en la que Justo José de Urquiza venció a las huestes de Juan Manuel de Rosas, no se reflejó en el pacto firmado que estableció el posterior desequilibrio federalista ni mucho menos.

Fue inobjetable el triunfo de Cambiemos en la elección de medio término, y justificado el festejo hasta la euforia por haber ganado en los números y hasta haber desbaratado el acérrimo frente opositor, lo cual le despeja el camino hacia una probable reelección dentro de dos años. Logró inclusive arrinconar en una fracción minoritaria del Senado, así como en Comodoro Py, a la enemiga en el ocaso que eligiera para consumar la estrategia bélica, CFK.

Pero el presidente Mauricio Macri, como hiciera Pirro, probablemente debería haber tenido la serenidad de evaluar los costos reales del beneficio de haber cumplido el objetivo electoral.  La mala praxis de la gestión económica hasta ese momento, en palabras de quien se dice su amigo y colaborador íntimo, Carlos Melconián, ya asomaba como lo más preocupante. Y un mes y medio después, arde.

Con sólo pedirle a Marcos Makon, el conductor de la Asociación Argentina de Presupuesto (AASAP), que le haga una lectura de las cuentas fiscales podría precisar que haber pretendido bajar el déficit disminuyendo los subsidios económicos a la energía, pero a costa de transferírselos a los usuarios en el precio sobrevalorado (en términos internacionales) que le pagan a las petroleras y distribuidoras, dependía de que éstas trajeran capitales para invertir en aumentar la producción.

Los reportes presupuestarios de AASAP revelan al mismo tiempo la otra cara del déficit: bajaron los subsidios pero subió en mucha mayor proporción la carga de los intereses que insume el endeudamiento con que se reemplaza la escasez de inversión genuina, la diferencia entre las importaciones y exportaciones y la reticencia de los propios funcionarios de la coalición oficialista de gastar menos y mejor.

Para decirlo de otro modo: el gobierno regula precios del gas y petróleo superiores a los internacionales para reforzar las arcas de las compañías que los explotan, le saca de encima a la Tesorería la mayor carga para ir trasladándosela a los usuarios en la tarifa y, como no afectan la totalidad de la rentabilidad excedente a invertir, entre el ministro Luis Caputo y el presidente del BCRA Sturzenegger colocan más y más deuda, externa e interna, para compensar el déficit trillizo: fiscal, comercial e inversor.

La consecuencia: la inflación no cede en la medida esperada, como ahora admite el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el costo de vida de la población de clase media crece por el margen que ocupan los precios que fija el Estado (tarifas, prepagas, etc) en el presupuesto familiar.

El déficit fiscal con la bicicleta de las Lebacs que lo exacerba , el que todos alertan como exagerado endeudamiento externo, el rojo comercial de la balanza por atraso cambiario y exacción tributaria, la reticencia de inversores extranjeros genuinos, un cóctel que la gestión económica dispersa que no contribuyó hasta ahora a mitigar, es difícil creer que pueda acomodarlo.

Genios y figuras

Al igual que hiciera Néstor Kirchner, Mauricio Macri evita ser eclipsado por una figura económica de prestigio. Ambos pretendieron concentrar ese rol estelar en ellos mismos, para lo cual armaron equipos de rango algún escalón abajo que les reportasen directamente.

El actual mandatario devaluó el Ministerio de Economía reemplazándolo por Hacienda y Finanzas y puso al frente a un ex banquero avenido a político, como Alfonso Prat Gay, vinculado a la UCR y de buena reputación en el plano doméstico. Lo hizo acompañar con un cuasiministro que se dedicaba a hacer colocaciones de deuda y ascendió a una cartera de Finanzas cuando fue relevado Prat Gay, Luis Caputo, primo además del amigo del alma de Mauricio, Nicolás.

Antes, Macri había llenado las dos posiciones de conducción del Banco Nación con un “ministeriable” como Carlos Melconián y otro por el estilo como Enrique Szewach. Ya ambos fueron sustituidos.

Pero al trascendental edificio de enfrente de la Casa Rosada no le subieron el precio, ni aún con las “malas praxis” e inacción que caracterizó a la gestión económica en el medio término.

Macri opera en la política doméstica con un cancerbero en el Banco Central, un encargado de Tesorería, un componedor federal en el Ministerio del Interior y un gestor de deuda, bajo la férula de una mesa chica que reporta en el organigrama a la Jefatura de Gabinete y en la práctica coordina con aspiraciones a más un subalterno de Marcos Peña, como Mario Quintana.

A ninguno de ellos, ningún pez gordo de los foros internacionales se levantaría de la silla para acercase especialmente a saludarlo, como sucedía, en mayor o menor medida, con aquellos superministros de la galería económica.

Es el caso de José Alfredo Martínez de Hoz, quien aún extinto sigue siendo un recordado ministro de Economía para las casi tres generaciones que cohabitan en el círculo rojo. Eclipsó en reconocimiento público al triunvirato militar al que servía, al punto que enfermó de celos a los uniformados miembros. Transcurrieron 40 años y lo acaba de volver a invocar, inclusive, el economista Miguel Ángel Broda en el programa "Desde el llano" (4/12), del periodista Joaquín Morales Solá, al comparar la persistente ‘bicicleta financiera’ en la Administración Macri con aquella época de la ‘plata dulce’.

Más contemporáneo de la actual cofradía económica, Domingo Felipe Cavallo fue superministro plenipotenciario durante dos presidencias de distinto signo, como la justicialista de Carlos Menem y la radical de Fernando de la Rúa. Pasa a la posteridad como creador de la convertibilidad con el primero y que volvió para reencauzarla con el segundo, aunque le explotó en la cara. Asesoró en las sombras al ex presidente Néstor Kirchner cuando era gobernador de Santa Cruz y desde muy joven, recién llegado de Córdoba, ocupó la presidencia del Banco Central en los ´80, en pleno repliegue de la dictadura militar.

En la galería de los destacados se hizo un lugar también Roberto Lavagna, a quien se le atribuye el mérito de administrar la salida de la crisis del 2001 puesto por el presidente interino Eduardo Duhalde, quien se lo endosó en 2003 a Néstor Kirchner. Dos años después, cuando consiguió respaldo legislativo en la elección de medio término, el patagónico se lo sacó de encima, cegado por la fosforescencia con que adornaba el círculo rojo a quien era ministro en su gabinete.

El denominador común en los pasos por el poder de estos especialistas que brillaban por encima de sus propios jefes fue que se desataron pujas políticas en el candelero que emputecieron las relaciones y tuvieron un mal final.

Pero el verdadero motivo de que un ministro de Economía tuviera oportunidad de asumir un rol político superstar y hasta reconocimiento internacional, por encima inclusive del Presidente que le tomaba la jura, era siempre el mismo: la recurrente y perpetua crisis económica del país, que el certero título de un libro escrito por un decano periodista especializado como Daniel Muchnik, reflejó en parcial cronología: “El Tobogán Económico: De Gelbard A Martínez De Hoz”, que requeriría ser completado por un capítulo que haga continuar esa pendiente en los 40 años que se siguieron, por más que las últimas gestiones presidenciales de Cristina Fernández de Kirchner y lo que va de la de Mauricio Macri no hayan aportado una figura de aval internacional como la de aquellos personajes precedentes, entre los que podrían incluirse también Juan Vital Sourrouille, que estuvo con Raúl Alfonsín, aunque cultivara un bajo perfil público.

En una investigación realizada hace poco, titulada “It´s different?”, el profesor de la UBA y director del Centro Argentino de la Productividad, Ariel Coremberg, se tomó el trabajo de relacionar la duración promedio de un ministro de Economía en días de gestión con la persistencia de las inestabilidades que les tocó pilotear.

Las curvas entre el tiempo que permanecieron en los cargos y las crisis descienden por el tobogán económico.

Tanto Hipólito Yrigoyen (de 503 a 680 días) como las primeras presidencias de Juan Domingo Perón (de 560 a 693) lograron aumentar la duración promedio de la gestión del ministro de Economía en más de 130 días.

Pero desde 1955, la duración promedio de gestión de un ministro de Economía, que había alcanzado 1,9 años promedio, bajó continuamente hasta alcanzar los 483 días (1,3 años).

En 1945, en que se realiza la gran movilización popular del 17 de Octubre con Juan Domingo Perón preso, se suceden 4 ministros de Economía en la presidencia de facto del general Edelmiro Farrel con una importante aceleración inflacionaria del 0 al 20% y una clara desaceleración del crecimiento.

Durante la presidencia de facto-interina de José María Guido se sucedieron 6 ministros de Economía con una inflación en ascenso del 30% anual y caída del PBI.

En 1975 y 1976 se sucedieron 4 ministros de Economía en cada uno, con una inflación anual del 183% y 444% respectivamente, en medio de la sucesión del “Rodrigazo” hasta desembocar en el golpe militar de 1976.

En la recuperada democracia pos 1983, con los términos de intercambio más bajos de la historia argentina y con un Banco Central vacío de reservas heredado de la dictadura, el fracaso del Plan Austral y el Primavera desembocan en un proceso hiperinflacionario que hace pasar la inflación del 100% en 1986 a 3.080% anual en 1989 y a 2.314% ya en plena presidencia de Carlos Menem, recuerda el informe de Coremberg.

Hubo en total 6 ministros en 1989, transición entre la presidencia de Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

Más recientemente, el país afrontó la mayor crisis económica de la historia argentina en términos de caída del PBI y desempleo, mayor que la Primera Guerra Mundial, la depresión del 30 o la década perdida de 1980. Fue la que generó 6 ministros de Economía en 2001 y 3 recambios en el 2002.

Las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner tuvieron 8 recambios de ministros de Economía: Roberto Lavagna, Felisa Miceli, Miguel Peirano, Martín Lousteau, Carlos Fernández, Amado Boudou, Hernán Lorenzino y Axel Kicillof.

Los 7 ministros posteriores a Lavagna se concentran desde 2006, luego del cual finalizan las “tasas chinas” de crecimiento, se acelera la inflación, alcanzando los dos dígitos por primera vez y se interviene el INDEC.

El declive ha sido más pronunciado aún cuando se superpusieron la frecuencia de los cambios de las gestiones de los diversos ministros de Economía con las grandes crisis económicas, definidas como inflación aguda e hiperinflaciones y bruscas caídas del PBI: la asociación es clara.

Alta inflación y recesión dan por resultado un aumento en la cantidad de ministros por año: 1945, 1962, 1975, 1976, 1989, 2001 y 2002 se corresponden con grandes crisis económicas inflacionarias o recesivas que coinciden casi exactamente con importantes cambios políticos.

En ningún cenáculo exterior son reconocidos los ministros que puso Néstor Kirchner después que se sacara de encima a Lavagna. Ni los que después nombró Cristina Fernández, empezando por Amado Boudou.

El único con algún prestigio académico doméstico de los sucesivamente designados fue Axel Kicillof, cuyas cátedras en la facultad se llenaban como pocas, aunque cuando concurría a los foros internacionales pasaba casi inadvertido. Está fresca aún la escena en una de las reuniones del G20 cuando asistió en representación de la Presidenta y “cogoteaba” en la tarima donde fue acomodado para “la foto de familia” tratando saludar a la canciller alemana, Angela Merkel.

Los últimos relevos en esta dispersa área económica de la actual gestión ratifican, en todo caso, la medición de la duración promedio de la cartera a través de los tiempos.

La partición en varios ministerios dificulta, como quedó demostrado, la coherencia de la política económica, justo en medio de enormes exigencias de gestión que siguen a un largo período en el que el paradigma administrativo era exactamente inverso.

Dejá tu comentario