Los oficialismos, las oposiciones, la opinión pública, los medios de comunicación y sobre todo los vínculos entre ellos evolucionan a lo largo del tiempo. Las dinámicas, los nombres propios, las formas, los gestos y las palabras que se utilizan también. Este desarrollo se mide en décadas, por supuesto, pero también en breves años y meses. La Argentina de principios del gobierno de Cambiemos no es la misma que la de marzo de 2018. Alfonso Prat-Gay era Ministro de Hacienda y Finanzas Públicas; Ricardo Jaime, Lázaro Báez o Milagros Sala no estaban tras las rejas y Sergio Massa concurría a la cumbre de Davos mostrando un punto de inflexión y diálogo inter partidario en la nueva etapa del país. El cepo cambiario era una realidad y las metas impuestas auguraban una inflación del 5% para 2019.
Solo una cosa era segura en esos incipientes momentos post elecciones 2015: el gobierno de Mauricio Macri no gozaba de mayoría parlamentaria, por lo que la negociación sería moneda corriente. En ese momento, comenzaron a circular palabras, ideas y posibles acuerdos que buscaban dar sentido a esta novedosa situación de fragilidad política: la necesidad de sentar las bases para un crecimiento sostenido mediante la creación de políticas de Estado involucrando a empresarios, sociedad civil, diversas fuerzas políticas, sindicatos, iglesia, etc. Esta idea, nada novedosa, es cierto, pero muy poco practicada a lo largo de nuestra historia, nunca contó con verdadero apoyo oficialista por una sencilla razón: la posibilidad de que uno de los actores involucrados se levante de la mesa de negociación y, por ende, quiebre toda la dinámica, era demasiado alta. Un gobierno en minoría no podía darse ese lujo.
De esta manera, se fue diagramando un proceso dual de relaciones oficialismo-oposición:
> por un lado, los opositores “racionales”, “dialoguistas”, que mostraban mayores o menores niveles de cercanía con el oficialismo.
> Por otro, la oposición más “dura”, “intransigente”, que difícilmente pueda siquiera sentarse a negociar públicamente con Cambiemos.
Esta situación hizo (por obligación o decisión) que el camino elegido sea de avances graduales en diversos temas de agenda que siguen siendo los mismos en 2016 que en 2018: responsabilidad fiscal, reducir costos laborales y no laborales, mejorar la productividad y la competitividad, desarrollar infraestructura y, sobre todo, avanzar para cumplir el mandato autoimpuesto por el gobierno: reducir la pobreza, combatir el narcotráfico y unir a los argentinos.
Sin una gran mesa de acuerdos para encarar políticas de Estado, la evolución de la dinámica parlamentaria durante todo el año 2016 fue particularmente positiva para Cambiemos. Con mucho ruido político y mediático y con algunas excepciones (como el tratamiento de la ley anti despidos que concluyó con un veto presidencial o la reforma política con el cambio de la forma de votación) el gobierno pudo avanzar, siempre de manera gradual, con parte de la agenda pautada.
Durante el año 2017, dos palabras buscaron dar marco a las supuestas necesidades políticas del gobierno. Ya no se discutía el shock o el gradualismo, pero comenzó a pensarse una nueva forma de encontrar mayor lucidez y sintonía en la dinámica parlamentaria: la necesidad de un Pacto de la Moncloa nacional. Consenso y unidad fueron palabras que comenzaron a circular ante un panorama que necesariamente iba a complejizarse en función del calendario electoral. Cambiemos tampoco apostó a este proyecto mayoritariamente buscado por opositores a los que el gobierno le costaba seguir catalogando dentro del grupo de los “dialoguistas”.
Paralelamente nace, entonces, la idea de avanzar sobre grandes reformas. La necesidad de buscar acuerdos puntuales, con apoyos variables en ambas cámaras en función de cada tema: “reforma laboral”, “reforma impositiva”, “reforma fiscal”, “reforma previsional”, “reforma institucional”, “reforma judicial”. Palabras grandilocuentes que dejaron luego sabor a poco y culminaron con las modificaciones en las jubilaciones que le costaron al oficialismo una caída de cerca de 10 puntos de imagen.
Los mercados exigen cambios a mayor velocidad y parte de la oposición demanda lo contrario. Esta encerrona gubernamental será para el Presidente algo con lo que lidiar cotidianamente, ya que debe aplicar austeridad fiscal sin cortar beneficios sociales y reducir la dependencia de los subsidios sin perder apoyo en el Gran Buenos Aires. Este proceso se dará con una economía en crecimiento moderado y con realidades sumamente disímiles según el sector que se observe.
La dinámica parlamentaria que comienza en marzo encuentra a un oficialismo fortalecido en ambas cámaras, con el espaldarazo de la victoria electoral de octubre pasado y un peronismo que continúa sin rumbo claro. Asimismo, 2018 aparece como clave para avanzar sobre temas que difícilmente puedan ser resueltos en cuanto comience el año electoral (que probablemente tendrá una interesante dinámica de elecciones provinciales desdobladas). De todas maneras, todo parece indicar que las grandes reformas que el gobierno debe realizar no serán parte del vocabulario que explique el año. Por el contrario, serán los pequeños acuerdos específicos, muchísima negociación y elección de batallas los ejes que moldearán este proceso. Gradualismo en estado puro. Mayor poder y menor capacidad para utilizarlo. Paradojas de un país fuera de serie.
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