DERROTA EN VILCAPUGIO

¿Quién tocó el clarín en mitad de la batalla?

La Batalla de Vilcapugio​ ocurrió durante la 2da. expedición auxiliadora al Alto Perú, en la que las tropas rioplatenses al mando del general Manuel Belgrano fueron derrotadas por las tropas realistas comandadas por el general Joaquín de la Pezuela, el 01/10/1813. En ese combate, Belgrano demostró la grandeza ante la adversidad y la perseverancia y el celo por la causa patriota. La batalla había comenzado a favor de las fuerzas patriotas pero, insólitamente, el Ejército Norte se fue en retirada y el caos se apoderó de la escena.

Luego de los 2 triunfos del Ejército del Norte en las batallas de Tucumán y Salta, el gobierno de Buenos Aires le reclamó al general Manuel Belgrano avanzar hacia el Alto Perú.

Mientras ocurría, lentamente, el Sitio de Montevideo, las fuerzas de Belgrano dominaban gran parte del Alto Perú.

Belgrano acató aunque por entonces ya estaba enfermo de paludismo, con dificultades para abastecer a sus tropas, acumulaba reclutas nuevos y padecía una deficiente artillería ―escasas de mulas para el transporte―.

Belgrano contaba con el coronel Baltasar Cárdenas, al mando de 2.000 indios mal organizados, y a las fuerzas de la ciudad de Cochabamba, a las órdenes del coronel Cornelio Zelaya.

Cárdenas y Zelaya tuvieron órdenes de sublevar a las poblaciones indígenas ubicadas a espaldas de los españoles.

Belgrano, a su vez, conociendo que el ejército enemigo tampoco tenía mulas suficientes para mover su artillería y provisiones, planificó atacar por el frente, convencido de que el general Joaquín De la Pezuela no se atrevería a una batalla definitiva.

Joaquín González de la Pezuela Griñán y Sánchez de Aragón Muñoz de Velasco, había nacido en Naval, municipio español de la provincia de Huesca, Aragón; y en 1816, tras derrotar al general José Rondeau en la Batalla de Viluma o de Sipe Sipe,​ sería nombrado 39no. virrey del Perú y capitán general de los Ejércitos.

Pero esta historia es previa. En 1805 fue trasladado a América del Sur, donde finalmente el virrey del Perú, José Fernando de Abascal y Sousa, lo nombró Director de la Artillería Real, que reorganizó en profundidad.

Después de las derrotas españolas a manos del Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata en las batallas de Tucumán y Salta, Joaquín de la Pezuela fue nombrado comandante, en reemplazo de José Manuel de Goyeneche.

De la Pezuela partió del Callao en abril de 1813, desembarcó en Quilca, pasó al Alto Perú, llevando consigo algunos refuerzos y 10 cañones medianos, y dedicó algunas semanas a reorganizar a sus tropas.

Pero su verdadera preocupación era impedir que las guerrillas locales, llamadas "Republiquetas", entraran en contacto con Zelaya y Cárdenas, y los ayudaran.

Belgrano ya había cometido el error de dar libertad a sus prisioneros de la batalla de Salta, a quienes sólo les pidió que juraran no empuñar más las armas contra sus tropas. Muy pocos cumplieron el juramento y así fue como De la Pezuela pudo formar un ejército más veterano que el de Belgrano, cargado de reclutas.

En un golpe a estas guerrillas, él accedió a correspondencia que le reveló que el general Belgrano esperaba prontos refuerzos, y esto lo decidió a atacarlo en Vilcapugio, donde lo rescató del desastre la mala coordinación de las tropas rioplatenses y el sorpresivo contraataque de la caballería del coronel Saturnino Castro.

Él logró apoderarse de la artillería y el parque de Belgrano, pero no pudo perseguirlo, permitiéndole reorganizar su ejércit.

Pero es mejor regresar a septiembre de 1813: el grueso del ejército comandado por Belgrano arribó a la pampa de Vilcapugio, una meseta circundada por montañas de altas cumbres, 130 km al noroeste de Potosí.

En la aldea de Condocondo, a orillas del lago Poopó (a 40 km al suroeste de Vilcapugio), el general Joaquín de la Pezuela había organizado su campamento, secundado por el salteño Saturnino Castro, quien logró cerrar el paso a las tropas de Cárdenas, e interrumpió las comunicaciones entre el campamento de Belgrano y las tropas del gobierno de Buenos Aires en Cochabamba.

Castro accedió a los papeles de Cárdenas, con las instrucciones secretas de Belgrano: la información es poder, en especial cuando el enemigo no sabe que uno ya lo sabe.

De la Pezuela se encontraba en una estricta defensiva a causa de la desmoralización de su ejército. Pero, de pronto, él comprendió que tenía 2 opciones:

> resistir en sus posiciones los esperados ataques de Belgrano, pero esta actitud a la larga le traería la derrota; o

> avanzar por las montañas, y presentar batalla en Vilcapugio, sorprendiendo a las tropas rioplatenses.

Recapitulemos: Belgrano encargó al coronel Zelaya que, al frente de las fuerzas que había reunido en Cochabamba, atacara por el flanco de su derecha a los españoles que se hallaban acampados en la pequeña pampa rodeada de montañas, mientras el caudillo salteño Cárdenas, con 2.000 indígenas casi desarmados, los distraía por otro. En tanto, él mismo entraría en plena batalla.

Sin embargo, el intempestivo ataque del coronel Castro, un criollo que combatía al lado de los españoles, sorprendió a Cárdenas, lo derrotó y tuvo conocimiento de todos los planes de Belgrano, el número de sus fuerzas y hasta el plan de batalla.

El general Joaquín de la Pezuela salió al encuentro del general Belgrano para un combate de extraordinaria violencia.

Las fuerzas españolas se dispusieron para la defensa y las tropas de infantería argentinas atacaron a la bayoneta por el centro del dispositivo realista,mientras la caballería se lanzaba sobre los flancos del enemigo.

De todos modos, las secciones veteranas del Ejército del Norte hicieron retroceder el ala izquierda y centro español. De la Pezuela llegó a dar por perdida la batalla, según le confesó al Virrey del Perú en su informe final, pero su propia ala derecha se mantuvo en el campo de acción, y derrotó a la sección izquierda argentina.

Si el Ejército del Norte hubiera continuado la persecución de las tropas españolas, o hubiera atacado la sección que se encontraba en el campo de batalla, la victoria estaba asegurada.

Pero un toque a reunión de las tropas rioplanteses -nunca se supo cómo fue que ocurrió ese imprevisto-, y la llegada de un escuadrón de caballería española al mando del coronel Castro, confundió a los de Belgrano, y se desbandaron.

Entonces los españoles se reorganizaron, se apoderaron de la artillería rioplatense ―capturando a su comandante, José Bernaldes Polledo―, y la utilizaron para bombardear a las pocas tropas de Belgrano que continuaban en el campo de batalla.

Sorprendido Belgrano, él subió a un morro asido de la bandera y llamó a reunión a su tropa. Únicamente acudieron 300 efectivos. Entre ellos, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, Gregorio Perdriel y Lorenzo Lugones.

Por la noche Belgrano pudo evadir a los españoles y emprender la retirada, acordando con Díaz Vélez que éste tomara la ruta hacia Potosí y reuniera a los otros hombres dispersos.

El resultado de la batalla: más de 1.500 muertes, más de 400 fusiles perdidos y el parque de artillería.

Díaz Vélez recuperó en Potosí a gran parte de las tropas dispersas. Belgrano, con el resto del ejército, se ubicó sobre el flanco izquierdo del enemigo para proseguir la Campaña del Alto Perú.

No es menos cierto que Belgrano confió demasiado en la supuesta falta de movilidad de su oponente.

Y la ubicación de su campamento tan cerca del de los españoles, con demasiada anticipación, resultó otro error gravísimo, ya que les dio a los enemigos la oportunidad de realizar el ataque por sorpresa.

Si Belgrano hubiese organizado su marcha en forma diferente, en 3 días tendría lo suficiente para rodear el campamento español con la totalidad de sus fuerzas.

En su libro "Estrellas del Pasado", Daniel Balmaceda rescata la grandeza de Belgrano, no sólo durante la contienda, que trató de reanudar para cambiar la suerte de las armas, sino en la retirada protegiendo a lo que quedaba de sus tropas, y en la posterior arenga a sus soldados, a quienes se dirigió con estas palabras: “¿Conque al fin hemos perdido después de haber peleado tanto? La victoria nos ha engañado para pasar a otras manos, pero en las nuestras aún flamea la bandera de la patria”.

Aquí un texto valioso de Balmaceda:

"(...) Sin dejar de ser un hombre cuestionado por sus superiores y por sus subordinados, Belgrano asumió las pesadas responsabilidades y en ese concierto de voluntades generosas renació el Ejército del Norte en las batallas de Tucumán (en septiembre de 1812) y Salta (en febrero de 1813). ¿Próximo destino? Alto Perú.

La pampa de Vilcapugio se presentó como una escala más a vencer. Las fuerzas patriotas, compuestas por 3.600 hombres, tenían confianza. Aunque no estaban bien equipados –los catorce cañones eran deficientes y la caballería montaba mulas flacas y sin herrar, además de que un millar de reclutas no tenía experiencia-, el viento a favor de las victorias previas se hacía sentir. La bandera creada por Belgrano marcaba presencia en el territorio.

El choque fue desigual en la mañana del 1º de octubre de 1813. El hostigamiento de la artillería patriota y la decidida carga de dos batallones del Regimiento de Pardos y Morenos desarmó el centro enemigo. Comenzó el desbande y no hubo realista que no pegara la vuelta dispuesto a salvar el pellejo.

Los nuestros se lanzaron en una carrera alocada, primero para empujarlos fuera del campo y luego para atrapar enemigos, pertenencias de enemigos, armamentos, animales y todo aquello que pudiera servir como trofeos. Sin embargo, surgió un sonido inesperado: una trompa o clarín estridente sonó tocando retirada.

Sin posibilidades de comprender qué estaba ocurriendo, los patriotas pegaron la vuelta de inmediato y pasaron de perseguidores a perseguidos. El caos se apoderó de la escena. Belgrano, sorprendidísimo, actuó sin demora. Tomó la bandera, trepó a un morro y ordenó a un corneta que dejara los pulmones llamando a reunión. La imagen era imponente. Belgrano, desde la cima de un morro, con la bandera en alto, desafiando una vez más todas las calamidades. ¿Cuántos acudieron? Trescientos.

La derrota ya no tenía vuelta atrás. En lo alto del morro, en la pampa de Vilcapugio, Belgrano logró reunir trescientos hombres. Pero en las más dispares condiciones. Unos montaban, otros estaban a pie; algunos, más enteros, cargaban heridos. Otros se arrastraban.

Se conocen los nombres de algunos de los que integraron aquel histórico grupo. Entre ellos, Eustaquio Díaz Vélez, Diego Balcarce, Gregorio Perdriel, Gervasio Dorna y también Lorenzo Lugones, quien años más tarde evocó aquella complicada tarde, la del 1º de octubre de 1813: “El sol se había inclinado demasiado al ocaso y el ejército de la patria en aquella desgraciada hora reducido a miserables restos, se apiña en torno de su general: este después de haber pasado por mil lances fatigosos, parecía que se hubiese extasiado en la contemplación de aquellos fatales momentos, con la calma que suele sobrevenir después de grandes y extraordinarias agitaciones; parado como un poste en la cima del morro y los ojos fijos, sobre un campo cubierto de cadáveres y ensangrentados despojos”.

Aun estupefacto, Belgrano se mantenía mudo, sin comprender cómo pudo haberse escabullido la victoria de esa manera. Pero pronto reaccionó y dijo a sus hombres: “Soldados, ¿conque al fin hemos perdido después de haber peleado tanto? La victoria nos ha engañado para pasar a otras manos, pero en las nuestras aún flamea la bandera de la patria”.

Los realistas, como aves de presa, aguardaban al pie del morro. No querían arriesgarse a dar el primer paso. En algo estaban parejos. A pesar de la fecha primaveral, la altura jugaba su carta y el frío se hacía sentir. De todos modos, los dueños del campo de batalla eran los realistas. Esto les posibilitaba desplazarse sin inconvenientes y atender a sus heridos. En cambio, los trescientos de Belgrano se encontraban apiñados, en silencio, en torno al pabellón azul-celeste y blanco.

El general sabía que la falta de luz iba a emparejar un poco la situación desventajosa. La única oportunidad, si había alguna, era salir de ahí esa misma noche. Pero no lo haría de manera miserable ni desorganizada. No era un “sálvese quien pueda”, sino un “salvemos a los trescientos”.

“Tan luego como acabó de anochecer –escribió Lugones-, el general arregló personalmente nuestra retirada, mandó desmontar toda la poca caballería que se había reunido con don Diego Balcarce y colocó en el centro a todos los heridos que se acomodaron de a dos y de a tres en cada caballo, sin exceptuar ni el del general. Y luego encargando a un jefe, don Gregorio Perdriel, el cuidado de la columna en marcha, lo colocó a la cabeza entregándole la bandera para que le condujese”. ¿Dónde marchó Belgrano? Eso también lo respondió Lugones: “Cargando al hombro el fusil y cartuchera de un herido, se colocó a la retaguardia de todos y dio la orden de desfilar”.

Lograron evadir la vigilancia enemiga. Esa noche salieron de la boca del lobo en silencio, sacando a todos los heridos. Por delante de la columna, la bandera. Cuidando las espaldas de los trescientos, con el fusil al hombre, su comandante, el general Manuel Belgrano. (...)".

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