NEGRO SOBRE BLANCO

El G20 en Buenos Aires: Casi 1 semana después

El mundo es muy volátil y, entonces, hay que mirar la película más que la fotografía. Y aquí va un intento de revisar, varios días después, la reciente cumbre del G20 en Ciudad de Buenos Aires.

La reunión del G20 ha sido más que satisfactoria, tanto por su organización, si bien sus resultados lejos están de ciertas falsas expectativas, tanto de “éxito” como de “fracaso”.

Al igual que en otras Cumbres, los episodios de coyuntura marcaron la dinámica de esta reunión: la suspensión de Donald Trump de su eventual encuentro con Vladimir Putin en protesta por la escalada militar entre Rusia y Ucrania, la tregua d 90 días en la guerra de aranceles acordada ente USA y China, y como mar de fondo el persistente disgusto del presidente de Turquía con el príncipe de Arabia Saudita por el caso reciente de la muerte del periodista Jamal Kashoggi en el consulado saudita en Estambul. Ciertamente, poco y nada que altere la realidad económica mundial, pero tampoco podía esperarse nada espectacular.

Este grupo es por definición un foro informal, cuyo origen es el acuerdo de los ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales del llamado G-7 para ampliar el diálogo a sus pares de países emergentes después de la crisis asiática. La ampliación cobró estado concreto en 1999 en gran medida gracias al impulso del entonces ministro de Finanzas de Canadá, Paul Martin. Su objetivo es el de contribuir a una arquitectura institucional internacional que permita contribuir a la estabilidad económica y financiera mundial. De ahí la flexibilidad de sus agendas anuales y de la relevancia de las reuniones cara a cara de los grupos de trabajo y grupos preparatorios para cada reunión.

Las sucesivas Cumbres no necesariamente se reflejan en políticas coordinadas a nivel mundial. Y, sin escenarios de crisis de impacto global, no hay incentivo a subordinar las agendas locales a compromisos con terceros países. Y esos acuerdos no son fáciles de lograr en un grupo de 19 gobiernos más la Unión Europea.

La Declaración de los Líderes de esta reunión es una enunciación de buenos propósitos, pero sin compromisos precisos de carácter mandatorio. En lo relacionado con el futuro del trabajo se lee que se tomarán acciones para erradicar el trabajo infantil, el trabajo forzado, el tráfico humano y la esclavitud moderna en el mundo laboral, pero no se especifican compromisos de ningún tipo. Tampoco metas precisas, ni plazos. El lenguaje es en general amable, pero impreciso y sin compromisos específicos. También lo relacionado otras tres “prioridades clave” de esta reunión: infraestructura para el desarrollo, políticas de género, y seguridad alimentaria.

Aun así, el resultado es satisfactorio frente a la aparente renuencia del presidente Trump de concurrir a esta cumbre, y de su política comercial inequívocamente proteccionista. Con respecto al cambio climático, Estados Unidos dejó sentada la ratificación de su decisión de retirarse del Acuerdo de París, de modo que nada cambia respecto de la reunión anterior en Hamburgo. Tampoco, en lo referido al sistema multilateral de comercio mundial.

La Declaración simplemente menciona que “ el sistema no está alcanzando sus objetivos, y que hay espacio de mejora”, y que los firmantes sostienen “la necesaria reforma de la Organización Mundial de Comercio para mejorar su funcionamiento”. No se mencionan las palabras “proteccionismo” ni “bilateralismo”. Tampoco se especifica qué tipo de lineamientos seguirían las reformas a debatir. El consenso unánime fue el de “considerar” el tema en la cumbre de Tokio de 2019, pero sin sugerencia específicas. Ergo, nada cambia.

Por otro lado, el G20 ha respaldado unánimemente la intención de reformar la Organización Mundial de Comercio, pero sin mención a la política de Washington de persistente cuestionamiento al órgano de resolución de controversias de la OMC, que para no pocos observadores quedará de facto paralizado hasta que se acuerden las futuras reformas.

Para Argentina abrió la puerta internacional en varias direcciones. Permitió demostrar hacia adentro (más que hacia afuera) lo inconducentes que son políticas y actitudes que hasta no hace poco tiempo atrás privilegiaron el mantenimiento de actitudes hoscas y hostiles hacia los países desarrollados. Países cuyos gobernantes hasta evitaban aterrizar en Argentina, y visitaban y cerraban acuerdos y convenios con los demás gobiernos de la región.

Se han cerrado acuerdos comerciales con varios países, en el caso de los acuerdos con China asoma una agenda promisoria, que podría asegurar cierto flujo de divisas más que necesarias en el marco del programa con el FMI. Pero el escenario internacional es fluido. No es claro el futuro del Mercosur luego de la asunción de Jair Bolsonaro como presidente en Brasil. Y este país, al igual que Argentina, tiene estrechas relaciones económico-financieras con China y Estados Unidos.

Es probable que sin la crisis padecida este año, la reunión del G20 hubiera significado para nuestro país la celebración de un despegue económico que sigue ausente (y no desde ahora). Pero aún así, puede servir como una buena oportunidad para repensar políticas concretas para mejorar las condiciones favorables para inversiones directas, el comercio exterior, y la recuperación de un sendero de crecimiento económico con estabilidad y creación de puestos de trabajo.

Los resultados positivos dependerán del tránsito de la salida de la actual crisis a una futura etapa que exigirá un programa de estabilidad y crecimiento. Y forzosamente, la adopción de una política exterior (no sólo comercial) cuidadosa y pragmática, frente a grandes potencias que privilegian el bilateralismo, los acuerdos comerciales selectivos, con fuerte interacción entre las agendas económico-financieras y las prioridades de seguridad y defensa.

En otras palabras, la recuperación de la actividad económica, la inversión productiva y el potencial exportador dependerá íntegramente, de las políticas internas a ser aplicadas tanto por el actual gobierno, como por quien inicie el nuevo ciclo presidencial en diciembre del año próximo. Pero ello también exigirá una política exterior que permita ya en el corto plazo, mejorar el posicionamiento de nuestro país, tanto en materia exportadora, como para atraer inversiones.

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