NÉSTOR KIRCHNER Y LOS 3 CHIFLADOS

Imperdible (1): 3 meses sin el Hombre del Mundo Binario

90 días sin Néstor Kirchner, quien podría ser recordado como el político que construyó su poder a partir de una utopía negativa. Muy interesante el enfoque del autor, Carlos Salvador La Rosa.

por CARLOS SALVADOR LA ROSA
 
 
MENDOZA (Los Andes). A inicios de la semana en que se recordará el tercer mes del fallecimiento de Néstor Kirchner, ya es posible plantear el bosquejo preliminar de un nuevo mapa del poder político nacional, a partir del cual se encararán las vicisitudes de un año eminentemente electoral. 
 
La “ideología” de Néstor

Cristina Fernández inició su mandato presidencial a fines de 2007 condicionada por el estallido de una bomba instalada durante la anterior gestión de su esposo: la valija de Antonini Wilson, lo cual signó sus comienzos de un modo inesperado, ya que en vez de prefigurarse como esa embajadora que soñaba ser recorriendo el mundo tal cual una reina republicana, debió acusar de “cloacal” a la Justicia norteamericana y desde allí mostrar su faz más “antiimperialista”. 

 
En marzo de 2008, un simple conflicto de intereses entre los productores del campo y el Estado, la obligó a dejar de lado sus propuestas de un pacto económico-social y devenir la espada más flamígera de la nueva guerra santa entre “pueblo y oligarquía” que Néstor inició. 
 
Así fue todo hasta la muerte de su marido. Cualquier bomba a punto de estallar era pateada hacia adelante al costo que fuera y siempre aparecía un nuevo enemigo al cual culpar por los errores propios
 
Un mundo binario sin matiz alguno donde todo era blanco o negro, pero disfrazado con los colores de una épica por la cual se metamorfoseaban pasados trágicos en otros supuestamente heroicos
 
La Argentina se convirtió en un país plagado de conspiradores a los cuales el gobierno desenmascaraba implacablemente uno tras otro, segundo tras segundo
 
El relato novelado no sólo intentó esconder la realidad sino que en la desmesura kirchnerista, hasta se propuso remplazarla. 
 
Una propuesta de aspiraciones ciclópeas donde eran menospreciadas por tibias las renovaciones alfonsinistas de los 80, donde eran despreciados con todos los epítetos imaginables los neoliberalismos menemistas y donde Eduardo “Don Vito” Duhalde era acusado de ser el padrino mafioso que siempre estaba detrás de toda conspiración, como una especie de gran armador de dictadores sobrevivientes, radicales declinantes, liberales reincidentes, peronistas fascistoides, oligarcas pampeanos, periodistas monopólicos y hasta un vicepresidente traidor. 
 
Con todo eso, Néstor Kirchner construyó una especie de utopía negativa (muy apta para captar adherentes en estos tiempos despolitizados y desideologizados) por la cual vencer a los malos era mucho más importante que los bienes prometidos para cuando cayeran todos los malos. 
 
Una convocatoria a la movilización basada en el odio al otro, más que en la promesa de un futuro mejor. No obstante, dicha utopía negativa alcanzó y sobró para proveer a sus seguidores de una mística justificatoria para el goce de los privilegios del poder. En nombre de tamaña lucha contra tan brutales enemigos, hasta las burdas mentiras del Indec eran explicadas como una necesidad histórica de tan singular “revolución”. 
 
En el mundo de Néstor Kirchner no existía la vida cotidiana de los hombres mortales con sus problemas comunes. 
 
Cada vez que había un problema con el agua o la electricidad se inventaba una conspiración y un culpable de cerrar el grifo o apagar la luz. 
 
Cada vez que había un problema inflacionario, se lo negaba mintiendo alevosa y explícitamente. 
 
Cada vez que se perdía una elección se redoblaban los errores que condujeron a la derrota. 
 
Cada vez que aparecía un pobre en la superficie, se lo tapaba con un nuevo subsidio. 
 
La ideología de Cristina

Su esposa lo acompañó en todas esas “patriadas” como su mejor aliada, con una fidelidad personal y política sin fisuras. Pero ella nunca fue una inventora de realidades ni una conspiracionista acabada. 

 
Más bien, ella aparece como una persuadida ideológica por cierta línea interna del peronismo que hasta la aparición de los Kirchner era muy minoritaria en ese gran movimiento político y que tenía como respetables referentes a personalidades como Miguel Bonasso o Pino Solanas quienes, frente a renovadores o neoliberales, proponían una reconstrucción actualizada del imaginario revolucionario de los ‘70. 
 
Fueron precisamente políticos como Bonasso o Solanas -en tanto cultores o protectores sinceros de ciertos valores de un tiempo ido- quienes más enfáticamente desnudaron (dentro del sector “progresista”) la gran simulación de Néstor, un señor feudal de provincias hecho y derecho con deseos de ascender a emperador, capaz de encubrir, con la ideología que más le conviniera, su única razón política de existir: la acumulación absoluta del poder. 
 
Sin embargo, no parecen ser ésas las intenciones de Cristina. Al menos de Cristina sin Néstor. 
 
Como que buscara una política más moderada aunque con actores ideológicamente más radicalizados, más seriamente convencidos de aquellas cosas que su marido efectuaba por mero pragmatismo. 
 
Es cierto que, al igual que Néstor o incluso más, cree que los productores del campo son la oligarquía maldita o los medios de comunicación críticos, el demonio reencarnado. Pero también es verdad que los debates actuales con el campo nada tienen que ver -en tanto puesta en escena- con los de Néstor. 
 
Con respecto a los medios, ahora más que sobrar prensa crítica lo que sobra es prensa obsecuente. La oposición política está más confundida que nunca. Por lo que, aún siguiendo con el mismo discurso, las acciones no tienen por qué ser necesariamente iguales. 
 
La Presidenta no parece sentirlo o, al menos, no parece creer necesario, o no puede seguir inventando nuevos enemigos. Basta con dejar los que estaban, que con ellos alcanza y sobra. 
 
Entonces, quizá, pueda dedicar mayor tiempo a conducir la realidad que a negarla o sustituirla con más ficciones. 
 
Por eso está tratando, lo más imperceptiblemente posible, de sustituir la fuerte impronta personalizada de su marido por un grupo de personas que conformen su círculo de poder y que piensen como ella
 
Como que sintiera que si consolida un entorno fiel y mantiene la hegemonía comunicacional en manos de sus adeptos, desde esas dos poderosas armas pueda tener a raya a quienes más le preocupan. Porque, y eso es una diferencia esencial con Néstor, para ella sus verdaderos rivales son los “otros” peronistas, no los “enemigos” externos. En particular, Hugo Moyano y Daniel Scioli. 
 
Cristina y el poder

Moyano es el “poder” en estado puro, el jefe de la única corporación previamente existente a los Kirchner que fue fortalecida por ellos y frente a la cual el Néstor de los últimos días parecía querer intentar debilitarla, temeroso de sus evidentes excesos que cada día se hacían más visibles. 

 
Daniel Scioli es el “poder peronista” en estado puro. O lo que se ha ido convirtiendo el peronismo en democracia. Un político que indistintamente podría revistar a las órdenes de Menem, Duhalde o los Kirchner sin sentir por ello ninguna contradicción. Una expresión de la gobernabilidad sin ideologías, o con todas las ideologías, lo mismo da. 
 
El peronismo “real” (vale decir los señores del conurbano y los patrones de estancia provinciales) no tiene problemas en apoyar a Cristina (máxime hoy que ella es electoralmente convocante) pero si su remplazo fuera Scioli, ellos no derramarían ni una lágrima de nostalgia por ella. En su etapa final, Néstor intuyó los peligros del sciolismo y por eso Cristina también en este tema puede sentirse heredera de él. 
 
Cristina y la realidad

Con Cristina, lo que comenzó a aparecer de una manera notable es la realidad cotidiana. No es que con Néstor ella no apareciera sino que, apenas aparecía, él se encargaba de taparla con un nuevo enemigo, una nueva conspiración o una nueva ficción. 

 
Siempre una macro-causa ocultaba los micro-problemas. Y ahora eso no está ocurriendo. Hace tres meses que no está ocurriendo. Si es que Cristina ha decidido no ocultar la realidad o que no está capacitada como Néstor para ocultarla, es una pregunta de difícil respuesta y quizá innecesaria, porque ése es el nuevo escenario que parece haber venido para quedarse. 
 
¿Podrá el kirchnerismo sobrevivir a las pequeñeces de la vida cotidiana y eventualmente comenzar a resolverlas? Tal la pregunta del millón. Porque lo que se está viendo en estos tres meses es, como nunca, un país comparable a una mansión fastuosa pero donde adentro todo funciona atado con alambres. Mejor dicho, donde casi nada funciona. O funciona a la buena de Dios. 
 
Un país donde la pobreza asoma terrible, en particular porque se contradice ferozmente con todos los datos inequívocos de un fenomenal crecimiento macroeconómico como quizá nunca vivió la Argentina. 
 
Con una inflación galopante que lleva al sector de la población con ahorros a gastárselos en autos 0 kilómetros, artículos suntuarios o viajes de placer al exterior, graficando un boom de consumo similar al de la época de la plata dulce, o sea con pies de barro. Mientras que los sectores más carenciados son literalmente arrasados por esa misma inflación. 
 
Un país donde, además, el absurdo de negar la inflación conduce hasta al ridículo de que no tengamos ni siquiera billetes papel. 
 
Un país donde el narcotráfico aprovecha todas las fenomenales grietas del descontrol para sumergirse plácidamente en las mismas, vaya a saber con qué complicidades. 
 
Un país de discurso industrialista pero que vive como emirato a partir de los precios internacionales de las materias primas. 
 
Un país de capitalistas “amigos”, mucho más amigos que capitalistas, los cuales con Néstor vivo tenían un jefe al cual reportar, mientras que ahora buscan ser dueños de aquello de lo que antes eran sólo testaferros. 
 
Pero esta enumeración no pretende criticar al actual gobierno. Podría hasta ser un elogio, ya que en los tres últimos meses, estas cuestiones se empiezan a debatir sin que frente a la aparición pública de cada una se le anteponga una utopía negativa que niegue su existencia o las patee hacia adelante. 
 
Claro que el Aníbal, Timerman o Boudou siguen acusando al mundo de las incompetencias del gobierno, pero cada día se parecen más a los tres chiflados, aunque sin su sentido del humor. 
 
Comprendámolos, pobrecitos; necesitan sobreactuar para sobrevivir. 
 
En fin, sin que nada haya cambiado en apariencia, hoy la Argentina política parece estar viéndose obligada -lo quiera o no- a debatir sobre los problemas reales de la sociedad y no sobre las invenciones de un mandamás. Si esta tendencia prosiguiera, tarde o temprano, nuestra dirigencia deberá ocuparse de resolver estos problemas en vez de seguir atándolos con alambre.

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