Es un clamor global: Hay que salvar a Sakineh Ashtiani

A ojos occidentales, Sakineh Ashtiani no cometió delito alguno. A ojos del fundamentalismo islámico iraní, ella merece un castigo capital. Por cierto que un exceso y por eso el reclamo humanitario mundial. Aunque las autoridades iraníes han anulado su lapidación, aún pueden aplicarle una pena sustitutoria que la llevaría irremediablemente a la muerte. El autor hace un llamamiento internacional para librarle de morir.

La crónica de Esteban Villarejo, del ABC de Madrid, a propósito de la visita del canciller iraní Manucher Motaki, permite introducir el tema:

"El ministro de Exteriores iraní, Manucher Motaki, accede a la sala habilitada para el desayuno informativo con siete periodistas españoles en un hotel del centro de Madrid. Cortésmente estrecha la mano del periodista de ABC con un "good morning". Acto seguido, otra compañera periodista extiende su mano que es rechazada ipso facto por el jefe de la diplomacia iraní: "Ya conoce nuestras costumbres. Así respetamos a las mujeres", se justifica también en inglés. Muy educado.
La reciente condena a morir lapidada que pesa sobre Sakineh Mohammadi Ashtiani —mujer de 43 años, que cometió adulterio a los ojos de la Justicia de Irán— centra la primera pregunta de los periodistas.
Antes, el ministro iraní bendice la mesa "en nombre de Dios, clemente y misericordioso" y lanza halagos a la selección de fútbol de España: "Su victoria fue celebrada por miles de personas en Teherán". No obstante, la lapidación le espera.
¿Puede asegurar que Ashtiani no será lapidada?
"Por parte de nuestros juzgados no he oído nada al respecto, por lo que no puedo dar una opinión sobre ello. Seguramente, la noticia se deba a la propaganda de los medios de comunicación occidentales", responde firme el ministro quien trata así de rechazar la versión de la prensa británica que la semana pasada hizo bandera del caso Ashtiani.
La condena se habría suspendido, según informó la BBC, no obstante el ministro no pudo tampoco confirmar este punto.
Pero en Irán se puede morir lapidada. Y el ministro de Exteriores iraní —que se reunió la noche del lunes 12/07 con su homólogo español, Miguel Ángel Moratinos— trató de justificar la decisión de lapidar a una persona y explicar los porqués de tales penas, claro ejemplo de que la Alianza de Civilizaciones tiene muchos deberes que atender: "La República Islámica de Irán se basa en las leyes coránicas en los aspectos penales. Además en el islam la familia tiene un lugar especial y no se puede amenazar a la familia. ... Es normal que reciban un castigo quienes destruyan o agredan al núcleo familiar en una sociedad islámica", explicó el jefe de la diplomacia iraní que reconoció que en Irán existe tal condena a muerte "pero con un proceso muy duro y muy largo" y donde "debemos tener un debate más amplio entre los distintos sistemas judiciales hasta llegar a la más alta instancia judicial". Así, no pudo certificar la suspensión de la lapidación de Ashtiani. (...)".

Ahora, a la columna de Bernard-Henri Lévy que ha dado vuelta al globo:
Sakineh Mohammadi Ashtiani no será lapidada. Ante la movilización internacional, las autoridades iraníes han anunciado que no ejecutarán la sentencia dictada por los jueces. Pero, atención: Sakineh Mohammadi Ashtiani aún no está a salvo, ya que todavía pueden aplicarle lo que en Irán llaman púdicamente "pena sustitutoria", es decir, la muerte por ahorcamiento, por ejemplo.
Ahora bien, ¿qué crimen cometió Sakineh Mohammadi Ashtiani, una madre de familia de 43 años? ¿Qué imprescriptible falta la hizo merecedora, hace cuatro años, de 99 latigazos y, más tarde, de una condena que consiste en ser enterrada viva hasta el cuello para que una horda de machotes le destroce la cabeza a pedradas? Sí,
¿cuál fue ese crimen que pese a que, lo repito, la Embajada de Irán en Londres acabe de anunciar la anulación in extremis de la orden de lapidación, la retiene en el corredor de la muerte de la prisión de Tabriz a la espera de un castigo que, aunque aparentemente menos bárbaro, será igual de atroz?
Su crimen, su único crimen, un crimen que, entre paréntesis, ella niega haber cometido, ese crimen que, en el momento en que escribo, y pese a que tres de los cinco jueces que se pronunciaron sobre el caso expresaron serias dudas sobre su culpabilidad, la abocan a una salvaje ejecución, no es otro que el de haber mantenido relaciones extramatrimoniales con un hombre varios años después de... ¡la muerte de su marido!
La acusación sería grotesca si sus consecuencias no fuesen tan abominables. Sería digna de figurar en el extenso repertorio de dislates y locuras de los Estados totalitarios si no fuera porque al menos seis personas (cinco hombres y una mujer) han sido lapidadas desde el año 2002, pese a la moratoria decretada entonces sobre este tipo de castigo.
He de añadir que esa misma moratoria, esa moratoria que no impide que las lapidaciones se sigan produciendo, es considerada nula y sin efecto por distintas autoridades religiosas, políticas y judiciales iraníes: ¿acaso Alireza Jamshidi, portavoz del Ministerio de Justicia, no declaró en enero de 2009 que el concepto de moratoria no tenía sentido alguno en el derecho iraní?
¿Acaso el Consejo de Guardias de la Revolución no lucha con uñas y dientes para impedir que la lapidación quede fuera del nuevo Código Penal, que algunos reformistas parecen deseosos de retocar?
Por todas estas razones, el de Sakineh Mohammadi Ashtiani es un caso de vital importancia.
Por todas estas razones, tenemos que ser muchos, tenemos que sumarnos masivamente al movimiento de opinión originado en Canadá (desde el sitio www.freesakineh.org, impulsado por Heather Reisman, Marie-Josée Kravis y otros), en el Reino Unido (con el espectacular llamamiento lanzado el viernes 9 de julio desde la primera plana de The Times, y que yo mismo firmé), en Estados Unidos (en torno a personalidades como mi amiga Arianna Huffington) y, hoy, en Brasil (gracias a los esfuerzos del editor de Companhia das Letras, Luis Schwarcz).
Y por estas razones insto a los amigos que vienen apoyándome en Europa desde hace tantos años y en tantos combates a que se sumen urgentemente al movimiento: me dirijo a los lectores de mi revista, La Règle du Jeu (laregledujeu.org); me dirijo a los hombres y mujeres de buena voluntad que me leen cada semana, o casi, en Corriere della Sera, ElPaís o Frankfurter Allgemeine Zeitung.
A todos ellos les pido que se pongan en contacto directamente con las autoridades iraníes a cargo del caso Sakineh Mohammadi Ashtiani para solicitar: a) que suspendan cualquier forma de ejecución; b) que aclaren el estatus legal de la acusada e informen a su abogado a la mayor brevedad; c) que revisen su oposición a la retirada del Código Penal de una pena ?la lapidación? que es la vergüenza de la cultura persa y, como saben los musulmanes ilustrados del mundo entero, pertenece a una época remota.
Deben enviar su llamamiento al ayatolá Sayed Alí Jamenei, guía supremo de la República Islámica de Irán, cuya dirección de correo electrónico acaba de hacer pública Amnistía Internacional. También pueden enviárselo a través de su página web.
Asimismo, deben enviárselo al ministro de Justicia, el ayatolá Sadegh Lariyaní, a la dirección siguiente, igualmente publicada por Amnistía Internacional, y a través de la cual parece que se puede llegar hasta él: Office of the Head of the Judiciary; Pasteur St. Vali Asr Ave.; south of Serah-e Jomhouri; Tehran 1316814737; Islamic Republic of Iran.
También pueden enviar una copia al secretario general del Alto Consejo para los Derechos Humanos, Mohamed Javad Lariyaní: Pasteur St; Vali Asr Ave.; south of Serah-e Jomhouri; Tehran 1316814737; Islamic Republic of Iran.
Hay que inundar de mensajes los despachos de estos funcionarios.
Todos deben ser conscientes de que el mundo tiene los ojos fijos en ellos y en el destino de Sakineh Mohammadi Ashtiani, así como de las otras 11 personas (ocho mujeres y tres hombres) que, en otros corredores de la muerte, esperan para saber si serán lapidadas o no.
Hay que recordarles que un gran país como el suyo, heredero de tan excelsa cultura, no puede aferrarse a unas prácticas punitivas tan atrozmente bárbaras y que contravienen tan abiertamente el "Pacto internacional relativo a los derechos civiles y políticos", del que Irán es signatario.
Deprisa, amigos, os lo suplico: si queremos que Sakineh Mohammadi Ashtiani y sus 11 compañeros de infortunio y horror salven la vida, no hay un minuto que perder.

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