Héctor Timerman no tiene consuelo (y Gasparini tampoco)

La desazón del (ladri) progresismo es absoluta, luego del testimonio de Isidoro Graiver sobre Papel Prensa, ratificando ante la Justicia. Héctor Timerman, uno de los principales promotores de la falsa vinculación de la transferencia accionaria con el secuestro ilegal y tortura inadmisible de los integrantes del 'clan Graiver', sigue lamentándose. Y regresó a escena el ex montonero sobreviviente de la ESMA, Juan Gasparini, pese a que en su libro sobre David Graiver nada menciona que sustente la hipótesis gubernamental.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). El canciller Héctor Timerman declaró que, para el diario Clarín, Isidoro Graiver pasó de ser "un sucio subersivo a una de las personas que merecen estar en los santos Evangelios".
"Es una persona que está sufriendo muchas presiones, sufrió mucho en la vida y está atravesando momentos económicos muy difíciles", dijo Timerman sobre Isidoro Graiver.
Lo concreto es que el testimonio de Isidoro Graiver, el naipe que tenían guardado S.A. La Nación y Grupo Clarín, dejó en ridículo a los Kirchner y a quienes promovieron la interpretación gubernamental. Por ejemplo, Héctor Timerman.
Graiver ratificó que la cesión de Papel Prensa es previa a la detención ilegal de los integrantes del 'clan Graiver' como consecuencia de una investigación sobre los negocios financieros de David Graiver con la organización ilegal Montoneros.
Tras participar del Consejo de las Américas, Timerman reiteró que "al momento de la muerte de David (Graiver), Isidoro no era accionista y los únicos propietarios de la empresa eran Lidia Palaleo, su hija y los padres de David" por lo que consideró que "el único testimonio válido" es el de Lidia Papaleo.
Eso no le quita valor testimonial a la declaración de Isidoro Graiver, y por eso Timerman recordó: "Las tapas de los diarios Clarín y La Nación acusando a los hermanos Graiver de ser las bestias negras de la subversión y dijo que le llama al atención que hoy Isidoro sea el héroe del diario Clarín".
Ahora, ¿acaso la actividad de David Graiver como el banquero de la organización terrorista Montoneros no es reprochable? El problema de Timerman es el temor a que los Kirchner lo incluyan en la lista doméstica de 'sancionables' luego del papelón.
Timerman consideró que la cuestión de Papel Prensa "termina en la justicia" y se va a demostrar que "los diaros presionaron, extorsionaron y amenazaron de muerte a Lidia Papaleo para quedarse con Papel Prensa. También se va a demostrar que la mantuvieron en una constante vigilancia con presiones y amenazas de muerte que configuran tortura hasta que consiguieron quedarse con la empresa", añadió.
Timerman debería tener en cuenta que, en el contexto en que él lo presenta, también los Civita podrían demostrar la presión muy poderosa y extorsiva que ejerció José Ber Gelbard, el amigo de Jacobo Timerman, sobre los accionistas de Editorial Abril para que le vendieran las acciones de Papel Prensa a 'Dudi' Graiver, el socio de Jacobo Timerman.
Pero mucho más interesante es la irrupción en escena del ex montonero Juan Gasparini, el personaje que pasaba cada vez a retirar los intereses del depósito de Montoneros en la banca de Graiver.
Gasparini aseguró que Isidoro, el hermano del ex dueño de Papel Prensa, "no tenía nada que ver" con el grupo propietario de la empresa y que efectivamente hubo presiones para vender la compañía.
En diálogo con Radio La Red, Gasparini explicó que el diario Clarín "hizo circular la versión de que hay dos etapas separadas entre sí, una primera en la que la viuda firma la venta de la empresa en libertad y una segunda etapa con la viuda y la familia en prisión".
El (ladri) progresismo le ha pedido a Gasparini que le de una mano luego de que Urgente24 demostrara que la historia que relató Cristina de Kirchner es 'trucha', a partir del propio testimonio de Gasparini.
"Hay una interconexión entre la forma compulsiva y las presiones existentes y la segunda etapa, la del secuestro", dijo ahora Gasparini: "Yo sostengo que el aniquilamiento del Grupo Graiver se hizo en tres etapas intimámente relacionadas e interconectadas, en la primera lo asesinan a Graiver y someten al grupo a la iliquidez. Luego la dictadura le impone presión a la persona que tenía que firmar que era Lidia, que vende la joya de la corona, que es Papel Prensa, y una vez que se hicieron los traspasos con visos de legalidad le sacaron el resto que no era de importancia política y la secuestraron".
No es lo que escribió en su libro. ¿Qué fue lo escribió Gasparini en su libro sobre Graiver? Recordemos:

"(...) El piso 29 del edificio Olivetti de Buenos Aires era un desfile de dolientes. Los más afectados reclamaban la devolución de capitales depositados en el exterior. La mayoría habían naufragado en la BAS, recientemente declarada insolvente.
Imposible rescatarlos. El Instituto de Redescuento y Garantía Bancaria de Bélgica restituía los depósitos de cualquier banco privado o estatal que anegara, pero si habían sido realizados en la moneda nacional. No lo era pues, como se sabe, los argentinos preferían apostar al dólar. El reguero de fondos que se perdió por las tuberías de Graiver entre Buenos Aires y Bruselas alcanzó los 7 millones y medio de dólares.
Mientras Lidia daba largas a los acreedores y palpaba el deterioro irremediable de las empresas por la falta de oxígeno financiero que antes bombeaba David desde Nueva York, el Banco Central argentino tomaba recaudos. El olor que despedían el ABT y la BAS acicateó poner veedores en el Banco Comercial de La Plata y en el Banco Hurlingham.
El desembarco de esos inspectores contagió de pavor a Lidia. En la soledad de sus noches, cuando apagaba la luz y se entregaba al sueño meditando sobre el espejismo de las glorias de este mundo, David parecía mofarse. Asomaba descaradamente por las rajaduras del cielorraso.
Por momentos se exhibía como ella lo había idealizado: un ganador que canjeó el placer de los bienes materiales por la satisfacción moral del cambio social.
De a ratos aparentaba ser todo lo contrario: un canalla, arrogante trepador sobre las ilusiones perdidas. Cara y cruz de una misma moneda. Al fin y al cabo el engaño había sido su segunda naturaleza.
La primera era la mirada penetrante y la espaciosa sonrisa, que hacía creer al interlocutor que en este mundo sólo él tenía importancia.
La segunda, las intenciones definitivas de un crápula, que no vacilaba en pasar por encima de cadáveres.
Lidia Graiver revisaba una y otra vez el proyecto, largamente discutido, con el ahora ausente de aquel lecho de la Avenida Alvear 1678, 5º piso "B". Lo que había parecido infalible hacía agua por varios costados. ¿Qué ocurrió? La pregunta daba vueltas en el dormitorio como una mosca enloquecida por el encierro.
¿Qué les pasó a los dos, que no previeron el estrepitoso fracaso? Ese no era el puerto previsible que justificara las concesiones. ¿Se habían equivocado? ¿Dónde residía el error? Dudar o no dudar: el quid de la cuestión mortificaba a Lidia.
Su marido la convenció de que era factible armar un fabuloso poder industrial e inmobiliario en la Argentina, sirviéndose de apoyaturas políticas en los gobiernos de turno y de soportes financieros propios y ajenos.
David Graiver se veía como ministro de Economía de un gobierno hegemonizado o con participación de los Montoneros, al que podía tenderle un puente con la administración Carter que se avecinaba. Las aspiraciones políticas de "Dudi" entroncaban con Papel Prensa. Al banquero lo enfebrecía la ilusión de cerrar o abrir a su agrado el grifo que repartiría papel de diarios y revistas en Argentina y que tutelaría el periodismo escrito, hubiera o no democracia.
Ganaran o perdieran los Montoneros, David tenía por lema convertirse en un gran protagonista de la política argentina.
Pudo observarse cómo personajes importantes variados de la franja dirigente se hallaban enganchados con él. Gracias a sus favores creía que neutralizaría la posibilidad que un gobierno hostil se propusiera perjudicarlo. Los males que llegaran a ocasionarle repercutirían en todo el cuerpo político.
En ese sentido Papel Prensa era un verdadero reaseguro. Visto desde sus propios intereses, ¿quién sería capaz de desistir una asociación con él? Elucubraba que si derrapaba fuera de ruta se los cargaba a todos al infierno.
Graiver bregaba para gestar las condiciones materiales que obligarían a los demás a pensar como él deseaba que pensaran. Los competidores debían llegar al convencimiento de que era más redituable ser sus aliados que sus enemigos. Él los dejaba venir y les aseguraba que habría para compartir satisfacciones: "tanto para vos, tanto para mí".
Los hacía pensar en las bondades del corto plazo. Ellos no debían imaginar que, en el largo, los vencería. Entonces se erguiría como el más fuerte: "todo para mí, nada para vos".
El principio del yudo le reportaría la victoria. Si todos copiaban la imagen que les proponía, las apariencias de igualdad estaban garantizadas. En el fondo esto era falso pero, en lo inmediato, lo hacía aparecer como cierto. No todos ganan en la concentración capitalista. Hay también perdedores. Los "tontos" de Mario Puzo. Graiver lo sabía tan bien, que que se sentía el "vivo". Al concluir se impondría el más listo, es decir él, que se llevaría por delante a los demás.
Su liderazgo saldría de discusión, siendo demasiado tarde para ponerlo en tela de juicio. Después David iba a darse el lujo de decidir, si le convenía, a quién perdonarle la vida.
Era su escudo para inducir el pensamiento de adversarios o competidores desde una posición de poder en permanente crecimiento. Graiver presumía que estaba protegido del pecado que lo diferenciaba del resto de la capa política y económica tradicional. Sus cimientos eran parcialmente, en efecto, capitales guerrilleros.
Si alguna vez saltaba el secreto, o si los muchachos perdían la guerra, él se salvaría porque costaría menos su indulto que la correntada de escándalos que iba a arrastrar a muchos si lograban voltearlo.
Pero aquel pronóstico se estaba demostrando erróneo.
Primero lo relativizaba una de las prerrogativas de los que detentaban totalitariamente el poder: si existe voluntad política de mantener la inmersión, no hay chanchullo que por sí solo salga a la superficie.
Segundo, lo contradecía una triste constatación. El fabuloso modelo perdía sentido sin la presencia física de David. El proyecto había sido izado bajo una conducción unipersonal, y esta, por su esencia, como se sabe, no se lega jamás. Su violenta como temprana desaparición ponía en evidencia al mismo tiempo un tercer elemento que frustraría los sueños del más audaz e inescrupuloso banquero que haya nacido en la Argentina: la dictadura de 1976 a 1983 no tendría límites en su cabalgata represiva.
Cualquier indicio de connivencia con la guerrilla equivalía a muerte. El grupo Graiver estaba condenado al aniquilamiento, a la par que los militantes de ERP y Montoneros.
Por carácter transitivo, la derrota de estos tumbaría a los Graiver. No habría compromiso que valiera para impedir el desmantelamiento.
Este se cocía a fuego lento. El Swiss-Israel Bank había sido dado en garantía para apuntalar la compra del ABT. Su suerte estaba ligada a este, por tanto se lo fagocitaría la banca Leumi. Recuperar algo de lo que restaba del ABT, el CNB la BAS, saldados los litigios que obturarían las quiebras, ventas, traspasos de acciones y liquidaciones de por medio, no era previsible ni siquiera a mediano plazo.
Con veedores en el Banco Comercial y en el Hurlingham, y siendo un secreto a voces que habían sido dados en garantía en Nueva York y Bruselas, sus tasaciones se vendrían a pique. Hubo que rematarlos lo antes posible. Subvaluados, el primero fue a parar al Grupo Alianza por 8.300.000 dólares. El segundo a Juan Carlos Chavane por 3.000.000.
Había que ponerle el hombro a la terminación del Bristol Center, las tres torres frente a la Playa Bristol de Mar del Plata. Sus cientos de departamentos, las galerías comerciales y confiterías se calculaba que valían 60 millones de dólares. En un principio David encaró la inversión con el Grupo Safra, dueño de los multinacionales Trade Development Bank y Republic National Bank, a través de su representante en la Argentina, Moisés Kaffif. Pero después decidió terminarlo solo.
De la venta de aquel complejo en el balneario más concurrido del país, en vías de terminación, debían salir los fondos que resguardarían lo principal: Papel Prensa, que lastraba millones. Se ensayaba no quedar descolocados ante el Ministerio de Economía, que por cualquier subterfugio intentaría quitárselos. En ese marco de extremo deterioro, Lidia se esforzaba por emular a su marido: el poder financiero servía para consolidar el industrial.
La ruina de los bancos no importaba, siempre y cuando se mantuvieran en pie las empresas industriales, comerciales e inmobiliarias.
–Tenemos que fortificarnos en Papel Prensa. Ese es el único combate que tiene sentido –dijo la viuda epilogando la acción táctica que infería para salvar lo vertebral de lo que les quedaba.
–Correcto –asintió Jorge Rubinstein, en la primera reunión a solas con Lidia.
Lejos del barullo ensordecedor de Egasa, almorzaban en el Ligure, de Juncal entre Suipacha y Esmeralda.
–Pero tu propuesta implica no pagar a nadie más. Te olvidás de los Montos. Dicho sea de paso, quieren verte –añadió Rubinstein, aprontándose a saborear un filet de pejerrey meunière, después de los huevos de codorniz en cocotte, con vieiras.
–¿Y vos que pensás? –Lidia masticaba rítmicamente un bocado de raya a la manteca negra, acompañado con puré de papas. De entrada había consumido un plato de pavita con crema de berros.
Rubinstein cambió el color de las copas vertiendo Sutter, etiqueta marrón.
–Hay que pagar. De algún lado tenemos que conseguir el dinero. Al menos mantengamos los 196.300 dólares de interés mensual que les fructifica el capital. Ojo, con ellos no se juega y está la palabra de David de por medio.
–¿Qué insinuás? –inquirió la viuda dejando los cubiertos sobre el borde del plato.
–Cuando se transa con gente que utiliza las armas para hacer política, hay que saber a qué atenerse si no se respeta el compromiso.
Rubinstein subrayó el consejo con el cuchillo, haciendo un círculo en el mantel.
–¿Te han amenazado? –La viuda puso sus brazos en jarros.
–No, mi relación con ellos es cordial. Acordate cuando se trabaron los 14 millones en Ginebra. Lo tomaron con paciencia. Nada estuvo fuera de tono. Estando vos aquí, te corresponde asumir la responsabilidad ante ellos. Así lo habíamos dispuesto con David.
Lidia tragó y dijo:
–Sin duda. Quedate tranquilo. Ellos saben que la única posibilidad que les queda de juntarse de nuevo con esa plata es que yo esté viva, así que no van a hacer nada que me perjudique. Nos bancaran lo que sea.
–Sí, pero tené cuidado...
Rubinstein quería terminar con ese tema. Había hecho el nexo. Ahora la viuda debía tomar las riendas. Buscando al mozo con la vista habló de los postres.
–Imagino que no dejarás pasar la oportunidad de los mejores panqueques de manzana al sambayón.
Lidia pareció no escucharlo y siguió con los Montoneros.
–Ya sé que son de temer. Veremos qué dicen. ¿Cómo hacés para verlos?
–Por medidas de seguridad jamás vienen a nuestras oficinas. Tengo el teléfono de una mensajería donde se piden o dejan turnos con psicoanalistas. Yo los puedo convocar a lugares y horas prefijadas. Es el 51-8289. Lo sé de memoria. Ellos pueden hacer lo mismo, llamándome a Egasa o a mi casa con el pretexto de que una inmobiliaria se interesa en los departamentos del Bristol Center. Te puedo arreglar una cita para almorzar o para tomar el té. Irá "Ignacio", a quien conocés. Llegado el momento, te explicará cómo arreglar un antiseguimiento, para que nadie sepa que los ves. A propósito, Isidoro y don Juan, ¿están al corriente?
–No. ¿Por qué?
–Porque en algún momento deberás abrir el juego. Te sugiero que aproveches la reunión general que tendremos los cuatro cuando vuelvan los abogados de Nueva York y Bruselas. Allí se podrá hacer una revisión global de la situación, es una buena oportunidad para dar vuelta todos los naipes. Por mi parte yo necesito que ellos lo sepan. Si no, no podría fundamentar mi posición que es no pagar a nadie, menos a los Montos, sin por tanto bloquear el salvamento de Papel Prensa.
–Podría ser. Por lo pronto, quiero ver a "Ignacio". Haceme una cita lo más pronto que puedas. Veremos cómo enfocan ellos la situación.
Los panqueques de manzana agotaron el vino y orientaron hacia el café y otros temas.
–Y con Gelbard, ¿qué pensás hacer? Manuel Werner vino a verme con una procuración por lo de los campos y el avión. Gustavo Caraballo se presentó con los poderes de Huescohills, la financiera del Caribe que hace de pantalla en aquel préstamo de 7 millones de dólares que David invirtió en la compra del ABT. De Canal 2 y Crónica todavía no hablamos.
–Yo no voy a negociar con representantes de Gelbard. Te corresponde a vos. Fijate a que se puede llegar cediendo en los bienes comunes con tal de que no se ponga insoportable con los 7 millones. De eso vamos a hablar recién cuando podamos. ¿Qué sé yo? Como murmuran que es medio dueño de El Cronista Comercial, en una de esas se embala en hacer sociedad con Timerman. Me han comentado que Palli, ese cubano que tiene de testaferro en Canal 2 con nosotros, le ha manejado su parte en El Cronista. Tantealo... y si esta gente se pone dura, dejamela a mí. Con los documentos de la coima de los ítalo-canadienses, lo de Aluar, la "Cruzada" y las cuentas comunes con López Rega
les voy a empapelar Buenos Aires...
Perplejo, Rubinstein sacó otra pregunta.
–¿Y los sindicalistas?
Algo intempestiva, la viuda demostró que estaba preparada para la impiedad.
–Esos perdieron. Como los ingleses, ¿te acordás? Ninguno va a alzar la voz. Esa plata es robada de los gremios. Deciles que les pagaremos cuando se extingan los juicios por los bancos en el exterior porque tenemos las cuentas congeladas. O sea, nunca. En cuanto a los demás, iremos viendo caso por caso. Y no habrá ninguna preferencia con la colectividad.
Rubinstein pagó el almuerzo, sin hablar.
La viuda anteponía una valla protectora. Casildo Herreras y sus compinches no llevarían los planteos a la plaza pública. Gelbard no estaba en condiciones de ir al enfrentamiento. Refugiado en los Estados Unidos con un pedido de extradición siguiéndole los pasos, entraría en la negociación.
Ella la estiraría con promesas. No estaba equivocada. La deuda de Graiver con Gelbard se saldó recién en los estertores del alfonsinismo. En lo inmediato, Gelbard ganó posiciones en los bienes pero sus herederos tardaron más de una década en recuperar sus 7 millones de dólares.
Don José no vio ese final. Un ataque cardíaco acabó con su existencia en Washington el 3 de octubre de 1977. En 1989 su hijo Fernando (su hija Silvia ya había fallecido en 1982), trataba de resarcirse de las humillaciones que sufrió de parte de la dictadura militar por su participación en el gobierno peronista precedente y por los vínculos con David Graiver. Designado como embajador del presidente Menem en París, demandó 20 millones de dólares de indemnización al Estado argentino "por el tiempo que no pudo utilizar los bienes de la familia interdictos por el gobierno militar", según explicó el diario Ámbito Financiero del 6 de septiembre de 1989.
Lidia Graiver eludió pronunciarse sin ambages sobre el reembolso a los Montoneros. Su reticencia ante Rubinstein sólo confirmaba que su única preocupación era Papel Prensa. La reunión general con Rubinstein, Isidoro y don Juan, donde los términos debían aclararse, no llegó a realizarse nunca.
Acompañado por Flora Dybner de Ravel –la encargada de recibir dólares para los certificados de depósitos que ofrecía la BAS de Bruselas en sus oficinas de Florida 336, 6º piso–, Rubinstein tuvo un accidente automovilístico entre Buenos Aires y La Plata. Quedó postrado durante tres meses y necesitó cuidados especiales.
El cardiólogo René Favaloro le había practicado un doble bypass de aorta años atrás. Su salud se deterioró. Parecía un anciano a pesar de que sólo había cumplido 50 años. Sin embargo jamás perdió la lucidez mental. La mantuvo hasta el final, cuando el coronel Ramón Camps se extralimitó en la dosis de corriente eléctrica que podía soportar su corazón.
Rubinstein se fue de este mundo sin poder cobrar los 240 mil dólares de prima que los Graiver le adeudaban por haber obedecido a ciegas como primer empleado de David. Su eclipse de las oficinas de Suipacha y Santa Fe fue aprovechada por Lidia que velozmente se instaló en el comando.
El miércoles 20 de octubre de 1976, Lidia Papaleo poseía todo el poder. Enfundada en trajes sastre de Christian Dior de pantalones o pollera, y que repetía sólo cuando sus allegados olvidaban habérselos visto alguna vez, entró a maquinar sin respiro. En su entorno estaban Lidia Gesualdi y Silvia Fanjul, dominadas por la dependencia que la psicóloga con la que hicieron terapia había desarrollado en ellas, imbuidas del desafío de sacar a flote al grupo. Eran tres mujeres entrelazadas en íntima amistad.
La irracionalidad del deseo sexual, latente en el duelo de la incipiente viuda, la catapultaba a la acción, como desesperada, no por poseer físicamente a un hombre, sino por aprisionar el poder que un hombre muerto había engomado con su influencia intelectual.
Las otras dos mujeres no supieron cómo hizo Lidia para apartar a Isidoro y Juan de la dirección. De un día para otro el hermano y el padre de David dejaron de frecuentar los despachos de Egasa.
A puertas cerradas, Lidia los puso secamente en la encrucijada: había 17 millones de dólares que pertenecían a los Montoneros. "Hay que dar la cara: o ustedes o yo en el comando. Además, Isidoro, vos te fuiste con la indemnización de 2 millones de dólares que te dio ‘Dudi’ a principios de año".
Los hombres, aterrados por la revelación, retrocedieron. En suma, Lidia apelaba al mismo método de conducción unipersonal de David. Institucionalmente tenía una posición inmejorable desde antes que "Dudi" falleciera: presidía Egasa, el esqueleto empresario de los Graiver en la Argentina, presidía Galerías Da Vinci, mediante la cual se ejercía el control sobre Papel Prensa, el futuro candado de los medios escritos de comunicación, e integraba el directorio del Banco Comercial de La Plata, a quien se referían financieramente las 30 compañías del grupo dentro del país.
Sus antiguas pacientes, Angarola y Fanjul, jugarían en otro contexto el mismo papel de Rubinstein y Naón. Serían sus brazos accionando las palancas del poder.
Los Montoneros, por su parte, la escucharon. Con la mayor objetividad posible ante el panorama desolador, acondicionaron sus pretensiones. Le trasmitieron tranquilidad para que rematara el grupo; luego verían cuánto quedaba al final del túnel y recién ahí vendrían los reclamos. El pacto se selló en Buenos Aires durante un almuerzo en Harrods, de la calle Florida, el viernes 22 de octubre de 1976.
Ese día, a las 11 y 42, Lidia dejó sus oficinas en Olivetti, con aire de salir de compras. "Ignacio" Torres le hizo un contraseguimiento que dio resultado negativo. Entre Suipacha 1111 y Florida al 900 tardaron 37 minutos. La viuda tomó por la Avenida Santa Fe, cruzó Esmeralda y siguió hasta toparse con una de las entradas de las estación San Martín del subte "C", en la plaza del mismo nombre. Descendió y embarcó en dirección a Constitución. Dejó pasar las estaciones Lavalle, Diagonal Norte, Avenida de Mayo y Moreno, apeándose en Independencia. Siempre bajo el control visual guerrillero, como lo había acordado vía "Rupérez", Lidia trasbordó a la línea "E" en dirección Virreyes-Bolívar, volviendo a trasbordar en esta última estación hacia Catedral en la línea "D", que viene de Palermo. Se bajó en 9 de Julio, y pasó túneles y escaleras buscando la estación Carlos Pellegrini de la línea "B" que conecta Leandro Alem con Federico Lacroze. Subió nuevamente al subterráneo,
abandonándolo en la estación Florida, de donde emergió a la superficie, finalizando 29 minutos de recorrido.
"Ignacio", que hasta allí se mantuvo a distancia, se le fue acercando mientras caminaban por la calle Florida, terminando de cerciorarse de que nadie se les había pegado. Cruzaron las calles Lavalle, Tucumán, Viamonte y Córdoba, entrando casi juntos a Harrods. En la sección damas de la tienda, la Papaleo supo que además del jefe de finanzas de Montoneros, encontraría a un oficial superior con mandato otorgado por su conducción nacional, con quien iba a comer en el restaurante del tercer piso.
Julio Roqué, "Lino", era un cordobés parco de mirada mansa. Tenía 40 años. Usaba zapatos de cuero con suela de goma de Los Angelitos y llevaba el pelo corto. Desde el "Cordobazo" en 1969, apuntó a la lucha armada. De andar mesurado y fina inteligencia para calcular los riesgos, su corpulenta figura transitó del comando "Santiago Pampillón" en la insurrección del barrio Clínicas de Córdoba, hasta la escotilla del Peugeot 504 desde donde se alzó el fusil FAL que abatió al general Juan Carlos Sánchez. Por torturador lo balearon el 10 de abril de 1972, en Rosario.
Roqué fue promotor de las FAR y recorrió las cárceles de Lanusse, donde se enamoró de la "Rata" Gabriela Yofre.
Abandonó las Ciencias de la Educación por la política, cultivando su confianza en la persuasión, propia de los intelectuales didácticos que se han convertido en cuadros de acción. Desaparecido el "Negro" Quieto, con quien Roqué había compartido "operetas" célebres como el asalto al camión militar de Pilar y la "expropiación" de un banco en Don Torcuato, "Lino" llevaba la última palabra de los Montoneros a Lidia Graiver.
Roqué dejó que hablara la viuda, mirando de tanto en tanto a "Ignacio", quien enmudeció de improviso prefiriendo ocuparse de una milanesa con papas fritas. Lidia, lomito al plato con ensalada de lechuga y tomate de por medio, fue mconvincente:
–Déjenme salvar Papel Prensa, lo que quede es para ustedes.
Si no llego a los 17 millones, con esa empresa funcionando a la larga los reembolsaré, pero no puedo seguir pagándoles, como hasta ahora, 196.300 dólares mensuales de interés, porque me están ahorcando.
"Ignacio" dijo que sí con un movimiento de cabeza. "Lino" paladeó los tallarines al ajo, y transigió. Guardó para otra oportunidad la acezante curiosidad que lo caracterizara, absteniéndose de preguntar si esa concesión era suficiente para que el grupo Graiver se recobrara. Sirvió el resto de la botella de San Valentín, con lástima por Lidia Graiver. La mujer atravesaba una terrible circunstancia para la que aparentemente no se había preparado, aunque su imagen resuelta y decidida parecía mostrar lo contrario.
La viuda está contra las sogas, se dijeron "Lino" e "Ignacio", cuando se retiró de la mesa. En el último momento habían establecido un régimen de comunicaciones separadas con los jefes montoneros para situaciones de emergencia.
Había que dejarla pelear, liberándola de ataduras. Total, convergieron, reconocía la deuda. Era de esperar que en el futuro no olvidara lo que representaba desistir de los intereses de la inversión para salvar el capital.
Los Montoneros no estaban apremiados financieramente: en algún país latinoamericano se guarecían otros 40 millones de dólares derivados del "arresto, interrogatorio, juicio y castigo" de la primera transnacional argentina.
A Lidia le pareció que una bocanada de aire fresco había menguado el tórrido Buenos Aires volviendo a su oficina: contaba con 196.300 dólares más por mes para contener el derrumbe.
Apartados Juan e Isidoro, puesto en vereda Gelbard y enseguida los gremialistas, y con los Montoneros en la heladera sin plazos ni condiciones, Lidia se puso de lleno a resolver el problema principal: Papel Prensa. La llave de la solución estaba en el Palacio de Hacienda, que debía aportar el quórum necesario a la reunión de accionistas que se celebraría el 3 de noviembre de 1976.
José Alfredo Martínez de Hoz sincopaba su despiadado plan en la Argentina. Para llevarlo a cabo necesitaba ahogar la protesta social, maniatar a políticos y sindicalistas, y hacer polvo lo que quedaba de la guerrilla. Las Fuerzas Armadas, en plena cacería "antisubversiva", le caucionaban el silencio de los cementerios. Pero descuidaban el costo de su imagen, tanto dentro como fuera del país.
La lógica del engranaje de la violencia impedía que los militares comprendieran. No era posible que desaparecieran hasta 30.000 personas, objetivo de la limpieza, sin que la tragedia repercutiera en la opinión pública. "Joe" Martínez de Hoz sabía que era una barbaridad pero la conceptuaba, fríamente, una barbaridad necesaria. Su trascendencia negativa ocasionaba problemas con gobiernos, organismos internacionales, bancos acreedores e instituciones financieras mundiales e iba a abrir heridas en el cuerpo social y en la imagen externa muy difíciles de cicatrizar.
"Joe" sabía eso. Era un pulcro civil que fumaba en pipa, espectador privilegiado del exterminio en los balances semanales de las reuniones de gabinete presidencial. Había que llevar la coerción hasta el final pero tomando los recaudos para que la fotografía en que los militares pretendían confundirse con la Nación sólo se desluciera lo indispensable.
A los uniformados de tierra, mar y aire, esto los tenía sin cuidado. Eran brutos, hacían el trabajo de un cirujano con manos de carnicero. La conciencia colectiva de los argentinos merecía ser engañada sin tanta impericia.
Los genocidios podían vestirse con pretextos y alocuciones que desviaban la atención de la gente común.
Martínez de Hoz se preocupó. El abogado Guillermo Walter Klein, su adlater de Coordinación y Programación Económica, voló a Nueva York por otros motivos que los estrictamente vinculados a la hacienda de los argentinos.
En el 230 de la Avenida Park, escuchó de viva voz cómo los especialistas de Burson Marsteller desmenuzaban la cuestión y proponían paliativos. La firma ya había sido apalabrada para mejorar el maquillaje de la dictadura en vistas del Mundial 78 de fútbol. Era la multinacional de las relaciones públicas, donde se congregaban eminentes sociólogos, economistas, politólogos, semiólogos, periodistas, yuppies blancos, rubios, de apropiada inteligencia, bien comidos y vestidos, hasta con psiquiatras a su alcance.
A su retorno Klein informó detalladamente al "Chicago boy". Este lo consignó negro sobre blanco. Lo elevó al general José Villarreal, en la Secretaría de la Presidencia, la trastienda de la "institucionalización de la dictadura", en la que sudaban dos prominentes civiles del "proceso", Rosendo Fraga y Ricardo Yofre.
Estos convencieron a Videla. El jefe del Ejército lo resumió tan bien que el almirante Eduardo Emilio Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti, sus colegas en la Junta Militar de la "Reorganización Nacional", dieron el sí. Mientras se atormentaba y asesinaba había que aturdir al ciudadano corriente, abarrotando a las agencias noticiosas internacionales con la falsa percepción de que en la Argentina no pasaba nada anormal. La guerra sucia se debía impulsar a fondo pero procediendo para que sus consecuencias hacia fuera y hacia dentro resultaran lo menos nocivas posible para las Fuerzas Armadas, responsables de la desestructuración de la Nación a sangre y fuego. Para eso estaban las radios y los canales de televisión. Nada difícil, por cierto. El peso del Estado en los medios de comunicación electrónicos era abrumador.
Martínez de Hoz supo completar los consejos de Burson Marsteller y opinó que se incorporara algo de prensa escrita a la ominosa jugada. Su idea fue aceptada sin reparos.
Hacían falta periódicos y revistas dóciles que se sumaran al concierto de la obsecuencia mientras detrás del escenario se consumaba el homicidio colectivo; social, político y económico. Nada mejor que juntar a los tres diarios de mayor circulación nacional y hacerles un fantástico regalo de Navidad en ese diciembre de 1976.
Martínez de Hoz los alentó a que se asociaran, y por la bagatela de 8.300.000
dólares, forzó la venta de Papel Prensa. La empresa valía varias veces esa suma.
El método fue simple. El Estado advirtió con suficiente antelación a los accionistas privados que no iba a dar quórum para la Asamblea General prevista para el 3 de noviembre de 1976. En esa reunión se discutiría el futuro de la empresa, seriamente comprometido por la iliquidez que padecía el grupo Graiver, su principal fuente financiera, aparte del Estado.
Ante la evidencia de que el gobierno retiraba el imprescindible auxilio para seguir adelante, el día antes la viuda fue convencida por la persona apropiada a inclinarse y firmar el pre-boleto de venta sin protestar. El traspaso se confirmó el 18 de enero de 1977 en actas suscriptas por las partes contractuales. Si La Nación, Clarín y La Razón llegaban a mostrarse reacias a retribuir el obsequio en los funestos seis años que vendrían, el Ministerio de Economía tendría prerrogativas para hacerles cambiar de parecer.
Lidia no preveía que Martínez de Hoz la vencería tan rápido. Pensaba que le quedaba una chance de colarse entre las redes. El estudio de Martínez de Hoz, de la Avenida Corrientes entre Florida y San Martín, en el mismo edificio de donde David sacara a Alberto Naón para fundar la BAS, seguía cobrando honorarios del grupo Graiver desde fines de la década de los 60 por su asesoría en varios negocios.
El doctor Pedro Jorge Martínez Segovia, socio de Martínez de Hoz en el bufete, y su primo hermano –según decía–, ilustraba el directorio de la BAS en Bruselas. David también lo puso en la presidencia de Papel Prensa para realzar el perfil de la firma. El testaferro de los Graiver en la compañía seguía siendo, empero, Rafael Ianover.
Cuando Martínez Segovia vio venir el escándalo, se dio vuelta como una media y le entregó a "Joe" un plan de traspaso de la empresa. Este lo adjuntó a las sugerencias de Burson Marsteller. En una reunión de directorio –en las que Lidia participaba pues integró desde un principio la dirección de la sociedad donde David había cifrado muchas de sus esperanzas– Martínez Segovia se transmutó en caballo de Troya de Martínez de Hoz. Fue la persona apropiada que aconsejó a Lidia ponerse de rodillas y firmar el dictamen del 2 de noviembre de 1976.
Manuel "Lito" Werner, invitado por David a ese directorio para de algún modo asociar a Gelbard, perdió el habla. La viuda reunió a Juan e Isidoro. Suspirando de rabia, les pidió que no la dejaran sola en el solemne acto, celebrado en La Nación, de Florida entre Corrientes y Sarmiento. Fue en el despacho del doctor Bartolomé Mitre, a quien acompañaban Patricio Peralta Ramos, de La Razón, y Héctor Magnetto, de Clarín, encontrándose también como invitado Máximo Gainza Castro de La Prensa.
La "razón de Estado" se impuso. De nada valió que Graiver hubiera adobado durante años al estudio de Martínez de Hoz. "Joe" olvidó el pasado en función del futuro. Es decir, el Palacio de Hacienda y su designio monetarista para la Argentina. Nada novedoso bajo el sol: Martínez de Hoz, como en un pase de magia, repitió lo que ya había hecho Gelbard con Papel Prensa tres años antes, sirviéndola en bandeja a Graiver, después de sacársela al Grupo Civita".
El firmamento, de pos sí ya suficientemente nublado, se le enmaraño a la viuda cuando el Grupo de Tareas de la ESMA secuestró a "Ignacio", y a dos de sus asistentes, el 15 de enero de 1977. Cuatro días más tarde "Lino" convocó a Lidia en emergencia. Según una clave concertada a solas en el restaurante de Harrods, mientras el responsable de finanzas fue al baño, la telefonearon de parte del "Sr. Linares".
Se acordó una cita en Egasa. Para neutralizar el riesgo de que el teléfono estuviera intervenido, el encuentro tendría lugar dos días después y tres horas más tarde de la que se había fijado, en otro lugar previamente establecido: el romántico Parque Lezama. Los jefes montoneros no concurrían a las oficinas Graiver por seguridad. Quedaron en verse un lunes a las 10 de la mañana. En verdad sabían que se encontrarían el miércoles siguiente a las 13.
Sin que lo supieran de antemano, "Lino" Roqué y Lidia Papaleo tuvieron esa vez la última reunión. La cita era peligrosa pues no se había efectuado antiseguimiento de la viuda.
Varios transeúntes eran en realidad montoneros armados que protegían a uno de sus jefes. Este acababa de enviudar al desaparecer su compañera Gabriela Yofre. Paseando como una pareja anodina por el Parque Lezama, Roqué le propuso a Lidia Papaleo que se fuera de la Argentina.
No existían garantías para ella después de la caída de "Ignacio" y de sus dos compañeros, todos al corriente de la inversión de los 16.825.000 dólares. Configurando una acumulación de riesgos, estas desgracias se agregaban a otras dos que también tenían que ver con David y con ella: las caídas de Roberto Quieto y de Enrique Walker, ex novio de Lidia.
Tangencialmente a la causa del encuentro, Roqué repitió la ecuación que sus colegas de la conducción nacional nunca entendieron. La represión se extendía como una mancha de aceite y si no cambiaba la política, se encaminaban a la muerte colectiva.
Lidia pareció entender. Dijo que sí. Arreglaron formas de "enganche" en Madrid y México. En esas capitales los Montoneros tenían infraestructura de funcionamiento detrás de "Casas Argentinas". Lidia aseguró que la documentación de Empresas Catalanas Asociadas no estaba en la Argentina.
Se despidieron. El hombre moriría en combate el 29 de mayo de 1977, en Haedo. Al cabo de varias horas de tiroteo y para no dejarse atrapar vivo, pues había agotado sus municiones, Roqué ingirió una cápsula de cianuro. No tuvo tumba. Los marinos de la Escuela de Mecánica de la Armada cremaron el cuerpo en un baldío de Vicente López.
Lidia, por el contrario, intentaría cambiar de campo.
Porque Lidia no se fue. Se encerró durante dos días en su departamento de la Avenida Alvear y reformuló la estrategia. Dejó a su hija con sus padres, escuchó a Mozart, recordó su pasado anarco y pensó mucho. Mandó limpiar Egasa, de donde retiró tres valijas de documentos que alguien llevó al extranjero. Iría a hablar con los "monstruos" invitándolos a asociarse, poniéndose a su disposición.
"Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Después vendrá el tiempo en que buscarás una salida. Ahora sobrevive como sea".
Todo se alineaba dentro de una determinada lógica de razonamiento propia de David, pero que estaba como encallada en otro tiempo, cuando tenía poder. Ahora las quiebras eran incontables. De momento, Lidia podía argüir que estaba fuera del urdimbre Graiver-Montoneros, si se lo imputaban.
Era un locura de su marido que ella desconociera hasta que se la comunicaran los mismos guerrilleros. Quería aclarar las cosas y que la protegieran porque los "terroristas" peronistas le habían dicho que la matarían si no devolvía los 16.825.000 dólares. Se le antojó que esa era la única forma de quedarse en Buenos Aires donde todavía podía salvar bienes y recuperar fondos, y de parar la embestida represiva que dejara entrever Roqué. Había que anticiparse. Copiando a David y su principio del yudo, utilizaría la fuerza del adversario
en su favor.
Tomó los recaudos necesarios para que los Montoneros no pudieran hacer contacto con ella si se percataban de su presencia en Buenos Aires. De la Avenida Alvear 1678, 5º "B" se mudó a Darregueyra 2842, donde estaba otro de los departamentos de David. Y en las oficinas de Suipacha 1111 pidió a Florencia Fernández Górgolas, Mercedes Cabrera, Estela Soria y Alicia Fernández, las recepcionistas, que cuando respondieran al público o a los teléfonos, preguntaran de parte de quién y se lo comunicaran antes de pasarle una llamada o franquear el paso a una visita.
En su vocabulario, los "monstruos » eran los generales Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola, conocidos de su marido y ella. La última vez que cenaron los cuatro había sido a comienzos de enero de 1976, durante una semana de vacaciones del matrimonio en Punta del este. Fueron expresamente a Buenos Aires para la ocasión. Los uniformados les anunciaron el golpe que se venía para el 24 de marzo. David los había invitado a comer para sonsacarles, haciéndose un poco el desentendido, qué había pasado con su amigo Roberto Quieto, desaparecido días antes en Buenos Aires. No hubo respuesta, como si no lo escucharan.
Un año después de aquella comida, Lidia haría algo semejante. Para "aproximarlos" emprendió vías confluyentes.
Lidia Gesualdi de Angarola llevó personalmente una cartamanuscrita de la viuda a la Casa Rosada, pidiendo audiencia al presidente. Con la constancia de recepción de la misiva firmada por Marta Bettoni –una de las empleadas de Videla– Lidia tenía la prueba de su intención de rendirse con todos los honores que esperaba le dispensaran los generales. La mostró a quien se le pusiera cerca, buscando influencias que aceleraran la respuesta positiva de Videla.
Lidia no concebía otra cosa. Puso el recibo bajo los ojos del general Lanusse, quien prometió telefonearía al general Videla. Francisco Manrique, que trajinara los pasadizos de los regímenes militares, visitó a los generales Juan Antonio Vaquero, secretario general del Ejército, y Roberto Viola, jefe del Estado Mayor, en unas oficinas de la calle Madero.
Bernardo Neustadt intercedió ante los generales Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo del Ejército, e Ibérico Saint-Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires, con los cuales tenía enlace. También contribuyó Mario Bartolomé, esposo de Virginia Lanusse, la primera secretaria de David en Buenos Aires. Bartolomé, había sido policía de la Federal, pero por cuenta de la compañía de servicios Alega (25 de Mayo al 500, en la Capital) dirigió la custodia personal de Graiver. Con posterioridad pasó a ocuparse de cuidar a Videla y su esposa, junto a Iván Szerasuk, otro guardaespaldas de Graiver, asimismo salido de la Policía Federal.
Si en las altas esferas del régimen pudiera no estar claro que Lidia retenía todo el poder de lo que quedaba del grupo, ella había mandado a Isidoro a que se lo explicara de viva voz a los generales Viola y Vaquero. Estos ya habían sido puestos en onda por Manrique.
Mientras Videla hacía desear una respuesta que jamás llegaría, Lidia desgranó el plan para Lidia Gesualdi de Angarola y Silvia Fanjul, que se desayunaron con premura: bajo sus narices los Montoneros habían vertido casi 17 millones de dólares en el tesoro de David . Era tarde para retroceder.
No quedaba tiempo que perder. Las tres mujeres complotaron con Isidoro y Juan Graiver la versión que Lidia "vendería" a Videla para que este ordenara a las fuerzas Armadas la protección de los Graiver. Era un cambio radical, enrareciendo el ambiente político, donde ya se olía que les tirarían encima la represión.
La conjura parecía no dejar cabos sueltos. Los despachos del piso 29 del edificio Olivetti albergaban una especie de reunión permanente entre los cinco, ajustando pormenores. Se pulían los detalles para que aparecieran como las víctimas de un chantaje "sedicioso", y que se diluyera la imagen de la inversión de la guerrilla peronista, aceptada de común acuerdo por David y su mujer. Rubinstein, en su lecho de enfermo en La Plata, en el 7º piso "C" del 421 de la calle 56, fue informado por cortesía.
Lidia le presentó el hecho consumado. Lo puso personalmente al corriente del diagrama el 12 de febrero de 1977. Rubinstein no dijo ni que sí ni que no. Apuntó algunas notas para saber a qué atenerse.
Los actores de la estudiada comedia jugarían sin embargo sus roles en una indeseada tragedia. Las pujas en la cúpula del poder militar determinaron que el libreto no subiera al escenario como sus autores lo habían imaginado en apacibles escenas y meras consultas con oficiales de Inteligencia. Soñaban que en la madriguera de los "Grupos de Tareas", recepcionarían el problema para defenderlos del "terrorismo". Los Graiver, como tantos otros, acaso fantaseaban que era cierta la "lucha antisubversiva".
La caída de "Ignacio" Torres en dependencias de la Marina infundió temor a Viola. Lo que hasta allí era sólo secreto para los jerarcas del Ejército podía extenderse a Massera. Con los apetitos presidenciales que se le conocían al almirante, haría todo, "más allá o más acá de la muerte", con tal de apropiarse de algo del capital montonero. Lo necesitaba imperiosamente para su campaña política.
Massera se apuraba a despegarse hacia la izquierda del Ejército, para seducir a los partidos políticos y los sindicatos.
Si se enteraba de la inversión en los Graiver, valiéndose de los tormentos a que era sometido sin descanso del jefe de las finanzas montoneras, procuraría apoderársela. Por más que las fuerzas represivas no lo supieran fehacientemente todavía, la faena era irrealizable. El capital era inexpugnable por una suerte de seguro anti-delación y contra las deserciones. Había sido invertido de tal forma en el exterior que no estaba al alcance de los guerrilleros, quienes ni forzados por la tortura podían entregarlo, apenas el menudeo de los intereses circulaba dentro del país.
Pero el universo de Viola era contradictorio con el de Massera. El Ejército debía contrarrestar cualquier atisbo del primer almirante que no profesaba el antiperonismo, y que hasta se sentía otro Perón, susceptible de acercarlo a la Casa Rosada.
Viola no estaba dispuesto a que la ocupara alguien de la Armada, fiel a la historia que aprendían los cadetes en el Colegio Militar.
Sin embargo, Massera no era la única preocupación de Viola en la sucesión de Videla. Tenía otro frente de tormenta. Viola era jefe de Estado Mayor, es decir, apenas un general sin tropa. Para colmo se lo calificaba como un "blando", diferente de los "duros" de la gesta golpista. Estos eran Luciano Benjamín Menéndez, en Córdoba (Tercer Cuerpo) y Carlos Guillermo Suárez Mason, en Buenos Aires (Primer Cuerpo). En los cerebros de estos la distensión no pasaba por incorporar alguna franja de civiles adictos, como pensaba Viola, sino en seguir repartiendo muerte. Ahora, el objetivo era alcanzar a los que no la habían merecido por su "connivencia" con la guerrilla, pero eran candidatos al aniquilamiento por "prevención".
Enterados todos del rapto de "Ignacio" por boca de los oficiales del Ejército diseminados en los "GT" de la Marina, era extraño que el "Tigre" Acosta, jefe de "Selenio", centro de exterminio plantado en la ESMA, no operara sobre los Graiver. O "Ignacio" se resistía a cantar, o el "Tigre" disimulaba y andaba husmeando vestigios del capital montonero.
Lo cierto es que "Ignacio" seguía vivo en la ESMA, según los partes difundidos en las cloacas de la comunidad informativa interarmas. Llamaba la atención que un mes y medio después de su detención no lo hubieran "trasladado" a las profundidades del Océano Atlántico y que no hubiera una continuidad operativa a partir de los interrogatorios en la fatídica sala 13 de la "Avenida de la Felicidad", en los sótanos del casino de oficiales de la Armada, entre Avenida del Libertador y las orillas del Río de la Plata. La picana iba de mano en mano: de Acosta al "Gato" González Menotti, y de este al "Duque" Whamond.
Entre suposiciones y titubeos, Suárez Mason impartió la orden de abrir fuego graneado. Sin que Videla respondiera a la solicitud de la entrevista requerida por Lidia Papaleo, el coronel Ramón Camps, titular de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dio el puntapié derribando puertas y organizando el "chupe" generalizado de los Graiver. Lo titularon "Operativo amigo". Probablemente porque el blanco era barrer con los bienes, familiares y colaboradores de quien los había burlado haciéndose pasar por devoto de las Fuerzas Armadas.
Uno a uno los Graiver y su séquito fueron engrosando las listas de los "pozos" bonaerenses. Juan Graiver el 8 de marzo de 1977. El 14 de ese mes "levantaron" a Lidia Papaleo, Silvia Fanjul y Lidia Angarola. El 17 le llegó el turno a Isidoro Graiver y su madre. Enseguida los represores sacudieron las ramas del árbol empresarial: Edgardo Sajón y Jorge Rubinstein se "quedaron" en las "parrillas; Jacobo Timerman; "Paco" Fernández Bernárdez; Hipólito "Tuco" Paz, después embajador de Menem en Portugal; Oscar Evangelista Abelardo Marastoni, que llevaba y traía los sobres y mensajes del banquero; Celia Helpern, abogada; Mauricio Weinberger, cadete; Flora Dybner, vendedora de "certificados de depósitos" de la BAS en Buenos Aires; el sastre Ignacio Jorge Mazzola; Araceli Noemí Russomano de Gramano; Matilde Matraj de Madanes; Martín Aberg Cobo; Gustavo Caraballo; Orlando Reinoso; Dante Marra y Julio Daich, cambistas de poca monta.
Algunos solo fueron retenidos por unas horas. Serían veinticuatro los que un mes después fueron blanqueados como detenidos "legales" del Poder Ejecutivo Nacional usurpado por las Fuerzas Armadas.
Que Suárez Mason se anticipara no convenía ni a Viola ni a Massera. El jefe de Estado Mayor debía impedir que uno de los "duros" que competía con él por la sucesión de Videla obtuviera dólares para una futura campaña publicitaria y política en su favor. El COARA (comandante de la Armada) concordaba en ese punto, aunque iba mas lejos: la única alternativa de poder en el seno de las Fuerzas Armadas para el "recambio" de Videla debería ser Massera y ningún otro. La fortuita y pasajera coincidencia de intereses entre Viola y Massera, que luego dirimirían la cuestión del sillón que se arrogaba Videla, dio sus frutos. Ambos persuadieron a este de "legalizar" las detenciones.
Había que someter a los Graiver a un consejo de guerra y regularizar el procedimiento que estaba viciado de anomalías. Y salpicaba a franjas sensibles del mundo político y sindical, potenciales aliados del "proceso", algunos inclusive con un cierto predicamento en las filas castrenses.
De ese modo prendían las luces y nadie se enriquecía en las sombras, que es la única manera de hacerlo con o sin dictadura, como se desprende de la historia criminal contemporánea.
Detrás de la escenografía teatral de militares "respetuosos de la ley", así se gestó la conferencia de prensa del 19 de abril de 1977, dada por Videla, Viola y los generales, Luciano Adolfo Jáuregui, Jefe de Operaciones, y Carlos Alberto Martínez, Jefe de Inteligencia. Con bombos y platillos pasaron a los Graiver por derecha, desaparecidos un mes antes por izquierda, entrando legalmente al saqueo del conjunto de los bienes. Después de muerto, David Graiver recibía las palmas de "subversivo" y "corrupto".
Las Fuerzas Armadas aprovecharon la ocasión para cantar victoria sobre el "terrorismo", declarando por primera vez que lo habían vencido. Una semana después la oficina de prensa del Partido Montonero emitía el comunicado número 14, rubricado por Jorge Salazar. El texto confirmaba oficialmente que la guerrilla peronista había viabilizado fondos a través de David Graiver, pero que estos no estaban a tiro de la dictadura. (...)".

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