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El dilema del BCRA

Mié, 23/06/2004 - 4:35am -- 10admin

La aparición en superficie de presiones inflacionarias largamente reprimidas, como es el caso de los servicios públicos y las naftas, han puesto a la política monetaria llevada a cabo por la actual conducción del BCRA en la mesa de discusión.

Complicando más la situación, toda una serie de eventos locales e internacionales se combinaron para poner fin o al menos amainar el viento de cola que impulsó en los últimos meses a la economía argentina.

La desaceleración del ritmo de la actividad económica, la refrenada generación de empleo, los trastornos que sobre la actividad y la ocupación ocasiona la muy anticipada crisis energética, el corrimiento —cuando no caída— de los depósitos bancarios hacia cuentas a la vista, y la siempre débil recuperación del crédito cuentan entre los principales traspiés del frente interno.

A ello se le ha sumado la inminente suba de la tasa de interés estadounidense, la caída del precio de la soja, y la renovada brecha cambiaria con el real, con las consiguientes presiones del lobby industrialista para recuperar un tipo de cambio competitivo (léase devaluar el peso).

Frente a la conjunción de todos estos elementos, la encrucijada de la conducción monetaria consiste en optar por el respeto fiel a su doctrina de inflation targeting o hacer caso a los requerimientos de algunos sectores empresarios y políticos tendientes a sostener el ritmo de la actividad económica.

Se trata, básicamente, del dilema entre inflación y recesión. Y esto bien vale una corta explicación.

Política monetaria en tiempos de Kirchner. El BCRA ha tenido dos preocupaciones básicas durante el último año.

Una se desprende de lo que dicta su misma Carta Orgánica, la otra es el reflejo monetario de sostener un modelo sustitutivo de importaciones (es decir, lo que falsamente algunos denominan tipo de cambio competitivo).

Esas preocupaciones, entonces, han girado en torno a:

1- mantener la tasa anual de inflación dentro de las pautas contempladas en el presupuesto y acordadas con el Fondo, y

2- mantener un tipo de cambio real competitivo, frente a las monedas de nuestros principales socios comerciales.

Es por ello que, si bien el gobierno declama sostener una política de flotación cambiaria, hoy rige una convertibilidad de hecho, que más bien cabría calificar como ultra-convertibilidad.
Ante todo, decimos que no hay flotación sencillamente porque no la hay: la autoridad monetaria y el Banco Nación intervienen permanentemente en el mercado de cambios y sus operaciones representan la mayor parte del volumen diario transado (aunque oficialmente, el BCRA ha manifestado despreocupación por el tipo de cambio, está muy claro que si así fuera no habría efectuado las vastas y permanentes operaciones cambiarias que caracterizan este último período).

De hecho, si no mediaran esas intervenciones —siempre compradoras— el tipo de cambio estaría muy, muy por debajo de la cotización actual.

Pregunta: -Esa baja, ¿obedecería a la confianza y proverbial credibilidad que despierta la gestión de Kirchner (o de Lavagna)?

RESPUESTA: -No, de ninguna manera, es mérito exclusivo de las condiciones con que Dios agració nuestra tierra: un país exportador de cereales y petróleo tiene un constante superávit de divisas. Especialmente si repudia su deuda y por lo tanto no hay demanda de moneda extranjera para cancelar sus vencimientos.

En cuanto a lo de régimen convertible, la Argentina tiene hoy una relación entre las reservas internacionales —dólares— y la base monetaria —el dinero en circulación y en cuentas de los bancos en el BCRA— aún más robusta que en tiempos de la denostada convertibilidad.
Es decir, la relación entre el dinero líquido y los dólares en poder del Central da un tipo de cambio inferior al de mercado.

O lo que es lo mismo, la autoridad monetaria podría rescatar íntegramente la base monetaria pagando esos pesos mejor ($ 2,78 por dólar) aún que el precio con que hoy cotiza en las pizarras ($ 2,97). Para envidia de Cavallo, la odiosa convertibilidad no hubiera podido emular a esta versión ultra: la caja de conversión estaba parcialmente integrada por bonos mientras que aquí son todos dólares en efectivo.

Pues bien, decíamos que para mantener competitivo el tipo de cambio el Central compra todos los días una enorme cantidad de dólares (actualmente, US$ 40 millones) que van a las reservas. Pero ocurre que la mayoría de esos dólares no se compran con fondos legítimos del Tesoro sino con adelantos del BCRA, lo que significa emisión.

Para evitar que esa emisión se traslade inmediatamente a precios -creo que no hace falta aquí explicar la relación entre emisión e inflación porque los argentinos lo hemos aprendido dolorosamente- esos fondos se esterilizan o reabsorben a través de la colocación de letras y notas del Central.

O sea que, si uno pretende elevar el tipo de cambio, debe emitir más pesos para comprar esos dólares. Y la única forma de evitar que se refleje en un incremento general de los precios es captando esos fondos a plazo vía letras. Pero esas letras pagan una tasa de interés a cambio de inmovilizar los fondos en el BCRA.

Lo que nos devuelve al famoso -pero que por suerte habíamos olvidado- gasto cuasifiscal. La cartera de letras actual ya representa unos $ 1.220 millones anuales, aún con las tasas ridículamente bajas –negativas- que ha fijado el Banco Central. Nuestra historia es clara en señalarnos que los déficit cuasifiscales en algún momento se pagan sea con emisión, sea con reestructuraciones -como el plan Bonex- de esa deuda.

La encrucijada. Si el Central atiende a los apóstoles de las políticas activas, la consigna será bajar las tasas de interés y subir los tipos de cambio, para así lograr más crédito y más exportaciones. Idealmente y según esta gente, el Central no debe tener autonomía, para de esa forma manejar coordinadamente las políticas monetaria y fiscal.

Es notable que los partidarios de estas prácticas, no hayan reparado en la experiencia histórica —los dos últimos años bien valen de ejemplo— que muestra que los tipos de cambio alto no han sido eficaces para impulsar las exportaciones ni tampoco las tasas incluso negativas son suficientes para estimular el crédito.

El Banco Central ha fijado a través de la captación de letras, tasas exiguas que no logran impulsar el crédito. Pero que han comenzado a impactar en la evolución de los depósitos bancarios: una creciente deslizamiento a cuentas a la vista —luego de un proceso, por suerte interrumpido, de más de dos meses de caída de depósitos— muestra el escaso atractivo que presentan las tasas actuales y los riesgos de una eventual corrida (no obstante la buena posición actual de liquidez de los bancos ante la atonía del crédito).

No hay, ya, mucho que el Central pueda hacer para incentivar los préstamos.

En cuanto a la competitividad de nuestros productos —o al menos lo que entienden por ella algunos grupos de interés e ideologías vetustas— lo que el Central puede hacer es comprar más dólares para que aumente su precio. Ello dispararía la inflación a tasas importantes si no absorbiera esos fondos vía letras. Pero ello, ahora sabemos, nos trae el problema del costo cuasifiscal.

Con las proyecciones de emisión que el Central actualmente maneja, y sin pretender una mejora en el tipo de cambio real, el costo de las letras superará en pocas semanas los $ 1.650 millones; para entenderlo mejor en estos tiempos violencia incontenida, y con fuerzas de seguridad tan demandadas, esa suma es más que el presupuesto anual de dos gendarmerías juntas con personal, inversión y amortización del equipamiento, y retirados incluidos.

Pero lo cierto es que por ahora el Banco Central se ha mostrado fiel a su doctrina de inflation targeting. Y que, cabe reconocer, no poca responsabilidad ha tenido en mantener estable la economía. En un país con un permanente cambio de reglas de juego, los agentes económicos han contado con cierta estabilidad, al menos, en las variables macroeconómicas.

Las presiones inflacionarias que marcamos al comienzo traccionan por una mayor astringencia monetaria.

Si nuestros banqueros centrales deciden ser fieles a su carta orgánica y celosos de su autonomía —algo que será un tanto más difícil en tiempos de renovación de mandato— podrán sostener el tipo de cambio real continuando con una creciente compra de dólares pero deberán retirar del mercado todavía más fondos vía letras, elevando las tasas de interés. Lo que, además de incrementar el gasto cuasifiscal, deteriorará aún más el mercado de préstamos y frenará el consumo y la inversión.

La raíz de nuestros males. La Argentina con sus altos índices de desempleo, pobreza e indigencia no está en condiciones de soportar un nuevo frenazo en la actividad. Y una economía recesiva es algo que ningún progresista que se precie puede tolerar.

Pero la desesperación de nuestros voluntaristas dirigentes políticos cuando ven que el crédito cuasi vegeta y la actividad comienza a languidecer es la incapacidad para comprender la raíz profunda de la parálisis o de reconocer que sus prácticas demagógicas y complicadas pero simplistas recetas están en la génesis misma del problema. Ellos son el problema.

Con un clima de negocios viciado y cargado de actitudes anticapital, no hay tasa de interés, ni tipo de cambio que pueda devolverle vida a la inversión y a la iniciativa privada, salvo la eventual conquista de las permanentes dádivas, prebendas, subsidios que los gobernantes gustan en repartir a sectores específicos a costa de la masa de sus gobernados.

No entienden como funciona la economía, pero quieren manejarla. Se llenan la boca hablando del "pueblo" pero desconocen que es ese mismo pueblo el que se oculta tras los despreciados mercados que vituperan.

Son fiscales de dictaduras —a las que muchas veces acompañaron— pero creen en la conveniencia de una economía ordenada por autócratas omniscientes. Son antimonetaristas pero concentran toda su atención en "recuperar el manejo de la política monetaria" (mendaz eufemismo para dotar al soberano de capacidad plena de estafar al pueblo).

Es que dicen cultivar la democracia pero desprecian la república. Hablan de los derechos del pueblo pero desconocen las elementales garantías ciudadanas. Condenan el autoritarismo, pero ignoran la independencia de poderes, dando paso al totalitarismo.

Dado el enorme poder que supone la capacidad de fabricar moneda, es precisamente por ello que —siguiendo los acertados principios de la independencia y el equilibrio de poderes— la práctica de los países más avanzados ha otorgado la más amplia autonomía a los banqueros centrales.

(*) Economista, consultor de empresas. Socio-gerente de la newsletter M & A/InC.

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POR AGUSTIN A. MONTEVERDE (*)Desde hace varias semanas que el autor, en su newsletter InC. advierte acerca de la profunda contradicción que embarga al Gobierno nacional, entre mantener la política monetaria presente, o procurar apalancar con ella una nueva ola de crecimiento. Ahora que el tema comienza a ocupar espacio en los análisis de otros consultores y periodistas, le solicitamos actualizar a su punto de vista.
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